La radio de la mañana suelo escucharla por la tarde, en el cómodo pódcast. Soy de los que lo ponen, a veces, al doble de velocidad, por lo que la adrenalina multiplicada irrumpe en mi languidez de jornada vencida. Hay una mezcla, entonces, de alteración y amortiguación: la actualidad llega rabiosa pero como a distancia. La tertulia que elijo es la de Carlos Alsina en Onda Cero, que es la peor de la radio española con exclusión de todas las demás.
Los miércoles son particularmente horrorosos. A eso de las nueve (hora del pódcast) conectan con el Congreso de los Diputados para ofrecer el arranque de la sesión de control al Gobierno. Suele empezar Pablo Casado, atropelladamente; lo paso a velocidad normal y el ritmo sigue siendo atropellado. Cada miércoles está peor que el anterior y el último estuvo peor que nunca, dudo que lo supere el siguiente. Fue el miércoles del «coño». Casado no se encuentra bien, está electrificado: como si hubiera somatizado las convulsiones del PP, o se le manifestara corporalmente el canelo que ha hecho por haber arruinado el impulso del 4-M.
Como todos los miércoles, sin embargo, sé que me hundiré aún más en la depresión porque luego viene algo más horroroso todavía: la respuesta de Pedro Sánchez. Con su voz ahuecada y su pose de estadista de pega, hablará desde una altura de miras falsa, que ni tiene ni se ha merecido (sino todo lo contrario). Aprovecha el batiburrillo faltón del otro para construirse un castillo de pureza en que anidar. Siendo también faltón a su manera, naturalmente; con ese desprecio por el otro que no es sino el envés del aprecio sin límites (también electrificado) que se tiene a sí mismo.
A continuación una tertuliana progubernamental critica el desprecio por las formas. Se refiere a las de Casado: las de Sánchez se acomodan a sus exigencias. Lo siente igual Sánchez. Este ha predicado desde su atalaya el respeto por las Cortes Generales, en cuyo cumplimiento formal se autoinstala. Aunque habrá que decir que su desprecio por el fondo tiene como mínimo una traducción formal. Porque lo cierto es que no responde a las preguntas que se le hacen, que es de lo que formalmente se trataba.
El control se queda en cero. No hay diálogo ni parlamentarismo con el presidente. Así que, de un lado, preguntas atropelladas y ataques. Y del otro no respuestas, sino predicaciones y más ataques. Es un ping-pong de besugos.