ABC 01/02/16
IGNACIO CAMACHO
· Con su adopción táctica de la democracia directa, asamblearia, Sánchez arrastra al PSOE hacia el modelo populista
PARA escapar de la tenaza crítica de los llamados barones, Pedro Sánchez ha decidido podemizar el PSOE. Lo quiere convertir en un partido asambleario, convencido de que sus militantes son mucho más de izquierdas que sus dirigentes: exactamente la tesis que mantiene Pablo Iglesias. Sólo que Iglesias lo hace para hostigar al aparato socialista y arrebatarle el apoyo de su base electoral. En su proceso de aproximación a quien puede darle la Presidencia, que no el poder, Sánchez interioriza el argumento del rival para usarlo contra sus propios cuadros.
Con su repentina pasión por la democracia directa y el «empoderamiento» mediante referendos, el secretario general arrastra al PSOE a la deriva populista, un estilo político autoritario y carismático que pretende conectar el liderazgo con la base saltándose la jerarquía y los estatutos de la organización. Así funciona el poder interno centralizado de Podemos, cuyas consultas son una mera pantomima a través de un voto electrónico con censo dudoso. Confundir las primarias para la elección de candidatos con un sistema referendatario permanente de cualquier decisión de relieve equivale a transformar de manera unilateral el modelo de partido por mera desconfianza hacia sus estructuras de representación. Sánchez está tan encariñado con la idea de pactar con el populismo que parece dispuesto a empezar adoptando sus métodos. Menos le gustará, sin embargo, que Iglesias le imponga su famoso procedimiento revocatorio, importado del régimen bolivariano, para someter su hipotética presidencia a un examen periódico. Pero difícilmente podría impedirlo si comienza por implantar el patrón en su propia casa.
La maniobra del líder socialista demuestra que no es más que un político táctico, sin capacidad de abstracción para armar una estrategia, porque no tiene otra que la de presidir el Gobierno aunque no pueda mandarlo. Lo que le importa es zafarse del control de los dirigentes críticos, eludir su veto para alcanzar un objetivo personal. Y revela una cierta mala conciencia sobre sus propósitos porque ninguno de sus coroneles le objetaría una alianza razonable. Para negociar con Ciudadanos, como le aconsejan los más sensatos, no necesita ningún referéndum; el problema es que está resuelto a echarse en brazos de gente de poca confianza.
Por otra parte, si llegase a instrumentar el acuerdo con Iglesias, los miembros de Podemos también tendrían que votarlo. Y podrían darse dos supuestos paradójicos. Uno, meramente teórico por improbable, que la candidatura de Sánchez alcanzara menos respaldo entre los suyos que entre los adversarios. Y el otro, que los círculos morados le diesen calabazas. En ambos casos quedaría ridiculizado, pero en el segundo involucraría en el fracaso a unos militantes a los que, en el fondo, les va a preguntar si le dan permiso para repartir unos cuantos miles de cargos.