Pijos

ABC 24/05/15
LUIS VENTOSO

· ¿Y no será el bolivarismo-chic una nueva forma de neopijismo?

EN la campaña electoral se ha hablado de «los pijos», ese clásico. Pero ¿cómo son hoy? La Real Academia, y disculpen que recurra a algo tan facilón en columnismo, define al pijo como «una persona que en su vestuario, modales, lenguaje, etc., manifiesta gustos propios de una clase social acomodada».

Es decir, el pijo no tiene que estar forrado. Lo que le otorga su esencia julai no es lo que posee, sino que «manifiesta» gustos acomodados. ¿Y cómo podríamos trazar una línea fácil que permita definir lo acomodado? Pues digamos que lo acomodado es aquello a lo que no tienen acceso las personas del común. ¿Ha tenido usted la oportunidad de hacer cursos de formación en Cambridge, California y Suiza, previo paso por un Erasmus en Bolonia? Yo no, desde luego. ¿Le han brindado a usted la oportunidad de aparecer en dos cadenas de televisión casi todos los días dando sus opiniones? Me temo que no. ¿Dispone usted de escolta de Interior y reparte su vida entre Madrid y Estrasburgo? Será raro. ¿Ha vivido usted de la universidad pública, ha publicado libros y ha recorrido Sudamérica dando charlitas (bien pagadas) y buenos consejos? No creo. ¿Ha trabajado usted su aspecto estético con obsesión para ofrecer una imagen propia, diferenciada del común? Puede ser, pero no es lo usual. ¿Sus padres eran personas que trabajaban en el sector privado, expuestas a los reveses de la economía, o se trataba de un alto funcionario, delegado provincial de Trabajo, y una abogada de fuste de los sindicatos, que podían llevar vidas cómodas con nóminas buenas y seguras? ¿Se ha comprado usted el piso en el que vive con esfuerzo y ahorro o se lo ha cedido su tía generosamente? ¿Es usted un ser del montón, que ve en la tele «Cuéntame» y el programa de cocineros de turno, o un iniciado que ya analizaba las series de culto americanas «The Wire» y «Juego de Tronos» cuando en España solo cuatro gurús sabían que existían?

Pablo Iglesias, de 36 años, ha dicho que quiere «acabar con los pijos». Allá en los ochenta, detectar a un aspirante a pijo no tenía pérdida: gomina a saco (con rulitos en la nuca mejor), jersey a los hombros, camisa de caballito, Levis de vitola roja y castellanos. La familia, socia del club deportivo más chic de la ciudad, y un hablar «o sea, ¿sabes?», trufado de tacos epatantes. Pero hoy todo eso se ha quedado casi para las caricaturas de las películas de «Torrente». Si vistes de traje y atildado, cuando entras a hacer un recado al Corte te confunden con el dependiente. Ahora lo «cool» es el neopijo: camisa remangada y ceñida, bien colocada, unas pulseritas de informalidad estudiada –tema ecuménico, que une a derecha y bolivarismo chic–, el móvil (de última generación) caído al descuido el bolsillo de la camisa, unos chinos, una buena coleta y una entonación que incluso recitando clichés comunistoides viene a ser la de Tamara Falcó.

Si el señor Iglesias hubiese tenido que irse de marinero al Gran Sol a los 18, si se hubiese destrozado los pulmones en los pozos de Asturias, si fuese un superviviente de una patera, tendría un leve pase su rencor contra «los pijos». Pero a la luz de su vida y obra, a lo mejor a Pablo O Sea le falta un espejo.