LIBERTAD DIGITAL 25/01/17
· Un viejo tema de la diplomacia internacional ha cobrado actualidad con la llegada de Trump y su intención de llevar la embajada americana a Jerusalén.
Israel es el único país del mundo que no tiene ninguna embajada en su capital, y no porque no tenga relaciones diplomáticas con prácticamente todo el planeta con la única excepción de la mayoría de los países árabes, sino porque embajadores y diplomáticos se encuentran en Tel Aviv, a una hora de todos los centros de decisión oficiales, desde la oficina del primer ministro al parlamento, pasando por todos los ministerios.
Todo podría cambiar, o no, si Trump decide cumplir su promesa de trasladar la embajada estadounidense a Jerusalén. Obviamente, sería sólo una de muchas, pero también la más importante y el calado simbólico de la medida sería considerable.
Pero, ¿por qué Israel sufre esta anomalía en el terreno diplomático? Hay que buscar las razones mucho tiempo atrás, en el Plan de Partición de la ONU de 1947 que dio origen a Israel y que preveía también un estado árabe. En este acuerdo, que hay que recordar que fue admitido por los judíos pero no por los árabes, Jerusalén quedaba como una ciudad como un «corpus separatum«, un terreno separado que no pertenecería a ninguno de los dos estados sino que estaría bajo una administración internacional aunque habría un cuerpo legislativo elegido por sufragio universal.
El resultado de dos guerras
Curiosamente ese estatus que aún hoy se invoca no era definitivo sino que debía ser revisado a los diez años, momento en el que se podría cambiar siempre que se aprobase en referéndum.
El plan, en cualquier caso, no tuvo esa vigencia de diez años y ni siquiera de diez días: la negativa de los árabes a reconocer Israel provocó que en el mismo momento de su independencia cinco países –Jordania, que entonces todavía se llamaba Transjordania, Egipto, Siria, Irak y el Líbano– invadiesen el recién nacido estado judío.
Sorprendentemente, la guerra terminó con la victoria de Israel, aunque el resultado de la batalla de Jerusalén fue distinto y Jordania se hizo con el control de buena parte de la ciudad –lo que hoy se conoce como Jerusalén Este u Oriental–, así como de Cisjordania.
La parte de la ciudad que queda bajo control judío –Jerusalén Occidental– es nombrada inmediatamente capital del nuevo estado y en ella se van instalando todas las instituciones de la democracia israelí, como por ejemplo, la sede del Parlamento, que se establece definitivamente en la ciudad en 1950 y para la que se construye un nuevo edificio al principio de los años 60.
Pero el resultado definitivo de lo que hoy es Jerusalén aún debería esperar al resultado de otra guerra, la de los Seis Días, en la que Israel lanza un ataque preventivo ante la inminencia de una nueva agresión árabe y conquista Jerusalén Oriental y Cisjordania, además de la Franja de Gaza, los Altos del Golán y toda la península del Sinaí.
Lo surgido de esta guerra es el punto de partida para el trazado de todos los mapas en los planes de paz que se han negociado hasta el momento, en ningún foro se han manejado las fronteras propuestas por el plan de la ONU en 1947, que todas las partes reconocen como irreales e insostenibles… excepto por lo que hace a considerar Jerusalén como «corpus separatum».
Hay que recordar, además, que tanto Egipto como Jordania han renunciado a su hipotética soberanía sobre estos territorios conquistados por Israel: el primero lo hizo en los acuerdos de Camp David en 1978 y el segundo lo haría diez años después.
Jerusalén Este, parte de Israel
Por su parte, así como no lo hizo nunca en Gaza, en el Sinaí o en la propia Cisjordania, Israel sí se ha anexionado Jerusalén Este. Lo hizo en 1980 con la llamada Ley de Jerusalén, que es considerada por el estado judío como una de sus normas fundamentales.
Una ley que, además, legalizaba la expansión de los límites de la ciudad llevada a cabo en 1967, después de la Guerra de los Seis Días. Esta ley no ha sido reconocida nunca por la comunidad internacional y, de hecho, hay una resolución de ONU que la condena explícitamente, la 478, aprobada en agosto de 1980.
La Resolución de la ONU aseguraba que esta anexión violaba la ley internacional y reclamaba que las pocas misiones diplomáticas que en aquel momento había en Jerusalén –han tenido allí su embajada unos pocos países como Holanda, Costa Rica o El Salvador–, se trasladasen a otro lugar.
En realidad es este Jerusalén Oriental, la parte de la ciudad más allá de la llamada «Línea Verde» la que se podría considerar en disputa, aunque nadie en la comunidad internacional puede imaginar que un futuro acuerdo de paz no pase por el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel, incluso aunque parte de la ciudad actual se convirtiese también en capital del hipotético estado palestino.
Pero por el momento Israel sigue siendo el único país del mundo al que no se le deja elegir qué ciudad es su capital.
La posición española y la israelí
La postura de nuestro país al respecto es contundente: en conversación telefónica con el departamento de prensa de la Oficina de Información Diplomática se incide en que «el estatus de Jerusalén sólo puede verse alterado por un acuerdo entre las partes» y que mientras tanto la ciudad sigue siendo «corpus separatum», palabras que citan expresamente.
Además, también nos aseguran que desde 1986 –año en el que España e Israel establecieron relaciones diplomáticas– la legación española en Tel Aviv desarrolla su labor «a plena satisfacción«, pese a no encontrarse en la capital. España, por supuesto, no comenta la posible decisión estadounidense pero no contempla en ningún caso el traslado.
En el polo opuesto encontramos la postura oficial israelí que nos transmite la Embajada de Israel en Madrid y que es también sencilla y contundente: «Nuestra posición es que la capital es Jerusalén y que, por supuesto, nos gustaría que todas las embajadas estuviesen en Jerusalén», nos dicen sin entrar en otras consideraciones.
Lo más llamativo de todo es que la comunidad no hace ninguna objeción sobre el estatuto de Jerusalén a aquellos países -por ejemplo Francia, Bélgica, Suecia, los Estados Unidos o la propia España- sí tienen en Jerusalén su oficinas diplomáticas, no con el rango de embajadas, eso sí, ante la Autoridad Nacional Palestina.
¿Y si Trump sólo estuviese cumpliendo la Ley americana?
Un aspecto quizá menos conocido de la cuestión es que el traslado de la embajada estadounidense a Jerusalén sólo supondría, desde el punto de vista americano, el cumplimiento de sus propias leyes.
Y es que en 1995 se aprobó la Jerusalem Embassy Relocation Act, un texto legal cuyo objeto es, precisamente, que la embajada americana en Israel se traslade a la capital judía. Curiosamente, la ley recibió un apoyo masivo desde ambos partidos: en el Senado se aprobó por 93 votos a favor y sólo 5 en contra, mientras que en el Congreso la apoyaron 374 congresistas frente a 37 que votaron en contra.
La propia ley incluía, eso sí, un apartado para permitir a los presidentes no aplicarla por razones de seguridad: una decisión que debe renovarse cada seis meses tal y como han hecho desde entonces Clinton, Bush hijo y, por supuesto, Obama.
¿Qué pasará si hay traslado?
Una de las objeciones para el plan de Trump es que la medida podría provocar un incendio en el mundo árabe y acabar con el proceso de paz. Lo cierto, según nos explica Florentino Portero en conversación telefónica, es que «ya no hay proceso de paz, se acabó en la Cumbre de Taba y desde entonces se ha intentado retomar pero no se ha podido, a estas alturas no hay ni siquiera parte palestina, no se puede pretender que la ANP representa a todos los palestinos».
Del mismo modo, Portero tampoco cree que, si finalmente hay traslado, esto vaya a suponer un nuevo escenario con más violencia, aunque esto dependería en parte de si la ubicación de la embajada es «a un lado o al otro de la Línea Verde del alto al fuego», es decir: será mucho menos relevante si, como es previsible, la sede diplomática está en el Jerusalén Occidental que es israelí desde 1948.
Si es así, explica Portero, «creo que habrá ruido y que algunos mostrarán un cínico escándalo, pero no pasará nada excesivamente grave«, si bien sí podría ser la excusa de países como Arabia Saudí para «utilizar este tema para criticar a Trump por su política en Oriente Medio».