- La izquierda compite para desaparecer del mapa político madrileño con casos paradigmáticos como un Sotomayor, el postulante de Podemos, protagonista de una campaña desbordada de odio y disparates
Ser atleta, llamarse Sotomayor y no ser gloria mundial de salto de altura es una pequeña broma del destino. Ser político, aspirar a ser alcalde de Madrid y que no te conozca ni el portero de tu finca es una auténtica tragedia. Esto le ocurre a Roberto Sotomayor (Madrid, 44), que tras lograr algunos títulos deportivos próximo ya a la retirada, se lanzó a la conquista del magno sillón municipal sin que apenas algún vecino pueda reconocerlo si se lo cruza por la calle.
Este Sotomayor es el retrato palmario, y algo cruel, del escaso predicamento que la izquierda tiene en Madrid. Es un hombre fogoso, de perfil escurrido como buen trotón del tartán, mirada oscur, verbo estropajoso y elemental. Fue vendedor de corbatas en El Corte Inglés antes que vendedor de peines con Podemos. Quiso Ione Belarra postularlo como cabeza de lista para el Ayuntamiento de Madrid y, lejos de agradecerle amablemente el detalle y renunciar a la propuesta -«gracias Ione, eso me viene grande»- se lanzó a la carrera para competir con Almeida por el despacho de oro de la Cibeles.
Sabido es que su empeño es baldío y su objetivo, inalcanzable. Ahí está el mérito de Sotomayor, quien, consciente de militar en el partido más detestado por los madrileños, como se constató con el batacazo feroz de Iglesias Turrión en su reto navajero a Díaz Ayuso, se esfuerza con entusiasmo en superar tan singular hazaña. Esto es, borrar a Podemos de Madrid y alrededores.
En esta aventura electoral, su pelea no es contra el PP o contra Vox, ni siquiera contra Rita Maestre, vecina ideológica y enemiga acérrima desde las filas de Más Madrid. Su auténtico objetivo es superar el listón del cinco por ciento para que los morados puedan volver al seno de la Corporación, luego de su muy accidentado enredo con Manuela madalenas que derivó en ruptura total y quiebra emocional para los restos. El tradicional navajeo de las izquierdas, siempre acuchillándose los unos a los otros.
He ahí la muestra del desconocimiento olímpico los propagandistas podemitas al suponer que lo de ‘cayetano’ ofende, cuando es un blasón, una medalla, un honor
¿Qué narices pinta un candidato con un físico vulgar, una ideología de recuelo, un partido de damiselas enrabietadas y un discurso de vuelo tan corto como las proclamas enfebrecidas y algo alucinógenas de Pam? Bien sencillo. Hacerse oír, alzar la voz, dar la nota, berrear con insistencia lo de ‘aquí estoy yo’ por ver si alguien lo atiende. Contrató, para empezar, a uno de esos equipos de marketing político que pululan por los laboratorios de la izquierda, tan obvios y faltones. Su glorioso salto a la palestra consistió en imitar a Joan Laporta, el capo del club de fútbol con más tendencia a actitudes mafiosas (sus presidentes han pasado algún tiempito entre rejas) y descolgó un mural gigantesco en la fachada de un edificio del barrio de Salamanca con una leyenda en la que pretendía insultar a los vecinos con el calificativo de ‘cayetanos’. He ahí la muestra del desconocimiento olímpico de los propagandistas podemitas al suponer que lo de ‘cayetano’ ofende, cuando es un blasón, una medalla, un honor. Es el nombre de guerra de los que se movilizaron en primera línea a favor de Ayuso en la arremetida totalitaria del sanchismo contra el Madrid de la pandemia. Primer error de Sotomayor y sus cofrades. Y ya no han cesado de abundar en el ridículo. Anunció luego la creación de 131 playas para conjurar la maldición del ‘vaya, vaya…’, una en cada barrio, y, extrañamente, no se le tomó en serio. La respuesta provocó una general rechifla hasta el punto de que intentó modularla con la promesa de que, además de la playa, facilitaría crema de protección solar gratis para la clase trabajadora y quizás un flotador de patitos naranjas para los menores de seis años. ¿Esto es el escudo social de la izquierda?, se preguntaban los escasos madrileños que prestaron atención a semejantes propuestas.
También ha incurrido en la firme batalla cultural de las fuerzas del progreso, con ideas tan revolucionarías como fomentar escuelas infantiles, zonas verdes
Siguieron otros anuncios de relevancia similar, como aulas preparadas para la emergencia climática (quizás pensaba en el aire acondicionado) y patios escolares prevenidos contra el calentamiento de Greta, o sea, con arbolitos. No todo han sido anécdotas. También ha incurrido en la firme batalla cultural de las fuerzas del progreso, con ideas tan revolucionarías como fomentar escuelas infantiles, zonas verdes, autobuses gratuitos, psicólogos a manta y alquileres a 400 euros para todos y todas. Su ejemplo de ciudad moderna y próspera es la Barcelona de Colau, a medio camino entre la jungla y Beirut. Y su máxima ambición es convertir Madrid en Alcorcón, donde, al parecer, se desarrollan las más espectaculares iniciativas ciudadanas de toda Europa. En la cúspide de su singular programa, desbordado de odio y rencor a cuanto abraza el interior de la M-30, figura su compromiso de retirarle a la periodista Ana Rosa Quintana la medalla de Madrid que acaba de concederle Almeida. Su ticket en la Comunidad, Alejandra Jacinto, algo menos sutil, ha optado por inundar fachadas y camisetas con la fotografía de un contribuyente, en paz con el Fisco y la Justicia, hermano de la lideresa del PP. Un recurso abyecto que no oculta una mentalidad miserable.
‘Arreglar Madrid a la carrera’ es su eslogan de una campaña centrada en destacar el pedigrí de este súper atleta cuyas proezas deportivas son tan irrelevantes y escasas como las neuronas que bailan alegremente por la oquedad del cerebro de su madrina Belarra. ‘Reyes de Madrid‘ es el de la ministra Maroto que compite por la calle del PSOE. ‘Que lo arregle Rita’ es el de Maestre, la niña pija de Más Carmena. ¿Comprenden ustedes el juego de palabras? diría Tip. ¿Comprenden ustedes por qué la izquierda jamás se comerá un colín en la capital y alrededores? El camarada Sotomayor y su ridícula aventura tienen la respuesta.