Cristian Campos-El Español
 

Quién iba a imaginar que el proceso de deconstrucción del hombre viejo y de construcción del hombre nuevo puesto en marcha por nuestra clase política iba a desembocar en una reacción inmunológica en sentido inverso.

Quién iba a imaginar que el proceso de desvinculación del ciudadano de todo aquello que le ha dado un sentido a su existencia durante 4.000 años de civilización (sexo, familia, religión, cultura, nación) iba a generar un efecto rebote en dirección al estado previo a todo ello: la tribu, la aldea y las flautas de hueso.

Ellos soñaban con llevarnos al siglo XXII y han acabado devolviéndonos al estado de cazador-recolector, pero con iPhone, selección de basuras, número de la Seguridad Social y declaración trimestral del IVA.

Eso, claro, entre quienes se han inventado una tribu, una aldea y un folclore. Entre quienes han tenido, por tanto, todo esa chatarra a su alcance.

Quienes ni siquiera han tenido imaginación (o presupuesto) para inventarse eso, o quienes teniéndolo a mano todavía necesitaban más, han salido disparados en direcciones imprevisibles y a cuál más rocambolesca, como dos átomos chocando en un acelerador de partículas: el apocalipsis climático, el apocalipsis palestino, el apocalipsis extremoderechista, el apocalipsis del gran reemplazo.

¡Será por ideologías sustitutivas!

A falta de patria, los vascos de orden han rellenado su vacío existencial con una nación de pitiminí y un régimen fiscal que les permite vivir a costa de los madrileños y que enmascara las señales evidentes de decadencia económica, cultural y social que amenazan su región.

A falta de ETA, los vascos de desorden se han aferrado a lo anterior, y también a las nuevas religiones de moda entre las élites anglosajonas adineradas: el ecologismo, el género, el feminismo, lo trans, la inmigración. La inmigración ilegal, claro. Porque la legal no cumple el requisito principal de las religiones de moda, que es el desorden epistemológico.

Y por eso PNV y EH Bildu suman casi el 70% de los votos en el País Vasco. Porque la coquetería les ha salido gratis y disfrutan de todas las ventajas de la independencia sin ninguna de sus desventajas.

Y a la cabeza de esas desventajas que no padecen, la de verse obligados a pagarse sus propios caprichos, como el de tener las pensiones más altas de España.

No me extraña tanto la sorpresa del PP como la del PSOE frente a este fenómeno.

Porque el PP, con la excepción de Isabel Díaz Ayuso, jamás ha aceptado la existencia de la naturaleza humana. Mucho menos la ha hecho jugar a su favor. Y de ahí su rechazo a librar lo que ellos llaman «batalla cultural» y que otros llamamos «una idea de cómo debería ser tu sociedad».

Pero el PSOE, como la izquierda en general, ha sido siempre consciente de que el ser humano no sobrevive más allá de unos minutos en el frío glaciar de la nada.

La izquierda ha sabido siempre que cualquier vacío de significado será rellenado con la primera idea que pase por delante de los ojos del ciudadano.

Y por eso la izquierda lleva 150 años creando ese vacío. Para que este pueda luego ser rellenado con sus ideas en un proceso similar (eso creen ellos) al utilizado por la religión cristiana, la idea más exitosa en términos de longevidad y alcance de la historia de la humanidad.

En realidad, el proceso de implantación de la religión en las mentes de los hombres ha seguido un camino inverso al que cree el socialismo.

Mientras el socialismo crea el vacío («el sexo biológico es una fantasía, tu patria es una ficción, la familia es una estructura de opresión») y luego lo llena con sus ideas («puedes escoger tu sexo, tu patria es el Estado, el hombre sin vínculos es el único verdaderamente libre»), la religión identifica cuáles son las necesidades naturales del ser humano y, en vez de carcomerlas, las subsume en un sistema de creencias que las engloba a todas ellas, sin negarlas de raíz.

La izquierda pretende crear una naturaleza nueva (el «hombre nuevo»). La religión se adapta a esa naturaleza y triunfa cuanto mejor la comprende.

Pero el daño ya está hecho. España ya no existe como idea común, el Estado ha ocupado el espacio de protección y de proveedor que antes ocupaba la familia, y, exterminada por la vía de una fiscalidad extractiva la simple posibilidad de forjar un proyecto vital y profesional que no pase por el sometimiento a «lo común», el vasco ha optado por aferrarse a su identidad tribal.

Yo comprendo que esto puede parecer muy abstracto y que si bajas este discurso al suelo te topas con Sánchez, con Otegi y con Ortuzar. Pero es que ni Sánchez, ni Otegi, ni Ortuzar son tan listos como para haber diseñado esto ellos solos. Sánchez, Otegi y Ortuzar son sólo los efectos secundarios de la medicina que el PSOE y el PP llevan décadas suministrando a la sociedad.

A PP y PSOE les preguntas qué es España y te ponen la misma cara de desconcierto que Irene Montero cuando le preguntas qué es una mujer.

Ellos creían estar vacunando a los españoles contra el guerracivilismo y lo que han hecho es generar una nueva enfermedad. Y ahora los ciudadanos colapsan espontáneamente por la calle votando nacionalismo.

Qué sorpresa. Quién les iba a decir a ellos que la naturaleza humana existe y que pedía vínculos fuertes. Ahora ya es tarde. Han fabricado barcas sin timón ni velas ni patrón ni marineros, y esas barcas, claro, van al pairo de los vientos.