Tonia Etxarri-El Correo
Cuando llegue el turno de las elecciones municipales y forales se hablará más de las cosas de casa. Ahora el foco deja en zona de sombra las promesas locales porque lo que está en juego el 28 de abril es la composición del próximo Gobierno de España. Por eso, entre la gran disyuntiva en torno a una España unida o fracturada, empiezan a asomar propuestas económicas y ofertas de alianzas. Porque a Pedro Sánchez no le interesa nada hablar del desafío secesionista catalán. En ese frente, sale mal parado. Le caen los reproches de sus adversarios por su permisividad hacia los rupturistas catalanes. Por eso ayer, en la puesta de largo de su programa electoral, no dijo ni una palabra del ‘procés’. Prefirió desplegar sus 110 medidas dando por hecho que la economía va a seguir creciendo. Con sus propuestas de ingreso mínimo vital para erradicar la pobreza infantil, mucho Pacto de Estado (en educación, en su contrarreforma laboral reducida, contra la corrupción, contra la violencia de género…). Matrícula universitaria y dentista gratis y ley de libertad de conciencia. Una presentación sin contrarréplica ni preguntas. En sus ocho meses en La Moncloa solo ha comparecido en tres conferencias de prensa. Y como, desde la convocatoria de elecciones, su Gobierno ha aprobado un aumento de gasto público de 1.950 millones sin compensación de ingresos, no está dispuesto a someterse a preguntas incómodas. ¿Cómo va ajustar los 12.000 millones por desviación del déficit para 2019? Por ejemplo. Pedro Sanchez se está blindando frente a los medios. Aparece. Mitinea. Pero no responde. En su programa no se concreta la subida de impuestos. Para no asustar. Que son medidas muy impopulares y solo los izquierdistas y populistas las defienden.
De Cataluña, ni mención. Con la que está cayendo. Tan solo una referencia a «una España de las autonomías fortalecida». ¿Qué significa? ¿Una vuelta al redil de la legalidad constitucional sin caer en tentaciones de aventuras compartidas con los secesionistas? Para mayor concreción habrá que esperar al 28-A. Según de quién dependa para gobernar, su veleta apuntará al norte o al sur. Mientras, desde Cataluña, un Iceta fortalecido por las encuestas hace un brindis al sol creyendo que si él le pide a los nacionalistas que renuncien a un referéndum sobre la independencia, le van a hacer caso.
A los ‘sanchistas’ les gustaría no tener que depender de socios tan incómodos para poder gobernar. Pero en las gradas constitucionalistas pintan bastos. Casado y Rivera han hecho de la urgencia de echar a Sánchez su motivación de campaña. Pero discrepan en la forma. El líder de Cs, presionado por tantas suspicacias ante su indefinición y el estancamiento en las encuestas, necesitaba demostrar que su negativa a pactar con el PSOE iba en serio. Por eso brinda ahora su apoyo al PP. Una apuesta de doble riesgo: su electorado desengañado con el PSOE que le votó como opción centrista podría refugiarse de nuevo en la papeleta socialista si ve que su voto acaba avalando un Gobierno de derecha. Y, por otra parte, su electorado conservador quizá opte directamente por el voto útil y acabe depositando su confianza en el PP. Casado sobreactúa insinuando que la palabra de Rivera es tan volátil como el importante porcentaje de votos. Y los dos se enzarzan en el mismo espacio. En ese pulso, seguirá ganando Sánchez. Porque a su izquierda hace tiempo que se difuminó la competencia.