Eduardo Uriarte Romero-Editores

A un viejo socialista como Rubalcaba no le cabía traer a colación como posible proyecto de Sánchez el desgraciado Frente Popular de la República. De ahí que se le ocurriera tan original denominación, la de Frankenstein, para la convergencia de todos los partidos que quieren liquidar el sistema del 78.

A un socialista de la Transición que fuera testigo del distanciamiento que Felipe González adoptara respecto a toda fórmula política que recordara el final desastroso de la II República, y el Frente Popular fue un protagonista funesto en ello, le costaba asumir que Sánchez fuera a caer en aquel error, por eso le echaron. Pero volvió, porque el partido tras el paso de Zapatero había asumido la ruptura, no sólo con la generación socialista anterior, sino con la España de la Constitución del 78.

Para un personaje, Sánchez, que no sabe lo que es una nación, ni patria, ni proyecto común, sólo lo que es su tribu y el poder, no le incomoda potenciar una estrategia política que la liquida definitivamente. Efectivamente, si se opta por el frente popular se acabará con una nación rota, lo que supone enfrentamiento, pues todo frente es para eso. La política y la ley empezará a sobrar, y seremos testigos de las arbitrariedades que ya hemos observado en Latinoamérica y que en Cataluña están a la orden del día -excusadas como sólo un problema de orden público por Marlaska y que ya hoy Sánchez engrandece como “conflicto político”-. Mientras Cataluña arde, a los socialistas parece sólo preocuparles Vox, que en gran medida ha surgido por dejar que Cataluña arda. Frenen la barbarie catalana y frenarán a Vox. No harán ni lo uno ni lo otro.

No es ajeno a los comportamientos temerarios e incluso enajenados de los liderazgos políticos de hoy el uso de las nuevas tecnologías en la comunicación. El cesarismo personalista, el caudillismo, se impone sobre los liderazgos anteriores que surgían de organismos colegiados que moderaban y controlaban las decisiones de los líderes. Hoy las tecnologías -junto a las primarias- dan la fuerte apariencia de comunicación entre el dirigente y el pueblo. Trump es un caso paradigmático, portento del twitter, es el elegido de las masas sin mediación alguna, y hasta sus caprichos se imponen. La osadía caudillista y el cinismo más escandaloso son llamativos en el caso del actual presidente del Gobierno.

Si en Roma el emperador necesitaba un esclavo que le recordara ante los vítores de la muchedumbre que era humano, hoy, por el contrario, ante la influencia de la comunicación, los aduladores suelen hacer lo contrario. Esta comunicación manipulada es el sueño de los tiranos. Se acabaron los convulsos comités políticos en el seno de los partidos que en muchas ocasiones contradecían la voluntad del líder. No es sólo un problema de Sánchez, posiblemente el comportamiento de Rivera, que le ha conducido a la debacle de su partido y a su dimisión, sea fruto del enaltecimiento del caudillismo por el aplauso mediático. No hay colectivos orgánicos, sólo caudillos, a los cuales les sobra cualquier asomo de prudencia. Y el caudillismo gusta a las masas que se creen protagonistas de la historia frente a la democracia representativa.

Sánchez no necesita más que su liderazgo en su partido para ejercer su proyecto, puede prescindir de nación, Constitución, y condicionamientos sociales y políticos. El desencuentro nacional se certifica en la capacidad de manipular la realidad mediante la propaganda de la manera más sucia posible. Así, llegó a falsificar el resultado de las elecciones del pasado abril declarando que la voluntad popular había sido votar un gobierno de progreso, es decir, izquierdista, cuando había dado una mayoría social-liberal que otorgaba estabilidad política y gran imagen internacional. Pero eso no entraba en su proyecto. No sólo Iglesias es un populista de izquierdas, Sánchez lo es también.

El desprecio de Sánchez por conformar un Gobierno social-liberal salido de las elecciones de abril, de mayoría absoluta y buena imagen, certificaba la carencia por parte del socialismo actual de cualquier vestigio de empeño nacional y patriótico, de búsqueda de convivencia y estabilidad, optando, por el contrario, por la dialéctica de las dos Españas, desenterrándolas junto a Franco, y promocionando el encumbramiento de la extrema derecha. Una operación desastrosa, resultado de unos posicionamientos izquierdistas fraguados tiempo atrás, con el fin de consolidar un poder arbitrario, a semejanza de los bolivarianos, que, sin mayor problema, mediante maniobra en el Constitucional permita mutar la Constitución y favorecer la vía secesionista en Euskadi y Cataluña. Al fin y al cabo, los nacionalistas periféricos forman parte de este nuevo frente popular.

Estamos ante una grave crisis política, duradera, similar a la que puso fin a la II República, cuya única solución estriba en el reencuentro entre izquierdas y derechas y la posibilidad de favorecer políticas de centro alejadas del discurso de odio, revanchismo y ruptura. Pero mientras el relato dominante en la izquierda sea la conquista de una auténtica transición antifranquista, la solución parece imposible.

Máxime cuando el disparate de la repetición de elecciones el 10 N se ha convertido, tiene sólo sentido, si se inscribe en la estrategia de la ruptura. En ese sentido fue una victoria para Sánchez: destrozar a C’s, fortalecer a Vox, laminar el centro político, incrementar el secesionismo periférico. Resultado de las elecciones 10 N: Sánchez tiene todos los instrumentos para proseguir su proyecto de ruptura. Salvo que las pretensiones de los secesionistas hagan imposible el Gobierno deseado por Sánchez. Entonces podría aparecer C’s para dar un último servicio de moderación y racionalidad.

La última oportunidad a la transversalidad.

Salvo que los acuerdos con los secesionistas catalanes sean secretos no va a ser fácil al presidente en funciones aceptar sus pretensiones en un discurso de investidura, aunque el intermediario en la negociación, como ya lo fuera en el pasado, sea Iglesias, y mientras Iceta prepara el futuro tripartito catalán.

Es cierto que el separatismo no va a encontrar otro Gobierno más proclive a la causa secesionista ni más débil que el que surja con su apoyo, pero el listón que están poniendo al principio parece un obstáculo insalvable. Sin embargo, ERC no puede dejar pasar la oportunidad de tener un Gobierno de España débil y aprisionado en sus manos, mientras su líder está en la cárcel. Se mire por donde se mire el futuro gobierno de Sánchez con Podemos es lo que desea Sánchez, y habrá acuerdos secretos con ERC.

Pero que no diga a los cuatro socialistas críticos que aún militan en el PSOE que el Gobierno con Iglesias y el apoyo de los secesionistas es la única solución. Porque todavía hay otra: C’s, que debe a la sociedad española un último servicio y presentarse de una vez como un partido liberal, debiera ofrecerse a Sánchez para formar parte de su Gobierno, aunque fuera con una presencia simbólica, demandando al PP la abstención en la investidura. El PP podría adoptar la abstención porque no dejaría despejada la oposición a Vox, tratándose, además, del apoyo mediante la abstención a un Gobierno social-liberal frente al de ruptura que hoy se proyecta.

Tendríamos un Gobierno mucho más presentable en Europa, mas estable y moderado para los españoles, respetuoso con la Constitución y la Monarquía, y, sobre todo, a un Sánchez liberado del lazo amarillo con el que está ahorcando a la nación. Por lo demás, un ejercicio pedagógico que debieran realizar los dos partidos moderados que todavía nos quedan.

Opción difícil, pero que el constitucionalismo no debiera despreciar.