MARTA GARCÍA ALLER-EL CONFIDENCIAL

  • Mientras se ve al presidente Sánchez y los demás representantes públicos ponerse en pie durante el aplauso al jefe del Estado, el vicepresidente se queda un momento a la pata coja

Nada más terminar el rey Felipe su discurso por el 40 aniversario del fracasado golpe de Estado del 23-F, durante los aplausos solemnes al jefe del Estado en el Salón de los Pasos Perdidos del Congreso de los Diputados, el vicepresidente Iglesias adoptó durante un segundo la pose que seguramente mejor resuma su paso por las instituciones. Mientras se ve al presidente Sánchez y los demás representantes públicos ponerse en pie durante el aplauso al jefe del Estado, el vicepresidente se queda un momento a la pata coja. Es solo un instante, pero qué representativo verlo ahí frente al Rey, con un pie en el aire y otro sobre la moqueta. Mitad institucional, mitad antisistema.

Los discursos que Iglesias no quiso aplaudir, primero de la presidenta del Congreso y luego del jefe del Estado, conmemoraban el 40 aniversario del triunfo de la democracia frente a los golpistas que irrumpieron en el Congreso con metralletas el 23-F de 1981. Cuatro décadas del día en que unos militares que traicionaban la Constitución mandaran a todo el mundo al suelo y otro vicepresidente del Gobierno, el general Gutiérrez Mellado, se jugara la vida en el hemiciclo plantándose el primero ante ellos. Se cumplen 40 años de aquel gesto de valentía, que tan magistralmente retrata el escritor Javier Cercas en su ‘Anatomía de un instante’, donde también recuerda la firmeza de Santiago Carrillo, secretario general del PCE, y Adolfo Suárez, presidente del Gobierno, cuando se negaron a obedecer a Tejero.

En el discurso que el vicepresidente Iglesias no aplaudió, Felipe VI recordaba también el papel de Juan Carlos I y destacaba su “firmeza y autoridad” en la defensa de la democracia. Es la primera mención explícita a su padre, ausente de la celebración en el Congreso y también del país, desde que el emérito se expatriara a Emiratos Árabes en plena investigación por sus escándalos fiscales. El objetivo de tenerlo lejos es precisamente salvaguardar esa parte de su legado y la monarquía misma.

Si hay algo aún intachable en el expediente del rey Juan Carlos, es justamente la importancia del papel que jugó aquel 23-F. Así lo piensa una parte del Gobierno, que en boca de su portavoz, María Jesús Montero, afirmaba tras el homenaje que “no se puede cuestionar la aportación a la democracia que el rey Juan Carlos hizo a este país”. Era la respuesta al vicepresidente de su mismo Gobierno, que era quien acababa de cuestionarlo a las puertas del Congreso, aprovechando de paso este acto con el Rey para pedir una república. Eso sí, aclaró Iglesias que lo hacía “con todo el respeto institucional”.

Durante el corrillo posterior al discurso del Rey, mientras Felipe VI hablaba con el presidente Sánchez y demás autoridades, una vez el vicepresidente se hubo colocado las perneras y ya con ambas suelas sobre la moqueta, Iglesias se quedó aparte buscando algo que hacer. Se rascó la otra pierna, miró el móvil y anduvo toqueteando los botones de la chaqueta. Se le vio también durante el acto chascarse los nudillos. Está hecho un rebelde.

Así que 40 años después de aquel gesto épico de los que plantaron cara en 1981 a la barbarie anticonstitucional, España tiene un vicepresidente del Gobierno que se rasca un tobillo en vez de aplaudir al monarca. Tal vez aspire a que se interprete como un gesto de valentía por su parte. A los flamencos, quedarse a la pata coja al menos les sirve para ahorrar energía. En el caso del líder de Podemos, puede que el gesto le valiera para colocarse el calcetín o tal vez, simplemente, para tener algo que hacer al ver que el aplauso a su majestad se alargaba bastante.

Es una pena que no vaya a pintarse un lienzo de Iglesias para la posteridad a la que está empeñado en pasar inmortalizando justo ese instante, durante el 40 aniversario del fracaso del 23-F, en el que se le ve haciendo equilibrios sobre la moqueta. Podría colgarse en algún rincón del Congreso, para enseñárselo a las visitas como les señalan aquellos disparos en el techo que no tumbaron de sus escaños ni a Suárez, ni a Gutiérrez Mellado ni a Carrillo. De lo mucho que ha avanzado nuestra democracia desde entonces, también puede aprenderse viendo cómo cambian los gestos con los que algunos aspiran a hacer historia.