IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Se dice que Sánchez miente como se dice que el caballo relincha o que el gallo canta. Ése es el valor de su palabra

Cuando un periodista de prestigio como Carlos Alsina comienza una entrevista con Sánchez preguntándole «por qué nos ha mentido tanto», el problema no es la respuesta vaga, confusa, del presidente. El problema es que se trate de una pregunta ineludible por cualquier periodista que se precie. El problema es que una significativa porción de sus propios votantes declare en los sondeos que ya no le cree. El problema es que el hombre que dirige la nación se ha desdicho a sí mismo tantas veces que su credibilidad no se sostiene ni ante sus partidarios más persistentes. El problema es que el sintagma «mentiras de Sánchez» tiene en Google ¡¡once millones!! de entradas. El problema es que la hemeroteca y la videoteca lo desenmascaran. El problema es que lo que diga hoy carecerá de valor mañana. El problema es que la seriedad de su palabra quedó hace tiempo devastada por inexistencia de una mínima conexión con la realidad fáctica. El problema, parafraseando a Camba, es que se dice que Sánchez miente como se dice que el caballo relincha o que el gallo canta.

La palabra es la herramienta esencial de un político, su instrumento de convicción, su principal y casi único vínculo de relación con los ciudadanos y por consiguiente la base primaria de la confianza en su liderazgo. En un marco democrático, las propuestas que un dirigente formula tienen el carácter de un contrato cuyo incumplimiento admite en la práctica un margen de tolerancia pero nunca un desdén sistemático. Y sucede que esta legislatura nació de un engaño, el de los pactos reiteradamente negados, para convertirse en una escandalosa sucesión de ocultaciones, enmiendas y embustes sin recato. No cambios circunstanciales de opinión, como alega el jefe del Gobierno, sino giros diametrales del proyecto que los electores dieron por bueno. La costumbre de mentir sin remordimientos, la falta de respeto a la coherencia devenida en método.

En la mala reputación del sanchismo hay dos causas fundamentales: las alianzas con partidos destituyentes y una contradicción constante. Ambas se funden en la doblez verbal, en un lenguaje de significantes huecos que refleja la abolición de la verdad bajo una atmósfera de ausencia de principios morales. Así ha acabado por cuajar en la calle el rechazo a esa mezcla irresponsable de hipocresía, simulación y fraude. La pregunta de Alsina era imposible de contestar sin abochornarse porque contenía una afirmación irrefutable. Y aún le hizo la merced de no recordarle al interpelado una lista de falsedades que hubiese alargado la entrevista hasta la tarde. De todos modos la respuesta daba igual; el problema, y un problema grave, consiste en que hayamos llegado a un punto en que sea posible y necesario plantearle esa cuestión a un gobernante. Porque todos mienten siempre un poco pero hay uno que lo hace más que nunca nadie. Y todo el mundo lo sabe.