Rubén Amón-El Confidencial
- El nuevo líder del PP rompe la etiqueta ultraderechista, resulta atractivo al votante de Cs, atrae a los socialistas desengañados y sorprende al presidente del Gobierno
Han transcurrido únicamente cuatro meses desde aquella cumbre eufórica y multitudinaria de Granada que disfrazó a Pablo Casado de fantasía monclovense. Conviene recordarlo porque el heredero en el cargo, Núñez Feijóo, izado en Sevilla con más devoción que la Macarena, se expone a la naturaleza gaseosa de los entusiastas, a la condición líquida de la política y la definición sólida de Sánchez, cuyo manual de resistencia ya ha malogrado a los tres ‘golden boys’ de su generación (Rivera, Iglesias, Casado).
No conviene subestimar el instinto adaptativo del patriarca socialista, pero el recambio de Génova 13 representa una amenaza muy verosímil a sus planes de continuidad en la jefatura del Gobierno, sobre todo porque el candidato Feijóo no forma parte de los efímeros efebócratas y sí representa una alternativa para los votantes moderados, para los huérfanos de Ciudadanos y para los socialdemócratas que buscan una alternativa aseada a la degeneración del sanchismo. Pablo Casado resultaba a estos últimos una opción implanteable, más todavía cuando el jerarca difunto del PP dependía de la extorsión de Santiago Abascal, pero la candidatura sensata de Núñez Feijóo predispone una itinerancia del PSOE hacia el PP. Y no puede considerarse una extravagancia. Las victorias gigantescas de José María Aznar en 2000 y de Rajoy en 2011 se abastecieron, respectivamente, de 600.000 y de dos millones de votos de supuesta socialista.
El dato expone la «fragilidad» de la línea divisoria en la que se reconoce la centralidad político-sociológica de la sociedad española. Es verdad que Pedro Sánchez ha exagerado la polarización hasta extremos irresponsables. Y es cierto que ha cultivado más que nadie la gloria de Santiago Abascal en la perversión de los antagonismos —el bien contra el mal—, pero la estrategia que identificación el PP con Vox —y que ha pretendido trasladar a las protestas laborales— no va a resultarle tan eficaz con Núñez Feijóo.
El presidente de la Xunta le disputa directamente el centro y puede secuestrarle bastantes socialistas indecisos. No ya porque Sánchez mismo ha traicionado el PSOE o lo ha vaciado de idiosincrasia —los indultos, el pacto con Bildu, el cinismo ideológico, el cesarismo—, sino porque la crisis económica desautoriza la idoneidad del presidente del Gobierno y enfatiza la reputación de los populares en la gestión de las emergencias financieras. Un notable exministro de Rajoy me decía que las derrotas de González y de Zapatero sobrevinieron fundamentalmente por el drama del desempleo.
Y no es el paro el indicador más preocupante del «expediente Sánchez», pero la elocuencia de los restantes indicadores —inflación, déficit, deuda, empobrecimiento doméstico— describen una situación de angustia que trasciende la dinámica maniquea del sanchismo y el antisanchismo.
La ha manejado con holgura Pedro Sánchez. Y le ha servido de gran eje divisorio como remedio providencial y necesario a la amenaza de la ultraderecha, pero el ardid del «yo contra el caos» se resiente de toda clase de fracturas. El colapso económico es tan evidente como la alternativa de Feijóo. Lo mismo podría decirse del techo demoscópico del PSOE —un 25%, excepto en las encuestas emulsionadas de Tezanos— y del hundimiento de Unidas Podemos. Tanto ha segregado Sánchez a sus socios que los ha terminado por desnutrir, de tal forma que la suma de la izquierda no puede competir contra la suma que oponen las opciones de Feijóo y Vox.
De hecho, la posición privilegiada que convierte a Sánchez en el único interlocutor de las opciones nacionalistas —y que define la continuidad de la legislatura— no le ubica tampoco en la expectativa de una nueva investidura. Más aún si el PNV decide vengarse a beneficio del PP y aprovecha un pacto conservador con Feijóo para castigar las veleidades de los socialistas con Bildu, no solo en Madrid, sino respecto al porvenir del Gobierno Vasco.
Nunca ha sido tan vulnerable Sánchez como ahora. Y no debe subestimarse su capacidad de resistencia —nos lo ha demostrado en circunstancias inverosímiles—, pero el deterioro de su imagen y la decrepitud de su gestión entre la pandemia y la guerra tanto malogran el gran plan de reanimación económica que iba a liderar como explican las razones por las que Núñez Feijóo ha organizado, esta vez sí, el asalto definitivo a la Moncloa.
El mayor problema del líder gallego consiste en la manera de relacionarse con Vox. No es factible el cambio de guardia sin el apoyo implícito o explícito de la ultraderecha. Y no puede Feijóo, al mismo tiempo, condescender con ella ni cederle a Santiago Abascal el papel del gran antisanchista, sobre todo cuando los pactos de Estado que pretende firmar el sucesor de Pablo Casado le obliguen a acercarse al PSOE, mistificarse con el sistema y reanimar para gozo de Vox todos los clichés del bipartidismo.
Es mejor para Abascal un candidato centrado y «colaboracionista» como Núñez Feijóo, un adversario que no le dispute la hipérbole patriotera, populista y confesional. El nuevo líder popular también necesita abjurar de los pactos orgánicos con la ultraderecha, distanciarse del pecado original de Mañueco, de tal manera que Pedro Sánchez ha encontrado en Feijóo la peor de las némesis y la mayor de las maldiciones. Por eso ha decidido el timonel gallego aterrizar en Madrid en primavera de 2022. El PP lo hubiera necesitado antes, pero la victoria solo es posible ahora.