Kepa Aulestia-El Correo
- Las pocas horas que transcurrieron entre la noticia de que Urkullu no se presenta y el anuncio de que será Imanol Pradales invita a pensar que la decisión ya estaba tomada
La confrontación partidaria resalta las diferencias entre los adversarios, que así intentan asegurarse su respectivo nicho electoral. Pero también genera dinámicas de emulación, puesto que nadie está dispuesto a competir en condiciones de inferioridad. Y en la confrontación no hay mayor desventaja que la transparencia. Hasta el punto de que el enigma se vuelve tan envolvente para cada formación, que hace que cada partido acabe perdiéndose en sus propias claves secretas.
El presidente del EBB, Andoni Ortuzar, declaró que la «filtración» de que la dirección del PNV resolvió no presentar de nuevo a Iñigo Urkullu como cabeza de cartel precipitó sus planes. Dado que solo habían dibujado el «retrato robot» del nuevo candidato a lehendakari, y tuvieron que responder a la noticia con la revelación de un nombre que cumplía con esas características. Imanol Pradales. Un «retrato robot» se realiza a partir del perfil que ofrece una determinada persona. Las pocas horas que transcurrieron entre la «filtración» y el anuncio de quien tiene todas las posibilidades de pasar a vivir en Ajuria Enea invitan a pensar que la decisión ya estaba tomada. Lo inextricable es que se pretendiera reservar la sorpresa aún para más tarde.
Arnaldo Otegi había deslizado la posibilidad de que se retirase de la carrera para las autonómicas. El lunes lo hizo oficial. «Mi sitio no está en el Parlamento de los tres territorios» sino «construyendo puentes, negociando, se van a abrir debates importantes». La tarea parlamentaria se vuelve, extrañamente, secundaria en Vitoria cuando no parece que EH Bildu pueda gobernar. Mientras se emplea a fondo en el escaparate de las Cortes. Otegi prefirió hacerse el enigmático en cuanto a su trascendental cometido como coordinador general de la coalición. Y recurrió de nuevo a sus palabras de encanto. El «cambio de ciclo», cuyo significado da por sobreentendido desde el momento en que ETA dejó de atentar. Aunque nadie en la izquierda abertzale sepa decir lo que es.
Hoy tendrá lugar una reunión entre el PSOE y Junts en un punto secreto de Europa, verificador mediante. El presidente Sánchez lo confirmó el jueves, tras reconocer que la amnistía «probablemente no era el paso siguiente que quería dar». Un adverbio de duda referido al comportamiento propio y pasado. Lo más del encriptado político. Y pasó a presentar al verificador como «mecanismo excepcional para una situación excepcional», sin precisar en qué lo es y detallar las bondades del intermediario en un encuentro sin temario conocido y sin que se conozcan papel e identidad del verificador.
EH Bildu comprometió su apoyo a esta nueva legislatura de Sánchez sin nada a cambio, por lo que tampoco necesita que se verifique algo al respecto. El acuerdo de investidura suscrito con el PNV no precisa de más supervisión que la lectura del BOE a la hora de concluir si se hacen efectivas las transferencias para que el lehendakari Urkullu -según sus palabras- disuelva el Parlamento. Pero de pronto en Euskadi, o en Euskal Herria, podríamos sentirnos en inferioridad de condiciones respecto al abrigo que la verificación internacional aporta a los catalanes.