Pompa

ENRIC GONZÁLEZ, EL MUNDO – 14/06/14

· En otro tiempo, cuando aún tenía que ganarse el puesto, Juan Carlos I solía decir que él era «un rey republicano». Era broma, pero solo hasta cierto punto. El pacto constitucional de 1978 otorgó a la jefatura del Estado una función entonces relevante, el mando supremo sobre las Fuerzas Armadas, porque se pensó que un Ejército franquista como el de la época se lo pensaría dos veces antes de desobedecer a alguien coronado por Franco. Por lo demás, al rey se le atribuyeron como misiones que respetara cualquier resultado electoral, que no enredara en política y, por decirlo de alguna forma, que causara las menores molestias posibles.

Al presidente del Gobierno, que fue llamado presidente por razones muy concretas, se le atribuyeron todos los poderes ejecutivos, gran parte de los legislativos (la disciplina de voto implica la sumisión parlamentaria ante quien dispone de la mayoría) y posteriormente, por la elefantiasis partitocrática, buena parte de los judiciales; esto último, evidentemente, no guarda relación con la forma de Estado.

A muchos republicanos eso nos pareció no deseable pero aceptable. Y más o menos funcionó.

No veo por qué razón, en un país que sigue sin ser apasionadamente monárquico, necesitemos ahora grandes fastos de coronación. Ni me parece sensato que se descargue sobre el nuevo rey la responsabilidad de regenerar el sistema político o de patrocinar grandes reformas. Eso es cosa de votantes y parlamentarios. Los ciudadanos españoles debemos esperar del rey lo mismo que los ciudadanos de la República Federal de Alemania esperan de su presidente: honradez, transparencia, modales correctos en las ceremonias y buena voluntad. Si el rey actúa como embajador comercial, estupendo; siempre que sus gestiones no se cobren aparte. Con eso basta. El desprestigio de la monarquía constitucional comenzó cuando los españoles tuvieron fundadas razones para sospechar que en los apartados de honradez y transparencia el rey (responsable además de la familia que tiene a sueldo) no rendía de la forma más satisfactoria.

España no será mejor por imitar las pompas británicas. Tampoco sería mejor por el hecho de convertirse en república, aunque la jefatura de Estado hereditaria resulte racionalmente absurda.

Vista la deficiente casta política de que disponemos, vayamos paso a paso. Quizá haya suerte y nos salga un rey republicano que no se estropee con el tiempo.