ESTEFANIA MOLINA-El Confidencial

  • Podemos ha entrado en una fase de berrinche político, mediante quejas por las redes sociales y entrevistas en medios, al constatar su extrema debilidad dentro del Gobierno
Unidas Podemos ha entrado en una fase de berrinche político, mediante quejas por las redes sociales y entrevistas en medios, al constatar de primera mano su extrema debilidad dentro del Gobierno de coalición con Pedro Sánchez. El PSOE se reúne con Ciudadanos sin ellos, el presidente gestiona la salida del Rey emérito sin rendirles cuentas. Sin embargo, la política real se basa en equilibrios de poder. Y, si el poder de presión de Pablo Iglesias frente a Sánchez es hoy raquítico, por ello no debe responder el ala socialista del Gobierno, sino el propio Podemos, como partido adulto que es.

Primero, porque la única baza política que les queda a los ‘podemitas’ hoy es estar en el Gobierno. Por eso, su destino parece abocado a transigir con lo que venga. El desplome en las elecciones vascas y gallegas es un primer aviso sobre el estado de salud de Podemos. Sin escudo territorial, convertidos en un partido cesarista que dirige Iglesias con sus afines, sin discurso creíble de «la gente». Ante ese escenario, es del todo improbable que salten del Ejecutivo, como escribí hace unas semanas: ‘Sánchez acorrala a Pablo Iglesias’. El presidente quizás se haya dado cuenta. Ahora bien, si el único activo político de Iglesias es hoy aferrarse a los cinco ministerios, la autocrítica le corresponde exclusivamente a su cúpula dirigente.

Así pues, a la formación morada solo le queda ya intentar dejar al PSOE en evidencia, emprender la batalla del relato, sin que sus palabras constituyan una amenaza real para el presidente. Irene Montero acusaba al gobierno de «mirar a la derecha» por la reunión de Carmen Calvo con Edmundo Bal (Cs), y pedía «cuidar» la coalición. Sin embargo, no es posible vender como agravio ajeno lo que, en realidad, supone debilidad de Podemos. Eso equivaldría a no responsabilizarse del contexto socioeconómico, huyendo del endiablado equilibrio de fuerzas políticas que hay en el Congreso.

De un lado, si los morados estuvieran pujantes, tendrían la capacidad de atenazar a Sánchez y a una coalición que solo cuenta con 155 escaños, pese a su aparente envergadura en ministerios. No es el caso. Del otro lado, la alternativa a Esquerra es un pacto con Ciudadanos, aunque Podemos prefiera a los primeros. Sin embargo, ERC no es un socio estable a largo plazo. La batalla electoral con Carles Puigdemont se agudizará a partir de octubre con el rearme político del nuevo Junts, la inhabilitación de Torra, y la mesa de diálogo —que tanto necesita Esquerra— aún sin convocar.

Asimismo, la realidad económica aprieta severamente. Sánchez es consciente de los problemas para sacar adelante una legislatura condicionada por los fondos europeos, donde no caben maximalismos ideológicos. Lo sabe la mayoría social de españoles que sufre por llegar a fin de mes. Lo saben los ministerios de Economía y Hacienda, que han pedido 20.000 millones de euros al fondo europeo para financiar los ERTE. Por ese motivo, la formación de Inés Arrimadas es un plato amargo, pero un plato de realismo para garantizar la estabilidad del Ejecutivo y la confianza de los socios europeos.

Precisamente, el propio Podemos debería hacer una reflexión sobre el acuerdo de coalición que aceptó autónomamente por entrar en Moncloa. Conocían los términos el contrato, que no iban a controlar las carteras troncales del Estado. Aceptaron la vicepresidencia social de Iglesias, los ministerios de Montero, Garzón y Castells. Por tanto, ellos solos firmaron que su papel en el Ejecutivo no pasaba por controlar ningún bastión clave para los pactos. Eso, a salvedad del ministerio de Trabajo de Yolanda Díaz. Ahora bien, la reforma laboral es del todo improbable que se derogue, así como Sánchez ha aplazado ya la reforma fiscal.

Por ese motivo, no resultaría casual que los ‘podemitas’ parezcan mediáticamente más incisivos protestando contra la marcha de Juan Carlos I, que contra la dificultad de cumplir un programa de coalición que el covid-19 ha inmolado. La monarquía es un melón que no se va a abrir, y de esa imposibilidad parte de nuevo el germen del populismo. En la cuestión plurinacional, Podemos ha perdido toda credibilidad. En Economía, ya se ha dicho. Pero en cuanto a la Corona, el papel oportunista vuelve a ser tensionar al PSOE e impugnar la institución, sabiendo que la mayoría del Congreso votaría en contra del debate de la República.

Ahora bien, Podemos ha encontrado un filón que al PSOE no le viene nada bien y lo estira como forma de desgaste. Parte de las bases socialistas son republicanas, y de hecho, en cada congreso del partido las juventudes intentan colar alguna propuesta sobre el debate monarquía-república. La dirección suele desmarcarse. Este asunto es demasiado cómodo en Ferraz, pero guardan lealtad cuando están en el Gobierno. Tanta lealtad, que Sánchez ni siquiera ha podido plantearse pactar con el Partido Popular al respecto, como sí hicieron Rajoy y Rubalcaba en 2014, ya que lo contrario hubiese sido pasar primero por Podemos, que para algo era su socio.

Ahora bien, la adultez difiere de otras fases de la vida en la asunción de los propios errores y debilidades, de las consecuencias de lo que se decide. A fin de cuentas, es Podemos quien asume voluntariamente el desgaste de su partido por permanecer en el Gobierno. Quizás porque, fuera de este, la situación electoral podría ser peor para las filas moradas. Podemos y el berrinche político.