Sorprende leer a algunas de las mejores plumas de España augurando una legislatura corta. Que si los socios. Que si el Senado. Por favor. Parece mentira que no hayan aprendido nada del sanchismo. Se gobernará a golpe de decreto para lo importante. Y a los aliados se les tendrá entretenidos en proyectos de ley en el Congreso mientras consumen tiempo y energía.
El PP debe analizar qué ha ocurrido el 23 de julio y hacer oídos sordos a todo el que le diga que más no se podía hacer. Que mientras esté Vox es imposible. Es una tentación que cala en algunos sectores. No es verdad. El resultado de Feijóo bien podría haberlo firmado Pablo Casado. Para semejante viaje no se necesitaban estas alforjas.
¿Qué ha ocurrido? Lo fácil es echarle la culpa a Vox. Por supuesto que el partido de Santiago Abascal carga con su propia responsabilidad. Ha perdido 20 escaños. El numerito de los pactos autonómicos, especialmente en Extremadura, y las contradicciones en lugares como Valencia o Aragón han hecho dudar al electorado. Por no hablar de que la caterva de personajes que Vox ha colocado en las instituciones que les ha tocado. Lo más sectario de cada casa.
No ayuda. Pero tampoco lo hace el afán del PP por no dejar espacios alternativos a sus siglas. Feijóo quiso repetir el modelo gallego o el de Juanma Moreno en Andalucía. Pero ni Sánchez es Espadas, ni España es Galicia.
El PSOE ha sabido entender mejor el multipartidismo. Con un espacio menguante y unos resultados mediocres, muy lejos de Felipe o Zapatero, Sánchez tiene en su mano la gobernabilidad de España. No ha dedicado ni un minuto a Sumar, al revés del PP con Vox, y ha sometido al separatismo en Cataluña de forma incontestable.
El PP ha hecho lo contrario durante este tiempo. En lugar de aprovecharse de espacios a los que no llega para restar al PSOE, se ha dedicado a intentar destruir todo lo que pueda hacerle sombra. Ha hundido a Ciudadanos, víctima también de sus propios errores. Pero Ciudadanos no es Fran Hervías. Se ha dejado en el camino a sus líderes más importantes, a los que exigía doblegarse y hasta humillarse en muchos casos a cambio de nada.
El PP sólo ve amenazas
La diferencia es que el PSOE ve socios potenciales contra el PP en el resto de partidos. Y el PP identifica estas formaciones como una amenaza a su hegemonía en el centro-derecha. Una hegemonía que perdió hace casi una década. Sirva como ejemplo lo del escaño 137. Se celebra, entre otras cosas, porque repesca a Carlos García Adanero. Es verdaderamente inexplicable. Más de 30 años diciendo lo mismo.
¿Qué hubiera pasado en Cataluña si Ciudadanos hubiera concurrido a las generales? Pues que Ciudadanos sí es capaz de robar voto al PSC. Solo con haberles dejado pulso, Sánchez jamás se habría acercado a los 19 diputados. Algo similar ha ocurrido en Navarra con UPN. A por ellos. ¿Resultado? Gana el PSOE. Pero tranquilos que está Adanero, diputado por Madrid, eso sí. Y así en otras comunidades con formaciones menos significativas pero con la capacidad de atomizar el voto.
El PP no va a cambiar. Está en su ADN. Irán a por Vox como hicieron con Ciudadanos. Han dedicado toda su energía a cortejar el voto socialista mientras pactaban con Vox en todas partes. Y el problema es que, en lo esencial, el discurso del PP es el mismo que ha instaurado la socialdemocracia en España. Sanidad gratuita y universal, pensiones, ingreso mínimo vital, etc, etc, etc. Da igual que sea o no sostenible. Da igual todo.
Por lo tanto, al PP solo le queda esperar a la siguiente crisis económica, que vendrá más temprano que tarde. Es entonces cuando se convierte en un partido de mayorías por incomparecencia del PSOE. Pero si la lección del 23-J, como los más listos de la clase dicen ya abiertamente, es que el Frankenstein con Puigdemont es insostenible, no hemos aprendido nada de Sánchez.