ABC 08/12/15
IGNACIO CAMACHO
· El chavismo se ha hundido al faltarle el dopaje clientelar. La falta de comida ha pesado tanto como la falta de libertad
EL de ayer fue un día hermoso porque los amaneceres de la libertad siempre ensanchan el mundo. Pero la política sin realismo se queda en emoción y en Venezuela aún no ha lugar para mucha lírica. No sólo porque el chavismo sigue en el poder ejecutivo y en el judicial aunque haya perdido el legislativo, sino porque su derrota debe más al colapso de la economía cotidiana que a una repentina conversión liberal de las masas populares. Es muy probable que si Maduro hubiese podido remediar el insufrible desabastecimiento aún tuviese respaldo para seguir encarcelando opositores. Un análisis pragmático de las elecciones del domingo no puede soslayar que el hartazgo ante el autoritarismo del régimen ha estallado al mezclarse con la frustración por la ausencia de productos básicos, y que a muchos venezolanos les ha rebelado tanto o más la falta de comida que la falta de libertad.
La misma crisis que se llevó por delante varios gobiernos en Europa ha empezado a derribarlos en Latinoamérica, donde el populismo venía encarnando el último rostro de la izquierda posmarxista. El bolivarismo y sus franquicias –también las del sur europeo, ejem– han sido el disfraz más eficaz y estable de un socialismo que busca nuevas identidades desde la caída del Muro de Berlín. Teledirigido por el patronazgo ideológico de Cuba, Chávez construyó un movimiento expansionista regado con petrodólares que se ha desmoronado al caer los precios del crudo. Primero en Argentina y ahora en Venezuela, las urnas comienzan a registrar las consecuencias de un fracaso que disimulaban las inyecciones clientelares. La hegemonía populista estaba dopada y se ha desplomado al faltarle los anabolizantes.
Este es un momento vibrante, aunque tenso. Maduro aún puede recurrir a los mecanismos autoritarios de la Constitución, cuya aplicación depende del cómputo final de un puñado de votos. La actitud del Ejército será determinante en un régimen que no deja de ser un militarismo encubierto. Y la euforia de los vencedores convive con el rabioso desconcierto de los derrotados, cuyos parientes políticos españoles no han encontrado todavía tiempo, por cierto, para valorar este feliz pronunciamiento democrático. Sin embargo a partir de ahora a la oposición venezolana, que ha dejado de serlo sólo a medias, le espera un calvario. Los oficialistas van a intentar compensar el revolcón corresponsabilizándola con todo su aparato de propaganda de la escasez que ellos han provocado. Sin el poder real, el antichavismo sólo podrá aplicar desde el Parlamento un programa de regeneración política, siendo así que sus opciones de consolidar el triunfo pasan por activar también la recuperación económica y social de un país descalabrado. Ha recibido el voto de la desesperación y tiene que devolver, además de libertad, esperanza. Pero, primun vivere, ha de ser una esperanza comestible.