Rubén Amón-El Confidencial
- En un desenlace milimétrico de la futura investidura, nada más le conviene al presidente que la radicalización de la ultraderecha y el populismo de Ayuso, convertidos en la pared y la espada que limitan a Feijóo
Cuando Vox se echa al monte y recurre al fetiche patriotero de la plaza de Colón, Pedro Sánchez sale a tomar el sol. Quiere decirse que el regreso altisonante de Santi Abascal a las calles y a la estrategia radical beneficia más que a nadie el presidente del Gobierno, cuyas expectativas de prórroga monclovense requieren una ultraderecha erecta, faltona y tonificada.
Se entiende así mejor la campaña en defensa de Irene Montero con que el propio Sánchez invocaba al monstruo de Vox. Y es cierto que el escrache parlamentario urdido contra la ministra describe un comportamiento deleznable, pero la sobreactuación de la izquierda no responde tanto al corporativismo ni a la solidaridad como a la estrategia electoral.
Vox es un magnífico aliado de Sánchez. Y lo ha sido siempre, pero la debacle andaluza, el siniestro caso Olona, la depresión de las encuestas y la reputación presidenciable de Núñez Feijóo demostraban que el partido de Abascal se resentía de una elocuente y precoz decadencia.
Ni siquiera parecía reanimar la moral del partido la victoria de Meloni en Italia. Necesitaba Vox aprovechar la «crisis de los violadores». Movilizarse en las calles como hizo ayer. Y suscribir una campaña populista que rehabilita el lenguaje alarmista y vocinglero del partido, más todavía si la víctima sacrificial consiste en el escarnio de la Montero.
«Le ha tocado la lotería a los violadores gracias a la ministra de Igualdad», sostenía Vox parafraseando el bombo navideño. Y decía lo mismo Martínez-Almeida, más o menos como si al irresponsable alcalde de Madrid le urgiera mostrar el pecho y los espolones en el gallinero de las alarmas sociales.
Debe sentirse satisfecho Pedro Sánchez con el acercamiento de Vox al PP. Le conviene al presidente que el partido de Abascal haya decidido suscribir por primera vez a los presupuestos de Juanma Moreno en Andalucía. No lo necesita el halcón malagueño en la holgura de la mayoría absoluta. Ni tampoco los ha pactado. Otra cuestión es que la motivación de Vox consista precisamente en convertir el acuerdo andaluz en una solución premonitoria de la política nacional. «Nos hacen falta ustedes para sacar a Sánchez de la Moncloa», exponía Manuel Gavira, portavoz de Vox en Andalucía.
La adhesión de la ultraderecha es venenosa para Feijóo, igual que resulta pernicioso el volantazo radical que define la línea «opositora» de Díaz Ayuso. Más se radicaliza el PP, menos posibilidades tiene el líder gallego de explorar la sensibilidad de los votantes descarriados de Cs, los sufragistas del centro y los votantes socialistas o socialdemócratas que detestan a Sánchez.
Y es verdad que la investidura de Núñez Feijóo solo puede concebirse con el apoyo de Vox, pero no sería lo mismo obtenerla sin concesiones que llegar a las elecciones con Abascal en una posición de influencia y ambiciones.
Ha demostrado Sánchez una extraordinaria capacidad de adaptación a las limitaciones. La aprobación de los presupuestos es un alarde de fuerza y de ingeniería política, aunque la adhesión de 187 diputados no describiría necesariamente el termómetro electoral si hubiera elecciones mañana.
Las dudas explican la necesidad de asegurarse la victoria en una estrategia polifacética. Empezando por la solidez de la alianza con el nacionalismo. Y confiando en que el Partido Popular no le saque demasiada ventaja al PSOE en el recuento de las generales. Necesita Sánchez que no se le desmorone Podemos. Y le hace falta un resultado digno de Yolanda Díaz.
Unas y otras expectativas pueden resultarle insuficientes, de tal manera que la eventual victoria tanto requiere la incompetencia de Núñez Feijóo como exige el vuelo rasante de monstruo de la ultraderecha. A Sánchez le conviene que Abascal se acerque al PP y que Ayuso ejerza de celestina del maridaje, precisamente para que el líder gallego comparezca maniatado y no pueda sustraerse a la conspiración de sus propios «aliados».
A Sánchez le conviene que Abascal se acerque al PP y que Ayuso ejerza de celestina del maridaje
Conocemos a Sánchez y su ausencia de escrúpulos y de principios. Lo demuestra la vergonzosa alianza orgánica con Bildu. De hecho, el presidente del Gobierno sería capaz de llegar a un acuerdo de investidura con Abascal y fundirse en un abrazo, y rectificar el pasado igual que ha hecho con la ultraizquierda soberanista. La ventaja de Pedro es que ni siquiera le va a hacer falta. Entre Santi e Isabel pueden hacerle presidente.