Dalia negra
Señala con la mano entintada hacia el norte
otro mártir unido a la lista de mártires,
ese norte perdido donde reina lo oscuro
donde brilla el metal del dinero y metralla.
Son mártires en vida por nuestras libertades
Por la libre expresión del claro pensamiento
Por abrirnos los ojos, y escribir las verdades
Con tinta y sin mordaza, a costa de su sangre.
Mártires inocentes del ciego fanatismo,
Mártires aun en vida, nos queda la palabra.
Quieren amordazaros con balas, por la espalda,
y surgen voces miles que arrancan las mordazas
Nazis de nuevo cuño, verdugos, dictadores:
saben que no son héroes, tan sólo son sicarios
jaleados por astutos próceres de lo perverso,
del terror y la muerte siervos interesados.
Tiene sabor salino esta tierra mojada
No del mar, de la mina, ni el sudor del trabajo
Pero no olvidaremos, el pueblo no perdona
Tiene hondo el dolor por los asesinados.
Los tibios y los fríos que Lorca definiera
con metáfora única, ¡ah, si Lorca viviera!
Volvería a escribir, con vigor y certeza
que tienen de plomo sus macabras calaveras.
Es cómplice el silencio, cómplice la tibieza,
cómplices quienes escupen pervertidas palabras,
retórica engañosa, ya desenmascarada
la falaz estrategia de la arenga falsaria.
Herrumbre interesada al servicio del líder,
del fascismo encubierto de los falsos profetas,
alimento de ególatras, aliento de mofetas
que se llenan la boca de patria masticada
Caerán las mordazas empapadas en rojo,
callarán los silencios del miedo a la palabra.
Y será vuestra hora, la hora del cobarde,
del pensamiento único, prestado por orates
en cárceles de olvido, de odios y de sangre.
Y.S. – Bilbao