Gorka Maneiro-Vozpópuli

Carlos Alsina comenzó su entrevista al Presidente del Gobierno de España por la sustancia y le lanzó a Pedro Sánchez la pregunta que todos quisimos hacerle«¿Por qué nos ha mentido tanto, señor Presidente?». Impertérrito, Sánchez negó la mayor: no fueron mentiras, dijo, sino «cambios de posición política para resolver problemas y aportar soluciones». Las mentiras son solo cuando cambian de posición sus adversarios: lo suyo son necesidades protocolarias y desajustes programáticos sin mayor importancia.

Así que cumplir lo prometido es para él «dar rienda suelta a las venganzas de nuestras propias pasiones» y supongo que los programas electorales y los compromisos que se asuman con los futuros votantes, simple papel mojado: porque todo es susceptible de ser incumplido en aras de un bien superior; en su caso, que nadie se engañe, su propio beneficio personal y político: permanecer en la Moncloa

La lista de incumplimientos y de mentiras es casi infinita pero es casi peor la forma que el fondo: no solo importa los perjuicios provocados a España o el número de mentiras sino quién podría creerle ahora

Pedro Sánchez prometió recuperar el delito de referéndum ilegal y, no solo no lo recuperó, sino que eliminó el delito de sedición y rebajó las penas por malversación para contentar a sus socios independentistas; criticó y descartó la concesión de indultos a políticos pero indultó a los políticos catalanes responsables de intentar alcanzar la independencia rompiendo la convivencia entre catalanes y vulnerando gravemente la Constitución Española; prometió acabar con la colonización de las instituciones por parte de los partidos políticos y ha obrado justo en sentido contrario: no solo hizo Fiscal General del Estado a su ministra de Justicia, Dolores Delgado, sino que ha ahondado en la politización y el control del INE, el CNI, el CIS, RTVE o el Tribunal de Cuentas, entre otros muchos organismos públicos que deberían ser independientes y hoy están colonizados; nos dijo que despolitizaría la Justicia y no solo se ha opuesto a su despolitización sino que ha insistido en ella; prometió una reforma legal para que el Gobierno de España no pudiera elegir a magistrados del Tribunal Constitucional pero eligió al diputado socialista y ministro de Justicia, Juan Carlos Campo, para ser parte del mismo; dijo literalmente que «no voy a permitir que la gobernabilidad de España descanse en partidos independentistas» y que «con Bildu no se acuerda nada» pero convirtió a ERC en socio prioritario y con Bildu pactó siempre que quiso y le convino, aunque tal cosa supusiera la legitimación de los herederos de ETA; además, nos confesó que, con Podemos en el Gobierno de España, él no dormiría, pero él fue quien cerró el acuerdo y nosotros los ciudadanos, los paganos de su desgobierno. La lista de incumplimientos y de mentiras es casi infinita pero es casi peor la forma que el fondo: no solo importa los perjuicios provocados a España o el número de mentiras sino quién podría creerle ahora. El desprestigio de su política, en definitiva.   

Ahora dice que quiere debates pero los ha impedido en las Cortes Generales: nunca respondió a las preguntas de la oposición y las despachó con menosprecios e insultos

En su opinión, no hay mayor problema porque la mentira ya no es algo a erradicar en política sino un recurso más entre otros muchos cuando las cosas se tuercen o los intereses personales o políticos propios lo exigen: lo mismo puedes decir que harás tal cosa porque seguramente hagas justo lo contrario; pero, según él, todo esto son «exageraciones de los medios», y lo verdaderamente preocupante es que existe una campaña de intoxicación de la derecha porque hay una desproporción en la representación de voces conservadoras respecto a la realidad sociológica de España. No aclaró qué receta baraja para corregir este hecho en caso de que fuera cierto… o si va a respetar la libertad de prensa. Lo que sí sabemos es que ha estado concediendo entrevistas únicamente a los suyos durante toda la legislatura, en un ejercicio insólito de sectarismo político. Ahora dice que quiere debates pero los ha impedido en las Cortes Generales: nunca respondió a las preguntas de la oposición y las despachó con menosprecios e insultos.

En todo caso, ya sabemos que para la izquierda oficial actual, ciega ante su propia deriva y sus propios errores, todos los que la critiquen son conservadores, de derechas o fascistas, aunque no lo sean en absoluto. Es su particular forma de aceptar la crítica política: convertir a sus críticos en adversarios políticos y a sus adversarios políticos en enemigos. Y cualquier cosa vale, incluida la mentira.