Ana Velasco Vidal-Abarca-ABC
- «Obtienen todo lo que exigen, porque se sienten fuertes, porque saben que el Gobierno depende de ellos»
Hace tiempo que ya no provoca escándalo nada que tenga que ver con el terrorismo. Acercamientos, excarcelaciones, homenajes a los criminales han sido asimilados y asumidos por la sociedad con total naturalidad. Desde que -según nos han contado- ETA decidió, porque quiso, dejar de asesinar, la mentira y la ocultación nos rodean.
Para que la evidencia no brille con luz cegadora, nos ponen filtros distorsionadores, desvían el foco de la información, deforman el lenguaje, relativizan los conceptos. Y así, consiguen que pase desapercibido el escrupuloso cumplimiento de los compromisos adquiridos en una negociación negada que ni siquiera los mayores valedores de la supuesta ‘derrota’ se han atrevido a llamar rendición.
Han avanzado mucho, casi todo el camino de la hoja de ruta trazada en aquellos trueques escondidos. Las cesiones han repercutido gravemente en la política nacional y en la autonómica del País Vasco y Navarra con terroristas influyendo y decidiendo en las instituciones; han pervertido la Justicia, que otorga trato de favor a quienes menos lo merecen; han golpeado la dignidad de la Nación, que tolera impasible la exaltación pública de los criminales. En estos años, desde que ‘ETA ya no existe’ han asentado su legitimación política y social y también su impunidad moral, ni siquiera la expiación, sino la propia negación de su perversidad.
El Gobierno, en sus manos, transige con todo, concede todo, permite todo. La política penitenciaria está lanzada a vaciar las cárceles de terroristas. Casi todo está hecho, la transferencia de prisiones concedida; el objetivo de progresión de grado, declarado e iniciado; las «ayudas a la reinserción», anunciadas; la sociedad, anestesiada, engañada, neutralizada; las víctimas, desaparecidas –si no hay asesinos, tampoco puede haber víctimas-. Han decidido que ya no serán ni héroes, ni mártires, ni referentes, ni bastiones de la defensa de España; han decidido que sólo serán olvido, que no serán nada. Y han permitido que los otros sí sean alguien, sí sean héroes, gudaris de sus huestes que los jalean con la vileza de los cómplices cobardes.
Queda muy poco ya para cerrar indignamente esta página terrible de nuestra historia. Queda tan poco que ya se atreven hasta con el más infame de los suyos, si es que se puede distinguir a un individuo entre una masa en la que cada parte forma una amalgama compacta de odio, entre un todos para uno aniquilador. Se atreven con el que puso nombre a una doctrina que intentaba paliar las carencias de un Código Penal que no contemplaba penas acordes a los delitos tan deleznables que hubo de afrontar. Una doctrina que fue destruida con subterfugios para avanzar en el proceso de impunidad ahora a punto de ser culminado.
Y se atreven porque obtienen todo lo que exigen, porque se sienten fuertes, porque saben que el Gobierno depende de ellos. Y por eso van a exhibir orgullosos su podredumbre y correrán por las sucias calles que han cobijado su miseria, y alardearán de los muertos causados, de los logros, de su poder. Y nadie se lo impedirá. Y mientras, algunos, contemplaremos inermes y vencidos, las consecuencias del apaciguamiento de los que renunciaron a vencer al mal.
Por eso se atreven.