Alberto Ayala-El Correo

Salvo milagro de última hora, en los que no creo y que por tanto no espero, hoy se quemará el último cartucho temporal y nos veremos definitivamente abocados a unas nuevas elecciones generales. Unos comicios injustos, absurdos, que no nos merecemos. Unas elecciones que solo deberemos a esta nueva generación de profesionales de las políticas líquidas que nos han caído en suerte.

No descarten un quiebro ‘in extremis’ por ejemplo de Pablo Iglesias. Ayer fue Albert Rivera quien nos regaló otro. Una suerte de estrambote. ‘Ofreció’ la abstención de Ciudadanos y la del PP, o sea la investidura de Sánchez, a cambio de que los socialistas regalen Navarra al centro derecha, pacten no sé qué sobre el 155 y renuncien a su política económica. La idea, claro, terminó en la basura.

La política sigue ausente. Todo es relato. O si lo prefieren estrategias, juegos de laboratorio, mientras el país consume meses y meses con un Gobierno provisional. El objetivo: volver a captar su voto, mi voto, nuestro voto el 10 de noviembre. Nadie sabe qué vamos a hacer ese día los integrantes del cuerpo electoral. Cuántos votaremos y cuántos se abstendrán. Yo no lo haré.

Hay nervios, muchos nervios en las filas de todas las formaciones. Con la única excepción, tal vez, del presidente en funciones, Pedro Sánchez, y de su asesor áulico, Iván Redondo, que parecen querer jugarse todo a que unos comicios aumenten la bancada socialista en el Congreso y avance el bipartidismo. Sólo así cabe entender la posición del PSOE en estos últimos meses, en los que ha protagonizado una seudonegociación, una suerte de negociación-trampa con Unidas Podemos. Trampa en la que, faltaría más, Pablo Iglesias cayó cuando rechazó la oferta de quita y pon de una vicepresidencia y tres ministerios con unas mínimas competencias que le planteó Sánchez en julio.

Me temo que ahora todo se reduce ya a aguardar que llegue el 10-N. ¿Y hasta entonces? Pues cada uno en su trinchera responsabilizando al/los adversarios de esta grave crisis institucional, tan innecesaria como injustificada, que soportamos.

Es posible que Sánchez y Redondo consigan su primer objetivo: que el PSOE aumente su actual número de diputados. Pero también puede que salte la sorpresa y no sea así.

Sánchez puede estar a punto de enterrar por mucho tiempo la posibilidad de un gabinete de las izquierdas en España. Por cierto, como Felipe González y otros líderes socialdemócratas europeos en su día rechazaron colaborar en política nacional -no en la municipal o en la autonómica- con los partidos comunistas, cuya desaparición buscaron con ahínco.

Entonces, si las urnas nos deparan un escenario parecido al actual, ¿qué piensa hacer Sánchez? Porque las desconfianzas entre el PSOE y Unidas Podemos no han hecho sino aumentar estas semanas. No digamos ya la sima que separa a sus líderes.

¿Habrá pirueta tras el 10-N y Rivera se abrirá a entenderse con Sánchez como ansía el presidente en funciones? ¿Habrá acercamiento PSOE-PP, el mismo que combatió el líder del PSOE y que terminó con su renuncia?

Al nacionalismo, en especial al PNV, se le ponen los pelos como escarpias ante estos dos escenarios. Supondría perder la posición de privilegio que tan buenos réditos les reportó con Rajoy y ahora con Sánchez.

Veremos. De momento relato y más relato. Políticas y políticos líquidos. Un horror.