Plusvalías vascas

Ignacio Camacho-ABC

El PNV ha visto la oportunidad de un arreón estratégico. Y tiene inteligencia orgánica para aprovechar su momento

En España se dice que Pedro Sánchez miente, parafraseando a Camba, como se dice que el caballo relincha, el buey muge o el gallo canta: como si su mendacidad fuese fruto de la biología, de la inclinación natural o del instinto. Pero la realidad demuestra que las abundantes mentiras presidenciales tienen un carácter utilitario y selectivo; o dicho de otra manera, que siempre trata de engañar a los mismos administrando las trampas y los embustes con una esmerada atención a la relación coste/beneficio. No hay más ver con qué puntualidad se cuida de cumplir la palabra dada por escrito a los diversos nacionalismos, sin cuyo respaldo la legislatura pende de un hilo. Los separatistas catalanes le exigieron la libertad de

los presos del procés y ya están casi todos fuera; le reclamaron una mesa y la semana que viene se sentarán en ella. El PNV, siempre más pragmático en apariencia, reivindicó un botín de competencias que van desde la Seguridad Social o los aeropuertos a los Paradores o la inspección de pesca, y ésta es la hora en que tiene firmadas las primeras de un total de treinta. Antes de final de año espera trincar la administración de las cárceles y con ella la decisión sobre el tratamiento de las condenas de los reclusos de ETA.

Gracias a la obsequiosidad sanchista y al disfraz de nacionalista sensato, Urkullu va avanzando sin reparos en la progresiva disolución del Estado en el País Vasco; no hay nadie en España que haya sacado nunca tanta plusvalía de media docena de escaños. Sigue el libreto de Pujol, poquito a poco y paso a paso, con fama (cierta) de buena gestión y excelente mano para tapar escándalos; con el del vertedero de Zaldívar a cualquier político de otro signo lo hubieran corrido a gorrazos. El irredentismo catalán y su propio talante le proporcionan aureola de moderado. Pero el lendakari está exactamente -incluso literalmente a veces- en la posición de Artur Mas hace quince años, presumiendo de estabilidad en la gestión y apartando la tentación de la independencia con ademán displicente y apático mientras el resto del partido, o la mitad de él, se muestra mucho más arriscado. Y como en Cataluña, la anuencia miope o el favoritismo interesado de los Gobiernos españoles está vaciando el modelo de cohesión a base de privilegios varios con los que el teórico aliado construye una nación a plazos… y aventa el sueño expansionista por territorio navarro.

La debilidad parlamentaria y la inconsistencia ideológica del sanchismo, más el proyecto de deconstrucción constitucional de Esquerra y Podemos, han dado al milenarismo jeltzale la oportunidad de un acelerón estratégico. Y es una organización con la suficiente inteligencia colectiva como para aprovechar su momento. Ante tan reputada tradición de expertos en la deslealtad sin remordimientos, hasta un presidente tan desaprensivo como el actual les tiene respeto.