JUAN CARLOS GIRAUTA-EL DEBATE
  • Sólo un recordatorio a los hombres de bien que son policías nacionales: las órdenes ilegales se incumplen
Nunca creí que vería a una docena de policías nacionales bajarse de un furgón para rodear a unos muchachos, sentados en una terraza, por gritar «Viva España». Nunca imaginé que varios policías nacionales retendrían e identificarían a una pareja por portar una bandera de España. Un hombre de bien, sea policía, buzo o taxidermista, cuando ve la bandera de su país la respeta, no presume que su portador merezca identificación. Un hombre de bien, funcionario o no, cuando se vitorea a España responde «¡viva!» si está de acuerdo, y calla si no lo está o no quiere responder. Lo que un hombre de bien no hace, funcionario o no, es armar un cipote para amedrentar a quien da vivas a su país.
Casi todos los policías nacionales que he conocido son hombres de bien, y he conocido a muchos. Debido a la mala organización del ministerio del Interior, los escoltas que me protegieron durante años en Barcelona, cuando el anterior golpe de Estado, cambiaban cada semana, incluso cada dos o tres días. Esa deficiencia organizativa me permitió conocer a muchos agentes destinados en la que fue mi ciudad. Solo siento hacia ellos agradecimiento, y una admiración profunda por lo mucho que entregaban a cambio de salarios de miseria. Por eso lo sucedido en Madrid, el inopinado ensañamiento de unos uniformados que gasearon a gente pacífica me provocó una disonancia cognitiva y afectiva.
Esa disonancia se ha resuelto para bien al leer los comunicados de las asociaciones policiales que, en cuestión de horas, ya habían reconocido que la Delegación del Gobierno les estaba manipulando políticamente, que les obligaron a utilizar medios excesivos, a realizar cargas gratuitas y a usar materiales que no se usaron contra los terroristas callejeros cuando los comandos de Puigdemont hostigaban a policías obligados a permanecer impasibles. Cuando les llenaban de pintura y les escupían. Cuando les provocaban a pocos centímetros de sus caras. Cuando les arrojaban adoquines arrancados del suelo con picos. Cuando varios de sus compañeros tuvieron que prejubilarse por las lesiones sufridas. Hablo de esa época en que los asistentes a las manifestaciones constitucionalistas nos deteníamos ante la sede de Vía Layetana para aplaudir a los agentes, para darles las gracias y, en no pocos casos, para abrazarles. Hablo de cuando algunos denunciamos en todos los foros a nuestro alcance la humillación del Piolín, las ridículas raciones de comida que recibían, el modo en que los expulsaban de algunos hoteles y la manera en que los maestros avergonzaban a sus hijos en algunas escuelas catalanas.
Ahora sabemos que el causante del abuso policial de Madrid, el responsable de los daños físicos, el culpable de las cargas y los gases lacrimógenos contra pacíficos hombres, mujeres y ancianos que ejercían su derecho de manifestación fue Francisco Martín, delegado del Gobierno y autor de esta frase infamante: «Bildu ha hecho más por los españoles que los patrioteros de pulsera». Sólo un recordatorio a los hombres de bien que son policías nacionales: las órdenes ilegales se incumplen.