Juan Carlos Girauta-ABC
Por qué tantas personas con los conocimientos adecuados para detectar el peligro no estuvieron a la altura
Esta columna no trata sobre los que mintieron, esto es, sobre los que dijeron lo contrario de lo que sabían, creían o pensaban, ni sobre sus tristes dependencias. Trata de las razones por las que tantas personas con los conocimientos adecuados para detectar el peligro no estuvieron a la altura, se equivocaron, guiaron mal a una población que confiaba en ellos y se fueron arrastrando con renuencia hacia el consenso actual, para terminar justificando así su costosísimo error: «Nadie podía saberlo». Veo tres razones principales:
La falacia del argumento de autoridad. En una cadena de atribuciones «hacia arriba», autoridades médicas y académicos influyentes reprodujeron un mantra de tranquilidad, una cantinela de miedo al miedo que se alimentó, en última instancia,
de las directrices de la OMS. Pero la OMS fue negligente al no declarar la pandemia hasta el 11 de marzo por temor a sobreactuar (las sobreactuaciones de la OMS son extraordinariamente costosas). Sin embargo, dos semanas antes, Tom Frieden, exdirector de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de EE.UU., ya hablaba de una pandemia sin precedentes.
No buscar en fuentes especializadas diferentes. Ante la expansión de un virus con pautas de crecimiento exponencial, parece una buena idea escuchar a los matemáticos especialistas en estocástica y cisnes negros. Si existe uno, es Nassim Nicholas Taleb, autor justamente de El cisne negro o Jugarse la piel, entre otras obras imprescindibles. A principios de febrero, Taleb firmó una «nota» de cuatro páginas junto con el especialista en complejidad Joe Norman y el físico Yaneer Bar-Yam; consideraba esencial el uso de barreras colectivas y necesarias las «restricciones en los patrones de movilidad en las etapas tempranas del brote». Así terminaba la nota: «Los políticos y decisores deben actuar con rapidez, evitando la falacia de que tener una respuesta adecuada y respeto ante la incertidumbre asociada a posibles catástrofes irreversibles equivale a “paranoia”, o lo contrario, caer en la creencia de que nada se puede hacer». El 6 de febrero la nota ya corría traducida al español por las redes. Un mes después, cuando incluso la agencia de salud pública europea estaba desaconsejando los actos multitudinarios, Fernando Simón, guía y referencia de España ante el coronavirus, comunicaba que si su hijo deseaba acudir al 8-M, le respondería que hiciera lo que quisiese.
El sesgo de confirmación. Primar lo que reafirma nuestras hipótesis es humano. Lo máximo que podemos exigirnos es una autovigilancia regular al respecto. Esta crisis es también un recordatorio amargo de que nadie está exento de tal sesgo. En el mismo instante en que el público indujo una relación entre las posiciones políticas que suscribía o denostaba y las diferentes actitudes ante el virus, el sesgo de confirmación operó. También para la mayoría de expertos con perfil público.