ABC 18/12/13
DAVID GISTAU
El desdoblamiento de personalidades, para Mas, consiste en tener alojado un rescoldo de la adolescencia militante
Siento gran curiosidad por la distinción que el señor Mas hace entre la condición de persona y la de presidente. Sobre todo, por los supuestos conflictos entre ambas –un soliloquio bifronte, como el del Gollum y su tesoro–, que han de obligar al portador de dos naturalezas al parecer contradictorias a sufrir una tensión penosa, comparable a la de quien es conminado por una voz sobrenatural a prender fuego a un teatro lleno y luego alega locura en el juicio.
Creíamos que a Mas lo asfixiaba la dependencia de Junqueras, a quien los políglotas de la Meseta llaman Yunqueras, pero resulta que padece otra vigilancia aún más estricta. La de su otredad íntima. La de su pequeño amotinado interior, el que todos tenemos sofocado por la educación porque nos empuja al desacato, al instinto, al apetito primario, a la incorrección social, al quebranto de las convenciones: a decir Sí y Sí, y otra vez Sí, como cuando teníamos la edad desatada en la que las pasiones aún no se diluían en la efervescencia del Alka-Seltzer. El Mas presidente lleva dentro al Mas persona, y ambos no se ponen de acuerdo. Esto, que puede parecer un diagnóstico de diván, un motivo para que la doctora Melfi te reciba con su paquete de Kleenex para el llanto, es en realidad una de las claves del principal problema político español. El que, por añadidura, tiene a los artificieros del periodismo concentrados en un trabajo cotidiano de reacción y desactivación que puede hacerse insufriblemente reiterativo si el referéndum sigue interviniendo nuestras conversaciones durante al menos otro año más. (Yo también ansío una liberación, la de los argumentos).
El desdoblamiento de personalidades, para Mas, consiste en tener alojado un rescoldo de la adolescencia militante. La que siempre postergó el personaje funcionarial que ascendió a base de enlazar un cargo burocrático con otro, sin adornarse en la épica, sin pretenderse una escala de un destino manifiesto. A una edad ya madura, Mas se encuentra con que al presidente, durante la primera manifestación de la Diada, le eclosionó dentro una persona mucho más emocional que exige votar Sisí y entregarse a aventuras políticas ante las cuales el remedo de estadista aún se siente obligado a fingir prudencia. A hacer como que valora posibilidades más asépticas y menos fotogénicas, las de la política ordinaria. No es el presidente Mas, sino la persona Mas, quien ya va introduciendo, en el contexto del ultimátum, frases por las que se hace responsable preventivamente a la cerrazón de Rajoy, a sus obtusos legalismos, de las primeras especulaciones protagonizadas por gente armada. Este anacronismo circular ya está haciendo contacto con los años treinta. Gente armada que no es la de los carros franquistas entrando por Diagonal, sino la de la policía propia derivada a la causa política. No otra cosa es el ofrecimiento de negociar, sino la siembra de un nuevo agravio con el que legitimar ya hasta insinuaciones violentas que a un entrevistador orgánico le parece pertinente introducir en el cuestionario cuando interroga a un dirigente social de la Europa del siglo XXI.
En la entrevista de TV3, cuando habló de sí mismo en términos de duplicación, Mas impresionaba porque aparentaba luchar todavía por mantener el dominio de sí mismo contra una posesión, la que ejerce la persona. Como si aún estuviera actuando el sistema inmunológico de un profesional del poder democristiano y nacionalista, por tanto ambiguo, cínico y pendular como Duran, cuya virtud para la supervivencia consiste en que se trata de un político que jamás fue confundido por su parte humana.