El gran complejo de la derecha española es buscar ser aceptada por la opinión de izquierdas, entendiendo “derecha” e “izquierda” en sentido tan amplio como quieran (son referencias de un mapa ideológico gastado, pero siguen siendo inevitables). Las razones son varias, pero pueden resumirse en que la izquierda perdió la guerra de Franco, pero ganó la posguerra de la legitimidad, logrando identificarse con la democracia. Así que la izquierda llega al examen como víctima de la dictadura y demócrata ejemplar, mientras que la derecha, vista como heredera del franquismo, debía aprobar la reválida democrática en cada nuevo curso. Advertencia: da igual que esto sea cierto o no, justo o injusto, es la percepción de la mayoría de españoles desde 1978. Y lo que importa es cómo percibe las cosas la mayoría.
El PP era el único partido de derecha o centro-derecha, simultáneamente liberal, conservador y demócrata-cristiano, europeo, nacional y regionalista
Así que la derecha ha intentado, si no parecerse a la izquierda, sí ganarse su reconocimiento por el único canal y medio existente hasta ahora, a saber, el periodismo político de masas. De ahí que tantos del Partido Popular estuvieran más tiempo pendientes de obtener un juicio favorable de El País y la SER que de la opinión de sus electores. Claro que tenían la ventaja (aparente) de carecer de rival: el PP era el único partido de derecha o centro-derecha, simultáneamente liberal, conservador y demócrata-cristiano, europeo, nacional y regionalista. La soledad le eximía de la obligación de definirse, convirtiendo al PP en el “partido de la gestión”, y todo su discurso en contraponer su presunta capacidad de gestionar la economía frente al despilfarro habitual de la izquierda.
Pero la política es básicamente emocional. Ese mensaje tecnocrático, apenas capaz de emocionar a un contable jubilado, no funcionaba hasta que las pifias socialistas reactivaban la crisis crónica española. A la izquierda le ha venido muy bien ese partido único del conjunto plural llamado “la derecha”, porque quedaba arrinconado en el polvo gris de la tecnocracia y la antipatía fiscal. El PP era y es, para mucha gente, el partido antipático por definición. Pues bien, la irrupción de Vox ha venido a solucionarle ese problema, quizás no muy consciente. Pues al tener que definirse frente a Vox y fijar posición para atraer votos disputados, el PP se ve obligado a salir del pozo infernal en que le sumió Mariano Rajoy.
Ahora la derecha está dividida entre Vox, con un sólido suelo de votos, y un PP más grande y capaz, a diferencia de este rival, de atraer muchos votos de “centro”
Vox creció con la frustración insuperable de muchos votantes del PP con la “gestión pura” de Mariano Rajoy, el hombre que confundía gobernar con dejar pudrir los problemas. Sin Rajoy, su mayoría absoluta y su pasividad con el golpe en Cataluña, el pacto con ETA, la corrupción, la inoperancia de las instituciones y otros males profundos, Vox habría seguido siendo un pequeño partido de nacionalismo tradicionalista y populismo estridente, con escasas perspectivas de éxito. Fue el PP de Rajoy quien creó su propia némesis.
Ahora la derecha está dividida entre Vox, con un sólido suelo de votos, y un PP más grande y capaz, a diferencia de este rival, de atraer muchos votos de “centro”. Pero el PP tiene que definirse. No podrá vivir mucho tiempo de la caída del PSOE si, como todo indica, sufre una descomposición profunda y seguramente duradera. A Feijóo no le harán el trabajo el fantasma de Irene Montero ni la santa compaña de Sumar, ni le bastará intentar seducir a los tertulianos y editorialistas que arrugan la nariz con Vox. En realidad, debe hacer lo que ha sabido hacer muy bien Isabel Díaz Ayuso en Madrid: trabajar su propia agenda conectando con la mayoría y sin pedir permiso a nadie.
El favor de Vox y su 12-15% de votos probables no se limita a que le obligue a definirse y comprometerse sobre cómo y cuándo desmantelará el desiderátum legislativo e institucional del sanchismo. Lo pedimos muchos que no votaremos a Abascal; no es un encargo ideológico, sino exigencia de limpieza y restauración democrática. Y bien visto es una verdadera bendición para Feijóo, porque elimina las excusas para eludir la derogación de leyes y la limpieza de instituciones, comenzando por la cúpula de la justicia, la fiscalía y el Tribunal Constitucional, y demás campos de minas. Tendrá que hacerlo si quieren gobernar, y más vale que sea rápido.
Pero hay un segundo favor aún más valioso: Vox ha liquidado el intento socialista de extender el Pacto del Tinell a la política nacional, es decir, un cordón sanitario que impida a la derecha nacional formar mayorías de gobierno. Vox no solo proporciona al PP un rival, cosa siempre saludable, sino además la bendición del socio inesperado que dinamita el Tinell a la catalana.
¿Puede el PP tener dudas sobre la legitimidad de pactar con Vox, mientras Sánchez no tuvo ninguna para mentir y pactar con los peores?
Quienes aconsejan alejarse de Vox, o rebuscan excusas como la vieja condena por violencia de género (un insulto) de Carlos Mazón, admiten la imposibilidad de un gobierno que revierta la ingeniería constitucional y social de la izquierda y sus socios. ¿Puede el PP tener dudas sobre la legitimidad de pactar con Vox, mientras Sánchez no tuvo ninguna para mentir y pactar con los peores? Y Vox no ha hecho nada ilegal ni inconstitucional, luego es un socio legítimo y oportuno; ni siquiera es remotamente cierto que pactar con ellos sea como pactar el gobierno con Bildu, ERC, IU y Podemos.
La alianza de Vox y PP será temporal si la izquierda Frankenstein comienza a retroceder de verdad. Es verosímil un futuro donde Vox y PP sean partidos rivales peleando por el gobierno. Basta con echar una ojeada al vecino francés y ver qué ha pasado con la izquierda socialista, qué espacio ocupa el partido de Macron, y quién es su principal rival político (Grecia tampoco es mal espejo). No discuto si sería el panorama ideal o más bonito, digo que el PP debe aprovechar creativamente el regalo positivo de la existencia de Vox, ponerse a discutir pactos con transparencia y sin complejos (evitando espectáculos penosos como los de Valencia y Murcia), echar al baúl de los trastos el “que gobierne la lista más votada”, absurdo en un sistema proporcional y destinado al ridículo, y olvidarse de los cantos de sirena que le recomiendan cultivar amistades y hábitos equívocos, y a la larga letales.