Iñaki Ezkerra-El Correo
- La atención a la imagen, al efecto, a lo demoscópico, convierte a nuestros analistas en comentaristas deportivos
Se ha elogiado mucho, y fue sin duda efectiva, la propuesta de Feijóo de un pacto a Sánchez para que gobierne quien saque más votos en los comicios del 23-J. Con esa oferta, el candidato popular desactivaba la cantinela de su identificación ideológica con Vox, que el PSOE ha estado utilizando hasta la saciedad en la campaña. Con la invitación a ese pacto, en el que Feijóo estampó teatralmente su firma ante las cámaras, la pelota caía en el tejado de Sánchez y era éste el que se veía obligado a mover ficha. Uso esas dos expresiones ,’pelota en el tejado’ y ‘mover ficha’, pese a que me repelen por manidas. Y lo hago porque responden perfectamente, en efecto, al concepto tacticista, lúdico y aideológico que se ha impuesto en la política española desde hace unos años.
Esto es así hasta el punto de que el cara a cara de Atresmedia saltó directamente de las metáforas baloncestistas y ajedrecísticas a las pujilísticas. Realmente no estábamos ante un debate sino ante un combate de boxeo. Basta oír y leer los balances que se están haciendo sobre esos 110 cronometrados minutos para llegar a la conclusión de que no ya solo ese debate, sino la propia manera de entender hoy la política (una manera atenta a la imagen, al efecto, a la técnica verbal y a la gestual, a lo superficial, a lo mediático y a lo demoscópico, al sondeo, a lo estadístico, a lo publicitario…) ha convertido a nuestros analistas políticos en comentaristas deportivos.
De acuerdo, fue tácticamente eficaz y sorpresivo el recurso del papel firmado y el ‘en tu mano está que no tenga que pactar con Vox’, pero había en esa propuesta una implícita renuncia al debate de ideas y a la propia ideología que Feijóo se supone que representa: daba por buena la estigmatización sanchista del partido de Abascal y, por lo tanto, reconocía como ilegítima ideológicamente la mera posibilidad de un pacto con éste para gobernar.
Este hecho no se debe pasar por alto y la manera en que se está pasando por alto resulta sintomática de la penuria intelectual que reina en el debate público de nuestro país. Si el PP contempla la posibilidad de gobernar con Vox tras las elecciones del 23-J, y si ya lo viene haciendo con su mayor o su menor apoyo en varias autonomías, es porque ambos comparten un espacio ideológico que no entra en colisión con el orden democrático y constitucional. Si Vox estuviera defendiendo, en esta campaña electoral, postulados que atentan contra la Constitución y la democracia, tendrían un total sentido esos escrúpulos que Sánchez no muestra, por otra parte, hacia quienes sí postulan objetivos anticonstitucionales como el socavamiento de la propiedad privada, de las reglas del libre mercado, de la independencia del poder judicial, de la monarquía parlamentaria o de la propia unidad nacional.
Ciertamente, Vox tiene en su propio discurso fundacional unos ingredientes reaccionarios y confesionales, esencialistas y populistas que no deben obviarse. Como no se deben obviar tampoco los ingredientes autoritarios y totalitarios que tiene el populismo antisistema de izquierdas, que Sánchez ha hecho suyos al gobernar con Podemos. Pero también resulta evidente que, si Vox ha crecido a costa de absorber una parte del electorado del PP, es porque ha buscado el punto de encuentro con esos electores en los valores constitucionales. Si aceptas que se llame ‘fascista’ o ‘ultraderechista’ a Vox por defender la unidad de España y la propia Constitución, estás aceptando, aunque no seas representante ni militante ni votante de Vox, que te reduzcan tu propio espacio ideológico. Esto es lo que no parece entender el Feijóo que no defendió al partido de Abascal ante Sánchez sino que sacó el papel firmado para que Sánchez le librara de sucumbir a ‘semejante tentación’.
Si dejas que llamen fascista y ultraderechista a Vox por cuestionar el bodrio legislativo de Belarra en materia de ‘bienestar animal’ o el deshumanizado ecologismo de la Agenda 2030, que se ha convertido en la Biblia del ‘sanchismo’; la Ley de vivienda que protege a los okupas o un Ministerio de Igualdad que es un monumento a la desigualdad misma, o la memez del lenguaje inclusivo, es decir, todo lo que Sánchez considera avances en los derechos sociales, te están llamando también ‘fascista’ y ‘ultraderechista’ a ti.
Sí. En la renuncia de Feijóo a impugnar la condena a Vox de un ‘sanchismo’ que no solo hace buenos sino también socios a los extremistas de Podemos, de Sumar y de Bildu se juega el espacio ideológico del PP y del propio constitucionalismo. De este modo, la pugna política se reduce a lo que fue el cara a cara de Atresmedia: un salto del candidato al pugilato y del análisis a la crónica deportiva sobre el presidente que perdió los nervios, como si esa fuera una atrocidad imperdonable. ¡Y pensar que es la primera vez que Sánchez parece un poco humano!