Miguel Ángel Mellado-El Epañol
El aprendiz de hechicero concluyó que era su gran oportunidad ante la ausencia del gran maestro. Tenía ganas de darse un buen baño en la tina. Como se sentía perezoso y conocía la palabra secreta utilizada por el brujo para poner en funcionamiento la escoba mágica, tomó una trascendental decisión. “Ella llenará la bañera por mí”, se dijo.
-“Vieja escoba, sin demora, toma tu traje harapiento. Siempre has sido sierva. Ahora, cumplirás mi mandamiento”.
Tras escuchar la palabra divina, “Poder”, la obediente escoba comenzó a actuar con diligencia. En una especie de andante sostenuto, se puso en funcionamiento para llenar la gran tina con forma de semicírculo en la que el ‘brujito’ se daría un baño de masas en aguas cristalinas.
Así, la obediente escoba vació un cubo tras otro.
-“¡Ya! ¡No tanto! ¡Para! ¡Oh, qué espanto!”, gritó el maguito, al reparar que había olvidado la otra palabra fundamental para detener a su incontrolado aliado.
El aprendiz de hechicero cometió su segundo error garrafal: partir en varios trozos la escoba para que parara. Como si fueran gremlins, multiplicados por el efecto del agua derramada, de cada trozo surgió otra escoba con ansias de poder…
En 1797, hace la friolera de 223 años, Goethe publicó una pequeña obra que casi nadie ha leído, todo el mundo ha visto y no pocos han escuchado. La tituló, en alemán Der Zauberlehrling, que traducida al español significa El aprendiz de brujo.
Sin embargo, gracias a la magia de Walt Disney, la balada en 14 estrofas del príncipe de las letras alemanas se conoce como El aprendiz de hechicero. Precisamente este mes de noviembre se han cumplido 40 años del estreno de la película Fantasía, uno de cuyos capítulos lo protagoniza Mickey Mouse, el aprendiz de mago peleado con su escoba libertaria.
Dos versiones más
Hay, al menos, otras dos versiones conocidas de la obra de Goethe: una musical, de la mano del compositor francés Paul Dukas, en 1897, y otra política, más reciente y próxima, interpretada por ese gran actor y presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez
Aunque Goethe nunca se refirió a su poema, al ser una minúscula hoja caída de su frondoso árbol creativo, con obras como Fausto o Las desventuras del joven Wherter, es fácil colegir que el luterano alemán, muy influenciado por la religión, quiso alertar con su aprendiz sobre las consecuencias de la pasión desmedida por el poder, más aún, si está regido por una mala praxis, sobre los atajos cortos que desembocan en rincones lúgubres inundados por la escoba, así como avisaba sobre la ciénaga en la que cae quien quiere ser mucho con poco esfuerzo, por más que esté encubierto por una brillante perorata.
El 7 de enero de 2020, hace sólo 10 meses, Pedro Sánchez consiguió la investidura pese a su ínfima mayoría parlamentaria –sólo 120 diputados del PSOE de los 350 del hemiciclo, remedo del semicírculo con forma de tina imperfecta del aprendiz de brujo-, gracias a la suma de los 35 diputados de Unidas Podemos y de una miríada de partidos como PNV, BNG, Más País, Nueva Canarias, Compromís y Teruel Existe (total, 167 apoyos), más las 18 abstenciones de ERC y Bildu (13 de los independentistas catalanes y 5 de los proetarras vascos).
En menos de un año, las consecuencias para el país del baño de poder de Pedro Sánchez son evidentes. Pablo Iglesias, la escoba primigenia e imprescindible, que hace y deshace como corresponde a la dependencia que tiene Sánchez de los diputados de Unidas Podemos, se parte en tantos trozos como votos sean necesarios para su jefe. Por ósmosis se transforman en estadistas personajes inesperados, como Rufián y Otegi, dando incluso lecciones sobre la gobernanza del Estado que quieren destruir.
La orquesta de escobas
¿Es o no es un hechicero Pedro Sánchez, con su gran orquesta hecha a la medida? Cada cual derrama su cubito de agua sobre el Estado, inundándolo de propuestas de dudoso beneficio:
1) La amenaza de modificar la elección de miembros del Consejo General del Poder Judicial por una mayoría no cualificada.
2) La nueva Memoria Democrática, menos reconciliadora que la Histórica anterior.
3) La supresión del castellano como lengua vehicular.
4) El cambio del delito de sedición orientado a amnistiar a los líderes del procés.
5) La Comisión contra la Desinformación orientada a amedrentar a los periodistas.
6) La comisión bilateral Gobierno-ERC para acabar con el “dumping” fiscal (en palabras de Rufián) de Madrid, la joya de la Corona.
7) La aproximación de los presos de ETA, que tan bien le viene a PNV y a Bildu.
8) La modificación de la norma de los desahucios, de obligado cumplimiento porque lo manda el trozo mayor de la escoba, Iglesias, necesario para mantener las apariencias ante su electorado.
9) La sorda erosión, por no hablar de ninguneo, de la imagen del Rey, con vistas a un cambio de régimen.
10) El cambio de la política exterior, ya sea con Marruecos y el Polisario, en plena crisis de los cayucos, o con Venezuela.
11) La política de impuestos contra las llamadas grandes fortunas, o sea, contra las clases medias…
Once ejemplos, de desigual importancia en los 11 meses de presidencia de Sánchez. Como dice el antropólogo Arsuaga: no hay nada más inestable que la nada. Y la nada, política, la siente diariamente Pedro Sánchez debido a su precaria situación en el Parlamento, con unos socios que para salvarle de la asfixia y del ahogo se tiran a su cuello.
Regreso a 1931
Además de su liderazgo, hay otra habilidad apenas perceptible del mago de la Moncloa que hay que reconocerle: el misterioso poder de Pedro Sánchez para mover las agujas del tiempo hacia atrás. Quizás ni él mismo se ha dado cuenta de que España, con su posibilismo parlamentario, ha regresado a los primeros años de la II República, los que van de 1931 a 1933.
Pasen y lean:
-“Estamos haciendo una política de país rico, a sabiendas de que España es un país pobre. La pregunta es quién paga esto”.
-“A este lado de los Pirineos estas ganas pueriles de inventar fórmulas pueriles, nuevas, la ingenua demagogia dominante”.
-“No sólo en Cataluña es necesario que reaccione la gente contra la clase política más insensible e ineficiente, a la que eligió en un momento de obcecación y de locura. Hoy esta necesidad se siente en toda España”.
-“Nos hemos dejado deslumbrar por los poetas, los sociólogos y los políticos más vacíos e incapaces del mundo”.
-“En medio de tal dispersión, el núcleo socialista, que es el más fuerte, en lugar de construir un elemento de pacificación puede convertirse, si tiene veleidades gubernamentales, en un elemento de inseguridad, un elemento que será observado en el extranjero –dada la reforma de la economía- con verdadero recelo”.
-“Se producirá un colapso en la economía española que sería fatal, en primer lugar para los propios obreros”.
-“(España) Es un país que va a la deriva, con el timón roto, a la buena de Dios”.
-“Azaña ha demostrado tener una idea excepcionalmente clara –más clara que nadie- de la función del Parlamento como referencia de toda la vida nacional”.
-“(Azaña) Supo crearse, añadiendo pedazos, una mayoría que hasta ahora no le ha abandonada nunca”.
-“El arma más fuerte que el señor Macià tiene en sus manos es esto”. (Se refiere al voto de Esquerra para la constitución del Gobierno Azaña).
-“Tengo un voto más que los demás –en el Parlamento-: pues tengo razón, decía hace unos días Azaña en el pasillo del Congreso”.
-“Muchas tardes el Congreso y, sobre todo, los pasillos del Congreso, parecen algo totalmente aislado del país”.
Todos estos entrecomillados tienen más de 80 años, aunque parezcan de ayer. Han sido extraídos de las crónicas escritas por Josep Pla, entre 1931 y 1933, recopiladas en su libro imprescindible titulado La Segunda República española.
Rufián, ministro de la Marina
La vida política era así. Y así es hoy. Entonces, el presidente del Gobierno, Manuel Azaña, profesaba, como única religión, la razón del voto: cuantitativa y finalista, no cualitativa, prudente y honorable.
Así como sucede ahora con Pedro Sánchez: “Las únicas siglas que importan son las de los PGE”, contestó cuando se le preguntó hace unos días por el turbio apoyo de Bildu.
A Pedro Sánchez solo le queda nombrar ministro de la Marina a Gabriel Rufián, como hizo Manuel Azaña en 1933 con Lluís Companys, fusilado, terriblemente, por el golpista Franco en 1940.
El Gobierno de Azaña cayó a finales de 1933 y poco después sobrevino el diluvio. Pedro Sánchez cuenta con que se mantendrá en el poder, como mínimo, hasta 2026. No estaría mal que él y los aspirantes a relevarlo aprendieran de una vez que la primera finalidad de un presidente “debería ser evitar que los ciudadanos se devoren mutuamente” (Pla), que gobernar es, sobre todo, prevenir, y que todas las políticas son lícitas menos hacer perder el tiempo a un país y naufragar a un Estado, se sea maestro, hechicero o aprendiz.