LIBERTAD DIGITAL 30/05/17
CAYETANO GONZÄLEZ
· Siento decirlo, pero es lo que pienso: no somos un país serio.
Siento decirlo, pero es lo que pienso: no somos un país serio; porque si lo fuéramos, el bochornoso espectáculo que en los últimos años se viene produciendo en las finales de la Copa del Rey de fútbol, con sonora pitada al himno nacional y al jefe del Estado, no se toleraría de ninguna de las maneras. No se puede seguir consintiendo que unos miles de personas insulten de esa manera y falten al respeto a uno de los símbolos de una Nación o a la máxima autoridad del Estado.
¿Fórmulas para evitarlo? El presidente de la República Francesa Nicolás Sarkozy ya enseñó el camino en el 2008. Tras un partido de fútbol Francia-Túnez, en el que parte del público asistente pitó cuando se interpretó La Marsellesa, Sarkozy advirtió: si se vuelve a repetir una situación así, el partido se suspenderá y se reanudará cuando las autoridades lo decidan.
Otra posible alternativa sería que el Rey y las autoridades que le suelen acompañar –ministros, presidentes de comunidades autónomas, alcaldes, los presidentes de los clubes que jueguen la final– abandonaran el palco en caso de producirse la pitada. Pero tienen que irse todas las autoridades; el pasado sábado, si fuera por ellos, seguro que Puigdemont hubiera seguido, muy probablemente también Urkullu, y no digamos nada del presidente del Barça, Josep Maria Bartomeu, que para eso ha apoyado el prusés.
Tampoco tienen un pase los argumentos que desde el pensamiento débil o desde el más absoluto de los relativismos se suelen dar para evitar que estas cosas pasen. La última majadería la dijo en La Sexta, dónde si no, un personaje como Javier Sardá: que se suprima en esos acontecimientos la interpretación del himno nacional –propuso– y que se toquen en su lugar los himnos de las comunidades autónomas a las que pertenezcan los equipos contendientes. Es decir, que si no quieres caldo, toma dos tazas.
Y el argumento de que pitar al himno y al Rey es un ejercicio de libertad de expresión podría ser considerado si, como escribió esa misma noche en un tuit el eurodiputado del PP, Carlos Iturgaiz, se aceptara lo siguiente:
Yo también quiero ejercer mi libertad de expresión para decir a todos los que han pitado el himno nacional de España que son unos hijos de puta.
Un tuit por el que el eurodiputado popular ha recibido en la red miles de insultos y de descalificaciones de los nacionalistas de siempre y de los podemitas de turno. Pero al menos un político se ha atrevido a decir en público lo que piensan muchos ciudadanos.
Cuando el sábado se volvió a pitar al himno y al Rey, me vino una vez más a la memoria, y sentí envidia, la imagen de los ciudadanos franceses cantando La Marsellesa mientras abandonaban el estadio parisino de Saint Denis como consecuencia de los ataques terroristas que tuvieron lugar en la noche del 13 de noviembre de 2015, y que costaron la vida a 137 personas.
El respeto al himno, a la bandera, a los símbolos de un país, es mucho más que una cuestión de educación. Forma parte de la cultura democrática, de una forma de entender la convivencia y el respeto a quien no piensa como uno, que evidentemente no tienen quienes participan en ese tipo de afrentas. Con el agravante de que si los ofendidos fueran los símbolos de las comunidades autónomas en la que viven, Cataluña y el País Vasco, los epítetos y descalificaciones por parte de todos –autoridades de esas comunidades incluidas– hacia quienes osaran pitar Els Segadors o el Gora ta Gora serían de grueso calibre: fachas, provocadores, fascistas, etc.
Hay que poner coto a este nuevo deporte nacional consistente en pitar al himno y al Rey en las finales de la Copa. Esa tarea debería liderarla el Gobierno, pero otros estamentos de la sociedad civil tendrían que implicarse. Y, por supuesto, también lo tendríamos que hacer la inmensa mayoría de los ciudadanos, que nos sentimos muy cabreados y ofendidos cuando vemos que suceden esas cosas y no pasa nada.