ISABEL SAN SEBASTIÁN-ABC

  • La culpa no recae sobre Pablo Iglesias o Irene Montero, sino sobre Pedro Sánchez, que los metió en el Gobierno

Cuando le preguntaron a Pablo Iglesias si no le chirriaba lanzar un mensaje pretendidamente feminista desde una televisión iraní, epicentro mundial del maltrato institucional a la mujer, respondió con chulería: «Hay que saber cabalgar contradicciones». El líder de Podemos no hacía ascos a nada con tal de «tomar el cielo por asalto» y «contradicciones» era un sarcasmo muy adecuado para denominar su conducta. Una broma de mal gusto. Una manifestación de soberbia muy propia de su catadura. Un eufemismo falsario empleado como tapadera de su incoherencia inmoral, de su disposición a colaborar sin la menor repugnancia con un régimen tan deleznable como el de los ayatolás feminicidas, a cambio de que le ayudaran a emitir su propaganda engañosa. Un retrato del personaje que aún gobierna con puño de hierro a la formación morada, desde las sombras del destierro al que lo envió Ayuso, y que continúa por la misma senda, acumulando infamia tras infamia en su proceder político. Empezó valiéndose de las mujeres a fin de escalar hasta la cima y las sigue utilizando, sin escrúpulos, en el empeño de minimizar el descalabro que se avecina en las municipales y autonómicas donde más de un sondeo augura la desaparición de sus siglas.

Si hay que cabalgar una ley que, en nombre de las mujeres, beneficia a la peor escoria de violadores y pederastas, se cabalga hasta el final. ¿Acaso no se hizo bandera de ese engendro legislativo aprobado a todo correr para presumir de él en las calles desafiando a una pandemia? Todo vale cuando el fin se traduce en poder. Por eso, si dicha ley divide al movimiento feminista, si destruye su cohesión, si genera crispación social e indignación en los ciudadanos, se cabalga con mayor entusiasmo, porque en esas aguas cenagosas Podemos pesca más votos que el PSOE o la plataforma creada por Yolanda Díaz. Esos son sus caladeros, a decir de las encuestas. El fango donde habitan esas individuas cuya aportación a los actos del 8-M consiste en corear, entre risas, consignas como «¡qué pena me da que la madre de Abascal no pudiera abortar!», jaleadas por una secretaria de Estado que cobra de nuestros impuestos más de 120.000 euros. Esa es la clase de montura que les gusta cabalgar a Iglesias, a Montero, que pasó de la pancarta al Ministerio de Igualdad, o a la fiel Ione Belarra, siempre presta a acompañar, obedecer y aplaudir. Esa es su peculiar forma de «asaltar el cielo» sin arriesgar ni siquiera la pingue remuneración que acompaña al coche oficial. Claro que la culpa no recae sobre el jinete o las amazonas, sino sobre Pedro Sánchez, director de la carrera, que los metió en su gabinete y allí los mantiene, calentitos, a pesar de sus muchos desmanes y de la gangrena que extienden por un Gobierno corroído e incapaz de gobernar.