¿Por qué España está siendo el peor país de Europa durante la segunda ola?

JUAN RAMÓN RALLO-El CONFIDENCIAL

Sin test y sin rastreadores, cualquier nuevo contagio tiende a extenderse por toda la comunidad sin control

España es, con diferencia, el país europeo que está reportando un mayor número de contagios diarios por cada millón de habitantes: la media diaria durante la última semana es de 147 en nuestro país, frente a los 56 de Francia, los 15 de Alemania o los 14 de Reino Unido e Italia.

¿A qué se debe que la epidemia haya vuelto a descontrolarse tanto en España, sobre todo en comparación con nuestros vecinos europeos? Aunque probablemente no haya una sola causa que lo explique, sí hay un factor de importancia crucial: la pésima política de prevención de nuevos contagios tras el estado de alarma.

Existen dos formas extremas de evitar que la gente se infecte. La primera es aumentando de manera indiscriminada el distanciamiento social entre toda la población: si no sabemos quiénes están contagiados y quiénes no lo están, no queda otra que reducir las interacciones entre individuos para que el virus deje de propagarse (como caso más radical, si cada individuo se aísla en casa, el virus termina desapareciendo). Este es el mecanismo que se empleó durante el estado de alarma: impedir el contacto social para ir mitigando la transmisión del patógeno. La segunda forma es incrementando de manera selectiva e individualizada el distanciamiento social dentro de la sociedad: regresar al trato normal entre personas y, acto seguido, detectar precozmente quiénes están infectados para proceder a aislarlos durante la cuarentena y, de esa manera, evitar nuevos focos de transmisión comunitaria descontrolada. Este es el mecanismo que debería haberse aplicado después del estado de alarma.

Ahora bien, ¿cómo detectar precozmente a las personas infectadas para proceder a aislarlas temporalmente de la sociedad, de tal modo que el resto de individuos sanos puedan mantener sus interacciones con garantías? Por un lado, mediante test masivos o, aún mejor, test estratificados que nos permitan detectar a los infectados así como descubrir qué zonas son las que concentran un mayor porcentaje de nuevos contagios (y en las que, por consiguiente, es necesario redoblar los esfuerzos inquisitivos). Por otro, mediante herramientas que permitan localizar al mayor número posible de contactos de los contagiados para así cortar rápidamente de raíz la propagación: a falta de tecnología que permita registrar todos nuestros contactos recientes, el mejor instrumento actualmente disponible para conseguirlo son los rastreadores, esto es, los profesionales especializados en indagar con qué otras personas nos hemos relacionado durante nuestro periodo de infección.

Así pues, la fórmula —suficientemente conocida a estas alturas— es test+rastreadores y, por desgracia, nuestro país obtiene una pésima puntuación en ambos capítulos en comparación a nuestros vecinos europeos.

Con respecto a los test: aunque es cierto que España es uno de los países que efectúan un mayor número de test por millón de habitantes, esa no es realmente la métrica más significativa para conocer el esfuerzo que realmente está haciendo un país para detectar rápidamente a los infectados. La métrica relevante es el número de test por cada nueva persona contagiada. A la postre, cuantos más contagios haya dentro de un país, más test tienen que realizarse para frenar la propagación: se esfuerza más aquella comunidad que realiza 10 test diarios por cada 1.000 habitantes teniendo 0,1 contagios diarios por cada 1.000 habitantes que la comunidad que realiza 20 test diarios por cada 1.000 habitantes teniendo un contagio por cada 1.000 habitantes.

Pues bien, en cuanto a test diarios por cada caso confirmado, estamos literalmente a la cola de Europa: apenas realizamos 11 test diarios por cada nuevo contagiado, frente a los 150 de Reino Unido, los 112 de Alemania, los 61 de Italia o los 36 de Francia (nótese que el gráfico se halla representado en escala logarítmica). Si mantenemos constante el número de test mientras los contagios se disparan, nuestros esfuerzos de detección van volviéndose relativamente más endebles.

Pero España no solo presenta un deficiente número de testeos, sino también una escasa capacidad de rastreo. De acuerdo con el Oxford Stringency Index, somos uno de los peores países europeos en cuanto a capacidad de rastreo: mientras que Reino Unido, Francia, Italia o Alemania intentan localizar a todos los contactos de un contagiado, nosotros nos conformamos solo con algunos (debido al muy reducido número de rastreadores que han contratado las autonomías).

En definitiva, sin test y sin rastreadores, cualquier nuevo contagio tiende a extenderse por toda la comunidad sin control. Nuestros gobernantes no quisieron prepararse para la nueva normalidad y ahora el único resorte que les queda para mitigar la transmisión es aplicar nuevamente medidas coercitivas de distanciamiento social. No debería resultarnos aceptable que la única estrategia que sepan implementar para luchar contra la pandemia sea cerrar negocios, suspender las clases y, en última instancia, encerrarnos en casa. Pero si continuamos renegando del testeo y del rastreo, cuando consigamos doblegar la segunda ola, solo estaremos preparando el terreno para la tercera.