¿Por qué el populismo?

ABC – 08/02/16 – GUY SORMAN

Guy Sorman
Guy Sorman

· «No se trata de juzgar a las redes sociales en sí, sino solo de señalar que los populistas las dominan mejor que los movimientos de expresión racionales»

Es una realidad mundial e innegable. En todas las democracias europeas, latinoamericanas y asiáticas surgen movimientos políticos que ya no siguen la regla del juego de la alternancia política contra los partidos clásicos, el dualismo derecha/izquierda y la oposición liberalismo/socialismo. Es cierto que nos vienen a la mente algunos precedentes, en particular las diversas formas de fascismo en la década de 1930, que olvidamos que fueron mundiales con ramas estadounidenses, chinas, japonesas, turcas y árabes (los Hermanos Musulmanes copiaron los estatutos del Partido Fascista italiano).

Como resulta extraordinariamente difícil clasificar estos movimientos, tanto en la década de 1930 como ahora, puesto que no son ni de derechas, ni de izquierdas, ni liberales, ni socialistas, y al mismo tiempo son reaccionarios y progresistas, se acostumbra a agruparlos en masa bajo el término genérico de populismo. Se trata de un agrupamiento justificado porque estos movimientos tienen unas características comunes, sea cual sea el país o la civilización donde surjan.

El populismo es, en primer lugar, una exaltación de la nación como «comunidad virtual» que debería superar el individualismo y en la que se pide a todo el mundo que renuncie a sus preferencias íntimas o públicas para integrarse en un conjunto colectivo que le supera. ¿Pero quién define la comunidad virtual que va a llamarse arbitrariamente la «nación»? ¿Acaso no han heredado todas las naciones un pasado complejo, de culturas mestizas, de oleadas migratorias y de fronteras artificiales surgidas de conquistas y tratados? Por tanto, le corresponde al «jefe» inventar la nación. Sin jefe no hay populismo.

Por lo general, la nación y el populismo se sitúan y se definen en relación a este o a esta, porque el populismo se crea por arriba, antes de que la parte de abajo se una a él. Para que el mayor número de personas se identifique con el relato populista, el jefe recurre a los criterios de separación más sencillos: Nosotros y Ellos. «Nosotros» somos los herederos de una larga y gloriosa historia, reescrita si fuera menester, y «Nosotros» pertenecemos a una misma raza o tribu, una prolongación de la idea de familia. Por esta razón, los populistas son necesariamente racistas, que es lo que permite señalar al Otro, el cabeza de turco, que viene a contaminar nuestra civilización y nuestra sangre. «Ellos», además, son de otra raza, unos inmigrantes del exterior, o del interior, como los «multimillonarios» (el 1 por ciento más rico de Estados Unidos, Wall Street), los judíos, los coreanos si estamos en Japón, y los japoneses si somos coreanos.

El populismo es obligatoriamente antiliberal, ya que el liberalismo cree que la sociedad se basa en la libre asociación de ciudadanos. Por el contrario, el populismo solo puede ser autoritario, y solo un Estado fuerte, exaltado por los populistas, parece estar en condiciones de restablecer la pureza de la nación, detrás de unas fronteras preferentemente cerradas. La supresión de la libre circulación en Europa, la reimplantación de los visados para entrar en Estados Unidos y el muro entre México y Estados Unidos son algunas de las propuestas habituales, cuya finalidad es la de proteger a la nación frente a cualquier infección que venga de otro lugar.

Lo que tienen en común todos los populistas es que proponen una purificación a todas luces irrealizable, porque todas las naciones son mestizas desde el punto de vista cultural, la mayoría de ellas multilingües, y todas sus economías, cosmopolitas. Resulta imposible encontrar en el mercado un solo producto o servicio que sea puramente nacional. A título anecdótico, hoy me he enterado, a través de mi iPad de procedencia indeterminada de que las manzanas francesas se cultivan en Rumanía.

¿Por qué surge ahora el populismo? En la década de 1930, se podía entender que la desesperación causada por el hundimiento de la economía mundial, el temor al estalinismo real y la parálisis intelectual de los liberales abonaron el terreno para una ideología que entonces parecía –a los desorientados– nueva y operativa. Solo ex post se vio que estas formas diversas de fascismo solo conducían a una economía de guerra y a los exterminios raciales.

Hoy en día, las condiciones objetivas del populismo son radicalmente distintas, ya que nunca en su historia habían alcanzado tantos países un nivel de vida, una calidad de vida y una esperanza de vida tan elevados. Incluso cuando el desempleo es generalizado, las ayudas sociales preservan la dignidad de sus víctimas y, cuando los salarios se estancan, el precio de los productos y de los servicios disminuye, lo que, en la práctica, da lugar a una mejora del poder adquisitivo.

Los populistas no progresan por una crisis que es irreal, sino por el miedo a la crisis, un miedo alimentado por las redes sociales que, en mi opinión, desempeñan un papel determinante en la proliferación de los populistas. La comunicación horizontal en redes, al sustituir a la comunicación vertical de los medios de comunicación antiguos, otorga al vulgar rumor la misma condición que a la información de los expertos, y al internauta le resulta casi imposible distinguir una cosa de otra. Y, lo que es peor, el rumor, la teoría de la conspiración y la denuncia de los «invasores» y de los «aprovechados» se difunden más rápido que la información contrastada, porque cualquier internauta puede retuitear al instante el rumor más descabellado.

No se trata aquí de juzgar a las redes sociales en sí, sino solo de señalar que los populistas las dominan mejor que los movimientos de expresión racionales. De esto se puede extraer la conclusión de que el populismo solo prospera por la impotencia de los partidos, de los movimientos, de los colegios y de los expertos que, o bien ya no tienen nada que proponer, o bien no saben cómo expresarlo. El populismo llena el vacío de la razón cuando esta cae en el silencio y/o en el arcaísmo.

ABC – 08/02/16 – GUY SORMAN