Por qué Juan Roig tiene razón y Marx y Podemos se equivocan

Juan Ramón Rallo-El Confidencial

  • El argumento ‘marxiano’ de que solo el trabajo genera valor es un argumento simplista que soslaya el papel productivo que ejercen los capitalistas

Después de que Ione Belarra calificara de “indecente” y de “despiadado” a Juan Roig, el dueño de Mercadona ha contestado sin necesidad de levantar la voz: “Somos los empresarios quienes generamos riqueza”. La frase no ha gustado nada en el entorno ideológico de Unidas Podemos, quienes han salido en tromba a repetir el viejo mantra marxista de que son los trabajadores, y solo los trabajadores, quienes generan riqueza. En palabras del propio Pablo Iglesias: “Roig ha respondido a Belarra que la riqueza la crean los empresarios. Pues no, señor, toda la riqueza sale de las manos de los trabajadores y las trabajadoras”. 

No cabe ninguna duda de que los trabajadores generan riqueza (o pueden generar riqueza) mediante su trabajo. Si Roig quiso señalar que solo los empresarios generan riqueza, entonces desde luego se equivocó. Si Roig quiso decir, como probablemente quiso decir, que los empresarios —como él— resultan fundamentales para una economía porque son uno de los pilares de la creación de riqueza (sin excluir que los trabajadores sean otro pilar), entonces acertó. Tal como explico detalladamente en mi último libro, Anti-Marx: una crítica a la economía política marxista, el argumento marxiano de que solo el trabajo genera valor es un argumento simplista que soslaya el papel productivo que ejercen los capitalistas. 

Al respecto, Marx nos remarca, en una famosa carta a Kugelmann, que cualquier niño sabe que el trabajo es la fuente de valor, porque si los trabajadores dejaran de trabajar, la economía dejaría de producir. La reflexión ha encontrado reverberación en las palabras del vicepresidente segundo de la Generalitat valenciana, Héctor Illueca (de Podemos), para quien debería ser obvio que la riqueza solo la produce el trabajador, por cuanto podemos imaginar una economía sin empresarios, pero no una economía sin trabajadores. El argumento de Marx (y de Illueca) incurre, empero, en dos errores básicos.

El primero es que el trabajo puede ser necesario (imprescindible) para generar riqueza, pero eso no implica que sea la única fuente de riqueza. Por ejemplo, podemos imaginar un mundo sin universidades y sin formación universitaria, pero eso no implicaría que el conocimiento no genere riqueza. Claro, el conocimiento sin el trabajo no crea riqueza, pero el trabajo sin el conocimiento genera mucha menos riqueza: de ahí que el diferencial entre la riqueza generada por el trabajo con conocimiento y la riqueza generada por el trabajo sin conocimiento sea imputable al conocimiento. 

El segundo error es que, si bien no podemos imaginar una economía sin trabajo (al menos de momento), tampoco podemos imaginar una economía sin financiación. Con financiación, me refiero a hacerse cargo del tiempo de espera, del riesgo y de la dirección teleológica que inevitablemente entraña todo proceso de producción: no existe la producción instantánea de riqueza; no existe la producción sin incertidumbre de riqueza; no existe la producción no finalista de riqueza (esto último, por cierto, es algo que no solo no disputaría Marx, sino que es crucial para entender su visión de la alienación del trabajo y del comunismo como desalienación de la humanidad). 

Ciertamente, los trabajadores pueden soportar por sí solos los costes y las molestias de esa financiación consustancial a todo proceso de trabajo: pueden ser ellos quienes restrinjan su consumo para ahorrar; pueden ser ellos quienes soporten el riesgo de perder ese ahorro al invertirlo, y pueden ser ellos quienes dirijan el proceso de inversión de ese ahorro. Y si es así, se apropiarán de toda la riqueza que generen (nadie se quedará con su plusvalía). Pero también puede ocurrir que los trabajadores no se hagan cargo de la financiación, sino que semejante tarea recaiga sobre los hombros de otro agente económico especializado en semejantes funciones: a saber, el capitalista-empresario. En tal caso, parte de la riqueza social habrá sido engendrada por el trabajo y otra parte, en cambio, por los proveedores especializados de financiación, esto es, por los capitalistas-empresarios. Si los capitalistas se hicieran cargo de la financiación de un proceso de trabajo (generando con ello valor añadido) y no obtuvieran remuneración alguna por ello… ¡serían los capitalistas quienes estarían siendo explotados por los trabajadores!

De hecho, es relativamente sencillo comprobar el rol productivo de los capitalistas-empresarios acudiendo a las cuentas anuales de dos cadenas de supermercados españolas: Mercadona y DIA. En 2021, el valor añadido (masa salarial más beneficios) que generó Mercadona fue de 4.216 millones de euros, mientras que el valor añadido que generó DIA fue de 678 millones de euros. En 2021, la plantilla de Mercadona ascendía a 93.500 trabajadores, mientras que la de DIA era de 38.500 trabajadores. Si solo los trabajadores generan riqueza, deberíamos decir que el valor añadido generado por cada trabajador de Mercadona en 2021 fue de 49.200 euros, mientras que el valor añadido generado por cada trabajador de DIA fue de apenas 17.600 euros… casi tres veces menos. ¿Qué explica esta gigantesca diferencia entre el valor añadido generado entre unos trabajadores y otros? ¿Acaso los cajeros y reponedores de Mercadona son muchísimo mejores cajeros y reponedores que los de DIA? 

No, la diferencia reside en gran medida en la distinta gestión de la inversión en uno y otro negocio: es decir, la diferencia reside en los capitalistas y en los directivos de ambas compañías. Los mismos trabajadores de Mercadona trabajando en DIA no multiplicarían su productividad a su nivel actual dentro de Mercadona y los mismos trabajadores de DIA trabajando en Mercadona (después del correspondiente periodo de reciclaje) verían incrementada su productividad a un nivel similar al de los actuales trabajadores de Mercadona. El valor añadido diferencial entre DIA y Mercadona reside en la organización y, por tanto, en aquellos que han creado y financiado tales organizaciones: a saber, los capitalistas-empresarios. 

Por eso Juan Roig tiene razón y Marx y Podemos se equivocan.