- El Gobierno perdió en mayo un primer plebiscito y un cuerpo electoral rara vez se rectifica tan pronto a sí mismo
Los pronósticos electorales siempre conviene tomarlos con cautela, sobre todo desde que el bipartidismo clásico entró en barrena y las opciones de voto se volvieron mucho más abiertas. Pero pocas convocatorias en los últimos tiempos tienen menos margen de sorpresa que ésta, a pesar de la rareza y la distorsión que supone su celebración en plena temporada veraniega. Las principales oscilaciones demoscópicas se producen en el interior de los bloques de fuerzas y en esencia afectan a su correlación interna, mientras el único trasvase entre ellos que detectan las encuestas es el de unos setecientos mil sufragios de antiguos votantes del PSOE dispuestos a apoyar ahora a la derecha. Esa estabilidad, sumada a la desaparición de C’s y su desembalse en el PP otorga a éste una clara primacía aritmética.
Así las cosas, el cálculo de probabilidades apunta a una (casi) segura derrota de Sánchez. Sus aspiraciones de remontada son más propagandísticas que reales; aunque está concentrando voto útil de la izquierda, la suma con sus potenciales aliados permanece en la práctica inalterable porque tanto la plataforma de Yolanda Díaz como las formaciones nacionalistas decrecen en sus porcentajes y sus pérdidas alimentan la intención de voto socialista por un efecto de vasos comunicantes. El presidente puede crecer todavía un poco más si mañana saca rédito del debate pero si lo hace será básicamente en detrimento del resto de sus compañeros de viaje.
La razón primordial que limita las esperanzas sanchistas de seguir al frente del Ejecutivo es que rara vez un cuerpo electoral se rectifica tan pronto a sí mismo. Apenas hace cuarenta días que los españoles emitieron un contundente veredicto y no parece que los pactos de los populares con Vox sean suficiente motivo para que ese estado de opinión haya cambiado de sentido. Al contrario, lo que los sondeos indican es que está aumentando el diferencial entre los dos grandes partidos, que en mayo fue de menos de tres puntos y ahora como mínimo de cinco. En esa dinámica, la incógnita más razonable consiste en determinar si el resultado de Vox será lo bastante decisivo para que Feijóo tenga que hacerle sitio en el futuro Consejo de Ministros.
El objetivo máximo de Sánchez, que algunos de sus colaboradores admiten en privado, sería el de forzar un empate técnico con el consiguiente bloqueo parlamentario: seis meses de Gobierno en funciones y una repetición con el ánimo reforzado y la oposición desmoralizada por el fracaso. Escenario improbable también, aunque menos remoto porque depende de un puñado de escaños fluctuando –siempre entre bloques– arriba o abajo. En condiciones normales, lógicas, dentro de quince días la corriente de cambio confluirá en las urnas y lo desalojará del cargo. Claro que la normalidad no es un concepto muy compatible con todo lo que ha ocurrido en este mandato…