ABC 22/08/14
DAVID GISTAU
· El lío que Ciudadanos y UPyD se hacen en un espacio sociológico pequeño no sólo arruina su credibilidad, sino que casi parece una autoparodia de la fragmentación tribal a la española
Las existencias paralelas de Ciudadanos y UPyD, su imposibilidad de expandirse juntos pese a la semejanza de los argumentos vertebrales, siempre ha recordado lo irreconciliables que en «La vida de Brian» eran el Frente Judaico Popular y el Frente Popular de Judea: «¡Sólo a ellos los odiamos más que a los romanos!». Sólo a ellos los odiamos más que al nacionalismo y el bipartidismo. Cada partido parece una escisión del otro, con militantes, candidatos e incluso intelectuales fundacionales intercambiables. Si el PP se convirtió en un partido de poder gracias a su capacidad de atraerse todo cuanto estuviera «a la derecha del PSOE», en una suerte de transversalidad relativa, el lío que Ciudadanos y UPyD se hacen en un espacio sociológico mucho más pequeño no sólo arruina su credibilidad como posibles hacedores de grandes proyectos de convivencia –si no se entienden con los semejantes, ¿cómo van a hacerlo con los distintos?–, sino que casi parece una autoparodia de la fragmentación tribal a la española. No ignoro que es injusto culpar a Ciudadanos, pues la brecha permanece abierta por el empecinamiento de UPyD, por un personalismo jerárquico bien resumido por una anécdota que tuvo lugar durante la recepción en el salón de los Pasos Perdidos cuando fue inaugurada la legislatura: los diputados, aún novatos, de UPyD erraban muy juntos, como asustados, mientras preguntaban: «¿Habéis visto a Rosa?».
El boicot autoinfligido de UPyD es aún más pernicioso en un momento en que el auge arrollador de Podemos le ha neutralizado el personaje y reducido las expectativas electorales. UPyD era una propuesta interesante en un ambiente menos nihilista y airado: una alternativa a los partidos hegemónicos que no se iba extramuros del sistema, que no refutaba Parlamento ni Constitución. Incluso el embrión de un partido bisagra que rompiera la coacción de cuando sólo se podía estabilizar un gobierno negociando con el nacionalismo. Podemos ha destrozado esos supuestos al erigirse como polo de atracción de todos aquellos para quienes no es suficiente colisionar con los partidos tradicionales de gobierno, o al menos abandonarlos: el grado de ira requiere alistarse con quien rompa con el sistema todo, con los fundamentos del ciclo de la Transición. Así, hasta UPyD, que en tiempos menos desgastados se pretendía un actor regenerador, ahora está, en los guateques del antibipartidismo, tan envejecido como el padre estricto que entra buscando a sus hijos. Y que además sostiene un discurso intelectual demasiado tedioso ante la emotividad primaria, adolescente, de las nuevas demagogias.