Miquel Escudero-El Imparcial
El autor del párrafo del comienzo preside la Fundación para la Libertad, es abogado y es asesor de empresas. Hace más de veinte años dimitió como secretario general del Partido Socialista de Euskadi, y tiene una dilatadísima militancia socialista que alcanza a su padre y a su abuelo paterno. Hace poco, su militancia se ha visto interrumpida por la expulsión decretada por el equipo Sánchez. No obstante, Nicolás Redondo Terreros dice guardar una gratitud inmensa a su partido “por ser el marco en el que formé mi personalidad y una referencia ineludible y honrosa en mi biografía”, pero “a los dirigentes no les debo nada”. Y obligado a escoger entre la ciega lealtad a las siglas o a su propia conciencia, elige la condición de ciudadano libre; y deja el resquicio de que, tal vez, llegará un día en el que pueda volver a ser afiliado. Todo esto lo afirma en su libro No me resigno (La esfera de los libros).
Nicolás Redondo opta, pues, por la igualdad y por la libertad de pensar por sí mismo, y por la construcción de una democracia social, liberal y representativa de todos los ciudadanos sin exclusión. Para este proyecto echa en falta una izquierda reformista nacional, que plantee un futuro posible y deseable, que vuelva a decir no a los privilegios históricos y que defienda la igualdad.
Para vivir con decencia y dignidad, ciertamente hay que recuperar la voluntad de acuerdo y oponerse al enfrentamiento robótico que marca la dialéctica de bloques antagónicos. Para desarrollar las mejores reformas posibles para la ciudadanía hay que superar los límites de la propia tribu, yendo más allá y superando las siglas políticas. Hay que recabar, por consiguiente, apoyos amplios y transversales para que los cambios que se hagan sean efectivos y perdurables, y no se conviertan en trágalas efímeras, con temprana fecha de caducidad.
Nicolás Redondo evidencia que la política española está hoy dominada por pícaros y desvergonzados: “ciegos a la realidad, obcecados por lo más urgente para ellos en estos momentos: formar gobierno como sea”. “Con unos pocos votos, aunque determinantes, está condicionando el presente y el futuro de un país entero”.
El socialista vasco se muestra desengañado de los dirigentes del socialismo catalán, porque de ellos, dice, puede esperar casi todo: “Al fin y al cabo, se han empeñado continuamente en ser la retaguardia del nacionalismo catalán”.
Si bien siempre reconoció a Pasqual Maragall como culto, divertido e inteligente, a pesar de no llevarse bien en política, a José Montilla lo define como inefable, “maestro en silencios y doctor en adaptación al medio”. Hoy día, Nicolás Redondo Terreros afirma que sigue creyendo que Montilla es un tipo tímido, pero que “a estas alturas no sé si es inteligente o simplemente avispado, ladino”. A buen seguro, remarca con énfasis, no es una figura política para contar como referente en la necesaria e inacabable regeneración del sistema político español. Es inolvidable, destaca, cómo tuvo que huir de la manifestación que encabezaba en Barcelona -en julio de 2010, bajo el lema Som una nació. Nosaltres decidim– y que él había alentado en contra de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut promovido por el PSC (votado, previamente, en un referéndum por la ciudadanía catalana con una participación del 48,85 por ciento).