LA SESIÓN de ayer del debate de investidura en el Congreso fue un fiel reflejo de lo que cabe esperar de esta legislatura. Incluida la bochornosa actitud de los diputados de Podemos, que abandonaron en bloque el Hemiciclo como protesta por una alusión desafortunada del portavoz popular, Rafael Hernando, y la negativa de la presidenta de la Cámara a darle a Iglesias un turno de palabra para responderle. Minutos después, todos volvieron a ocupar sus escaños. Fue un lamentable espectáculo, impropio de la vida parlamentaria, que refleja la falta de respeto a la institución de esta formación.
Durante su discurso, Pablo Iglesias se esforzó por erigirse en protagonista tras exhibir su habitual prepotencia y, lo que es peor, su profundo desprecio a la sede de la soberanía nacional. Su partido sigue sin renunciar a comportamientos más propios de realities televisivos o performances callejeras que de las instituciones en las que está presente.
El líder de Podemos dejó claro al resto de las formaciones que no van a poder contar para nada con su partido, esgrimiendo el discurso antisistema en el que se ha instalado tras sus adversos resultados electorales. Como politólogo que es, Iglesias debiera saber cuán importantes son las formas en democracia. Y sus insultos extemporáneos –«hay más delincuentes potenciales en el Congreso que fuera»– sólo ponen en evidencia su orfandad argumental y las simplificaciones que tanto le gustan.
En su impostado intento de desmarcarse del PSOE, se pasó de frenada con un discurso en el más rancio estilo bolivariano que supone todo un cuestionamiento a la democracia representativa. «Sólo me debo al honor de mi patria y de los ciudadanos de mi país», dijo a quienes son los legítimos representantes de la nación.
Más grave aún resulta que el líder de una formación que aspira a gobernar España esgrima los referéndums de autodeterminación como el bálsamo de Fierabrás ante el desafío soberanista catalán y el encaje de la «España plurinacional». No hay más sordo que el que no quiere oír. Y bastan las intervenciones de ayer de los portavoces de ERC o de la antigua Convergència para constatar que algunos no están dispuestos a una mejor integración en España, porque, sencillamente, aspiran a romperla. Pero para políticos como Iglesias es mucho más cómodo seguir instalados en la demagogia que en buscar soluciones constructivas.
El todavía presidente en funciones le recordó con sentido común al líder de Podemos que ha sido el PP quien ha ganado las elecciones y apeló reiteradamente al diálogo y a dejar atrás maximalismos para alcanzar acuerdos de Estado. Nuevamente se mostró prudente en la forma y abierto al diálogo en el fondo.
Albert Rivera recogió el guante de los consensos lanzado por Rajoy, pero advirtió de que su apoyo no es en absoluto un cheque en blanco. Y volvió a pedir al PSOE, en tono constructivo y con sentido de Estado, que se sume a las reformas «sin mirar a los populismos». No estuvo brillante pero sí solvente en sus argumentos.
Antonio Hernando, el portavoz socialista, era quien tenía la papeleta más difícil. Hizo malabarismos dialécticos para insistir en que su partido ofrece únicamente «una abstención de investidura, pero no un acuerdo de legislatura». La mayor crítica que cabe hacerle es que sus razones para votar en contra ayer y favorecer la investidura mañana son las mismas que podían argumentarse hace unos meses, lo que hubiera evitado la parálisis institucional. Dicho eso, Hernando superó el trago recurriendo a un relato que vuelve a situar al PSOE en la moderación política.
Repasó algunas de las decisiones que los socialistas han adoptado en las últimas décadas, como el abandono del marxismo en plena Transición o la defensa de la integración de España en la OTAN. Hernando reivindicó que el PSOE es un partido con vocación de centralidad política, fundamental para la estabilidad de este país y que en los momentos más duros ha antepuesto el interés nacional al suyo. No le falta razón en este sentido. Pero, justo por ello, es incoherente el empeño en repetir que los socialistas no colaborarán en la estabilidad de una legislatura tan complicada. Como el movimiento se demuestra andando, veremos cuál es la actitud que adopta el PSOE para facilitar la gobernabilidad, pero lo que no podrá es seguir instalado en esta esquizofrenia de facilitar que haya un Gobierno y sostener que van a hacer una implacable oposición.