Personalismos

EL MUNDO 08/09/16
LUIS MARÍA ANSON

SALVO contados ejemplos, en todo el mundo democrático occidental los partidos políticos se rinden a la tentación de anteponer el interés partidista al general. España no es una excepción. Los dirigentes y militantes de los partidos están instalados, con las debidas salvedades, en el sectarismo. Consideran a su agrupación centro principal de sus desvelos y a veces, inspirados sin duda por el Espíritu Santo, como el bien sin mezcla de mal alguno.

La enfermedad partidista que sufre la sociedad occidental se agrava en España por los personalismos. Es el fruto de la idiosincrasia nacional, del homo hispanus al que Sánchez-Albornoz dedicó páginas admirables en un libro capital en el que fustigaba hasta la extenuación a Américo Castro por razones sobre todo de carácter personal.

Los debates de investidura han puesto de relieve el personalismo crónico que nos aqueja. Ni siquiera son los intereses partidistas los que han impedido el acuerdo de investidura sino los personalismos desbocados. Rajoy, no sin razón, porque preside el partido más votado que creció además en las segundas elecciones, no está dispuesto a dar un paso atrás a favor de otro candidato o candidata del PP. Se ha cerrado en banda con el auxilio de los que disfrutan en su entorno de cargos, prebendas y privilegios, colinas plateadas por donde traza Moncloa su curva de ballesta en torno a Soria. Muchas cosas tienen que pasar para que Rajoy ceda, sobre todo cuando las encuestas internas le aseguran que mejorará sus resultados en unas terceras elecciones.

El caso de Pedro Sánchez es paradigmático. Y cruel. En él solo hay personalismo, personalismo y personalismo. Ni un adarme de atención a los intereses del centenario partido que engrandeció Felipe González, el más sólido hombre de Estado del siglo XX como Cánovas del Castillo lo fue del siglo XIX. El PSOE y el interés general del pueblo español permanecen al margen de la política de Pedro Sánchez que solo piensa en salvar la cara. El 20-D condujo al partido a su peor resultado; el 26-J consiguió mejorar la debacle. En lugar de dimitir y marcharse, que es lo que se hace cuando se pierde de forma tan catastrófica, Pedro Sánchez se ha dedicado a brujulear sin cesar con el fin de permanecer. Entiende la política, según afirmaría Bernard Shaw, como la organización de la idolatría. Rosa Díez ha planteado la situación de forma especialmente sagaz: «Mi pregunta es si en el PSOE de hoy habrá suficiente masa crítica –o suficiente cuajo– para obligar a Sánchez a poner el país por delante de su desahuciado futuro». El líder socialista rinde culto a su ego que utiliza como paraguas cuando es un espejo que refleja su ambición desmedida y la consternación de muchos de sus propios partidarios. «A posponer el hombre está obligado por el sosiego público el privado», escribió Ercilla para los oídos sordos de Sánchez.

La España asqueada tiene conciencia clara de que está sometida al yugo de los personalismos. Las cosas no se solucionan a causa de la actitud de los principales líderes políticos. Y nadie espera ni generosidad ni desprendimiento ni grandeza de miras, solo cínico egoísmo personalista. «Rebaño perdido fue mi pueblo, sus pastores lo engañaron», se lee en el libro de la más grande sabiduría.

Luis María Anson, de la Real Academia Española