TONIA ETXARRI-EL CORREO

  • No tenemos vacuna contra el enfrentamiento político. Hay que saber identificar a los populistas en nuestro país, a diestra y siniestra

La tercera ola de la pandemia y el miedo al contagio, al paro y a la subida de la tarifa eléctrica nos seguirán amordazando mientras no nos libramos del enfrentamiento político. No tenemos vacuna contra ese mal que nos aqueja desde que aparecieron los asaltadores del cielo en la política. La cruzada ideológica de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias contra el centro derecha es el aval para sellar alianzas estables con populistas antisistema, independentistas en particular y anticonstitucionalistas confesos, en general. Envueltos en apelaciones a la democracia y considerando ‘fake news’ (noticias falsas) a las críticas hacia el Gobierno. Parecidos razonables a los tics que venía manifestando Trump hasta que perdió los papeles definitivamente instigando el asalto al Capitolio.

Ese bochornoso episodio podría ser considerado por los jueces como un acto sedicioso, agravado con violencia. Aunque no fuera un capítulo premeditado y organizado como lo fue el ‘procés’ en el 2017. Aunque fuera tan solo el resultado de una reacción enfebrecida a un llamamiento desesperado desde el poder. Biden así lo calificó. Y ha quedado escrito para la historia. Que el presidente de EEUU lanzó a las turbas al asalto del Parlamento. Solo les faltó gritar: «No nos representan».

Aquí, en nuestro país, hemos podido comprobar cómo los populistas de extrema izquierda han arremetido contra el populismo con mayúsculas -sin darse por aludidos- al asociar el fenómeno en exclusiva a la extrema derecha. Si el último golpe de Trump ha recordado otros capítulos similares en nuestra historia más reciente, no ha sido por los resultados sino por las intenciones. Por eso, a la indignación que hemos sentido por el asalto al Capitolio se debería añadir la preocupación por nuestros escándalos domésticos.

Porque la erosión de los principales pilares del Estado democrático se puede manifestar de muchas maneras. Intentando controlar el Poder Judicial, marcando a la Jefatura del Estado o boicoteando el normal funcionamiento de la democracia representativa.

Más reciente que el ‘tejerazo’ del 81 fue ese intento de golpe a la Constitución desde el poder autonómico que se vivió en Cataluña con el ‘procés’ en 2017, por ejemplo. Y esas algaradas callejeras con brotes de asalto a los parlamentos que se produjeron en Andalucía, Cataluña y Madrid, para impedir aprobar unos presupuestos, un pacto de gobierno o una investidura.

El último golpe de Trump ha recordado otros capítulos similares en nuestra historia reciente

Si el asalto al Capitolio fue un intento desesperado de alterar, desde el poder, el orden establecido, en Cataluña tenemos condenados por sedición. Y están cumpliendo pena de cárcel, si un indulto no lo remedia o la rebaja de la pena que está preparando el Gobierno no lo alivia. Sostiene la ministra González Laya que hacer comparaciones no nos ayuda. Pero quitar importancia a las similitudes puede llevarnos a la confusión. No es un problema de extrema derecha o extrema izquierda sino de populismo contra democracia. Y hay que saber identificar a los populistas en nuestro país. Que los tenemos a diestra y siniestra. Y a los vocacionales del autoritarismo.

Repasemos. Con sus declaraciones en la mano. Con las actitudes de presión sobre la libertad de Prensa o sobre la independencia judicial que hemos visto. Conocidos independentistas catalanes se han apresurado ahora a borrar tuits antiguos en los que aconsejaban a los suyos no ser muy duros con Trump. Salen más siglas que las de Vox, ¿verdad? Las apariencias no engañan.