Ignacio Camacho-ABC
- La izquierda trata de rescatar a Vox de la intrascendencia para empequeñecer a Ayuso y sacarla de la escena
Ruido. Sobreactuación. Bronca. Barro. A falta del juego sucio, que tal vez sea la traca final, en la campaña de Madrid ha aparecido el estruendo, la agitación efectista del ambiente a base de decibelios. La provocación taruga de Monasterio no es el motivo sino el pretexto de un giro que la izquierda decidió emprender la misma noche en que fracasó su intento de convertir el debate en un despeñadero donde Ayuso debía descalabrarse sin remedio. En ese mismo momento el puente de mando de la Moncloa, que coordina la estrategia tripartita, dio la orden de cambiar de adversario y apuntar hacia Vox para estimular el voto de rechazo. La maniobra es desesperada pero no torpe porque cuenta de antemano con
la respuesta bizarra de un partido también necesitado de abrirse paso, de encontrar una cuota de protagonismo, una vía de escape del plano opaco al que el auge de la líder del PP lo ha relegado. Era lo que Iglesias quería: una confrontación a brochazos, fascismo frente a democracia, un trampantojo plebiscitario. El sanchismo se lo ha concedido con tal de salvarse del naufragio que presiente ante la endeblez de su candidato.
La alianza gubernamental ha dado a Ayuso por inalcanzable. Está incólume, acorazada ante cualquier ataque. Para los votantes emocionales es el ariete contra Sánchez; para los pragmáticos, la dirigente que les ha abierto las terrazas, los comercios, los teatros, los bares. Ha sabido entender que en Madrid hay muchos núcleos familiares que viven en pisos pequeños y valoran como nadie la libertad de disfrutar de la calle. Y conoce sus propias debilidades lo bastante para huir de situaciones en las que corra riesgo de equivocarse. No ofrece flancos a los rivales, que han decidido buscar la brecha por otra parte. Con el espantajo de la ultraderecha tratan de empequeñecer la relevancia de la presidenta, tensar la cuerda de la polarización a ver si cambiando el marco de referencia logran sacarla de la escena. A Vox también le conviene ese desafío porque lo rescata de la intrascendencia. Plantar cara a Podemos le otorga visibilidad y lo mete de lleno en una contienda de la que estaba quedándose fuera. Los costes de esta operación de trincheras los pagará, como siempre, la normalidad de la convivencia.
Pero al desplazar el eje de la campaña, la izquierda allana también el terreno en previsión de una muy probable derrota. En el caso de que los escaños de la derecha radical sean decisivos en la conformación de una mayoría, la propaganda oficial minimizará el triunfo liberal en una ofensiva contra el peligro involucionista. Parecerá que las tropas de Franco han tomado el poder de la autonomía. El objetivo entonces ya no será Ayuso sino Casado, al que van a pintar como cómplice del fascio, amenaza inminente contra el progreso democrático. Madrid es el ensayo del argumentario con que el Gobierno se va a jugar la defensa del mandato.