Los dos partidos nacionalistas han comprobado que su desgaste a la hora de la verdad es mínimo y aspiran a ser el referente de los votos huérfanos de Batasuna
MADRID. El pasado día 29, y después de que Begoña Errazti desde Pamplona y Rafael Larreina desde Vitoria intentaran, sin conseguirlo, hablar por teléfono con Joseba Eguibar y Josune Ariztondo, Juan José Ibarretxe decidió entrar en acción. A primera hora de la mañana de ese día, el lendakari -a cuya intervención ya habían apelado algunos miembros del propio Gobierno- se puso en contacto con PNV y EA para citar en Ajuria Enea a las comisiones negociadoras de ambos partidos. Ibarretxe les llamó recogiendo el sentir de la opinión pública nacionalista, que ha mantenido una presión constante para evitar experimentos con una fórmula que el 13 de mayo les dio el triunfo. Además, no se puede permitir el lujo de caminar con rendija alguna, en este periodo en el que se debe culminar el «plan Ibarretxe».
Allí, en la sede de la presidencia, Ibarretxe puso sobre la mesa los argumentos que, a su juicio, justificaban con creces superar las diferencias y, a partir de ahí, se inició una reunión de 15 horas. En medio del sigilo y con nocturnidad, se llegó al acuerdo electoral que propios y extraños han considerado siempre como inexorable y que, en concreto, el PNV ya se había planteado a sí mismo el pasado mes de noviembre. Fue entonces cuando hizo saber su propósito de modificar la ley electoral que afecta a las Juntas Generales; en aquella ocasión, la polémica duró apenas dos días: se consideró como un auténtico atropello, una zafiedad política. Entonces el PNV calló y la impresión general es que ese anuncio oficioso no era más que un globo sonda; de hecho, todos pasaron página.
Coalición inexorable
Todos menos los interesados, porque la coalición inexorable ha comenzado su trayectoria llevando al Parlamento la propuesta de ley necesaria para abordar esa modificación. De esto se habló y con detalle en la reunión de Ajuria Enea y, en 48 horas, el nacionalismo gobernante formalizó un auténtico golpe de mano, que si se consuma daría a la coalición ese margen de maniobra necesario para quitar terreno en Álava y Vizcaya a los partidos de oposición. En el primero, se trata de ser la lista más votada; en el segundo, en Vizcaya, de no depender de nadie, porque con nadie quieren acuerdos que superen el umbral de lo que llaman «el día a día».
De la firma de este acuerdo y de su primera decisión conjunta se pueden extraer varias conclusiones. Una de ellas, y no poco importante, es que Arzalluz se puede ir tranquilo. Ibarretxe ha cogido el testigo y, además, todos le reconocen la autoridad que el mismo ha tenido atribuida durante 20 años. Hay que concluir también que el nacionalismo gobernante está diciendo que va a por todas, que el acuerdo del 13 de mayo no es un acuerdo táctico, que no se ha dado un paso atrás, ni en los planes ni en el calendario. Si juntos salvaron los muebles el 13 de mayo, no son estos tiempos de hacer experimentos.
La coalición, se afirma desde el PNV, «es la mejor fórmula, la coherente para afrontar lo que queda de legislatura y lo que queda por delante es decisivo». Además, están esos 80.000 votos procedentes de la izquierda abertzale, que ahora más que nunca necesitan de un referente. La no coalición «habría generado orfandad política en muchos sectores que el 13 de mayo confiaron en nosotros. ¿Cómo hubiéramos explicado el no ir juntos?», se pregunta un cualificado dirigente del PNV.
La interrogante ha sido un elemento decisivo para el acuerdo. El desacuerdo estaba basado en el nivel de representación de EA. Las valoraciones al respecto eran distintas y EA ha querido preservar su terreno frente al grande. Estos escollos se han salvado y con ello la necesidad de dar respuesta a una complicada interrogante a unas bases, las de los dos partidos, muy movilizadas y muy satisfechas con el éxito del 13 de mayo y que ahora han presionado desde dentro y desde fuera para que la coalición fuera una realidad.
Atención parlamentaria
Con la tranquilidad de sentirse mutuamente amparados y la máxima de que «en este Parlamento no es posible una mayoría distinta a la que nosotros representamos» -como gusta decir a Ibarretxe-, los meses de febrero y marzo van a ser de sumo interés parlamentario. No sólo se va a debatir la modificación electoral propuesta por la coalición, sino que, además, Ibarretxe verá hecho realidad el compromiso adquirido el 27 de septiembre de 2002 sobre la puesta en marcha del Observatorio de Derechos Humanos. El proyecto de ley correspondiente ha entrado esta misma semana en el Parlamento.
Si los plazos se cumplen, a comienzos de abril habrá Observatorio y modificación electoral. Ninguna de las dos iniciativas provocan asco en el grupo de Arnaldo Otegi con el que no es necesaria negociación alguna. Está en la inteligencia política que todo lo que sea quitar terreno a PP y PSE es quitar obstáculos al nacionalismo en sus diversas expresiones.
Así las cosas y sobre este tablero político, PP y PSE se enfrentan a un verdadero golpe de mano electoral diseñado desde hace meses. Además, el reconocimiento expreso y público de que la coalición municipal y foral es para reforzar el Plan Ibarretxe, vuelve a poner las cosas en su sitio. Es difícil describir la indignación y el escándalo que ha provocado la pretendida reforma electoral, pero PNV y EA asumen el riesgo: han comprobado que su desgaste, a la hora de la verdad, es mínimo y saben que tienen que preservar, por encima de todo, la debilidad de su fortaleza. La deriva que va a tomar la campaña cumple fielmente las previsiones populares que -siguiendo la máxima de Mayor Oreja de colocarse siempre en el escenario más difícil- contaban con la coalición, aunque no con el golpe de mano de la normativa electoral, y con la decisión nacionalista de hacer de estos comicios un primer test ciudadano al Plan de Ibarretxe. Hoy más que nunca, el PP cree necesaria una acción conjunta de la oposición no nacionalista Los socialistas, coincidiendo con el diagnóstico, optan por otra receta. Sostienen que es más eficaz que cada partido, PP y PSE, hagan su propia campaña, mantengan sus propios discursos para «luego sumar».
Charo Zarzalejos, ABC, 3/2/2003