EL CORREO 02/02/15
TONIA ETXARRI
· Se equivocan quienes dicen que el ‘efecto Podemos’ no les preocupa
Prueba de fuerza superada. El movimiento que lidera Pablo Iglesias logró con creces abarrotar la céntrica plaza madrileña de Sol el pasado sábado, mientras los canales de las televisiones internacionales se hacían eco de la concentración con una atención similar a la otorgada a una jornada electoral de las consideradas históricas. Pero ni se han celebrado todavía elecciones en nuestro país ni Grecia es España, como se encargan de repetir los partidos políticos, que ven una actitud de emulación de Podemos hacia Syriza y que notan una fuerte sacudida bajo su asiento cada vez que se airea un sondeo de intención de voto.
Cuando Nicolas Sarkozy dijo en 2008 que había que reinventar el capitalismo porque la crisis estaba provocada por un sistema que se había alejado de sus valores, muy pocos imaginaron que los movimientos populistas y los extremos de izquierda y derecha, antisistemas y homófobos acabarían aterrizando en la política para convertirse en la caja de resonancia del descontento generalizado. Pero el presidente francés lo que quiso hacer fue una llamada de atención a la inercia de los partidos asentados. Y apelando a esa generación posterior a la caída del Muro de Berlín que había llegado a creer que la democracia y el mercado arreglarían por si solos todos los problemas, pedía reacción al poder establecido.
Pero no lo ha habido durante todos estos años. Y tanto en Francia como en Grecia se han ido recolocando fuerzas incapaces de resolver problemas, pero con notable habilidad para denunciarlos y aprovechar las circunstancias para presentarse como los adalides del cambio hacia un mundo más justo. Que dicho así, sin concretar, suena de maravilla.
En nuestro país, los ‘podemistas’ han ido soltando ideas sobre la marcha. Intentando canalizar el descontento hacia un proceso de ruptura. La ruptura que no fue, afortunadamente, en la Transición. Ese pacto de convivencia que dotó a nuestro país de un sistema democrático y de libertades que el grupo de profesores que dirige Podemos llama «el régimen». Como si hablasen de una dictadura. Quieren un ajuste de cuentas con quienes condujeron a este país de la dictadura a la democracia. Sin programas. Pero con muchas letanías. Sin propuestas fijas. Pero con mucha verborrea. Sin discursos cerrados sobre el reto independentista. Pero con mucha aparición televisiva en la que, si se sienten molestos con alguna pregunta y no son capaces de evadirse con disimulo, arremeten contra el periodista que se la formula. Todo un ejemplo de talante democrático. Un partido nuevo con ideas tan viejas que resucitan a los clásicos del marxismo y lemas tan antiguos como «el pueblo unido jamás será vencido» tan propio de los tiempos de la Transición de la que ellos abominan.
Lo sorprendente es la pasión de sus seguidores ante la vacuidad de sus propuestas. Su incondicionalidad a pesar del agujero negro de sus argumentos. Su ovación a la demagogia. Les da igual lo que proponga el grupo de Pablo Iglesias. Les gusta cómo suena el rechazo a todo el sistema establecido. El partido «transparente» tiene ya , a pesar de su corto recorrido y de que todavía no ha tocado poder, dos máculas con la beca de Errejón y los servicios pagados de cuatro gobiernos latinoamericanos a Monedero. Pero no importa. Los fans se lo perdonan todo. Y están dispuestos a creerse que lo que hace Hacienda con el común de los morta-