José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
A esta España enclaustrada hay que cohesionarla en un objetivo y motivarla con una cierta épica. Dándole una moratoria en la bronca. Aunque en el decreto de alarma se haya cometido alguna miseria
El 13 de mayo de 1940, Winston Churchill se dirigió en estos términos a la Cámara de los Comunes:
“(…) En esta crisis, espero que pueda perdonárseme si no me extiendo mucho al dirigirme a la Cámara hoy. Espero que cualquiera de mis amigos y colegas, o antiguos colegas, que están preocupados por la reconstrucción política, se harán cargo, y plenamente, de la falta total de ceremonial con la que ha sido necesario actuar. Yo diría a la Cámara como dije a todos los que se han incorporado a este Gobierno: no tengo nada más que ofrecer que sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”.
“Tenemos ante nosotros una prueba de la más penosa naturaleza. Tenemos ante nosotros, muchos, muchos, largos meses de combate y sufrimiento. Me preguntáis: ¿cuál es nuestra política? Os lo diré: hacer la guerra por mar, por tierra, por aire, con toda nuestra potencia y con toda la fuerza que Dios nos pueda dar; hacer la guerra contra una tiranía monstruosa, nunca superada en el oscuro y lamentable catálogo de crímenes humanos. Esa es nuestra política”.
“Me preguntáis: ¿cuál es nuestra aspiración? Puedo responder con una palabra: victoria, victoria a toda costa, victoria a pesar de todo el terror, victoria por largo y duro que pueda ser su camino, porque sin victoria no hay supervivencia. Tened esto por cierto: no habrá supervivencia para todo aquello que el Imperio británico ha defendido, no habrá supervivencia para el estímulo y el impulso de las generaciones, para que la humanidad avance hacia su objetivo. Pero yo asumo mi tarea con ánimo y esperanza”.
“Estoy seguro de que no se tolerará que nuestra causa se malogre en medio de los hombres. En este tiempo, me siento autorizado para reclamar la ayuda de todas las personas y decir: venid, pues, y vayamos juntos adelante con nuestras fuerzas unidas”.
Esta intervención de Churchill se produjo dos días después de formar un Gobierno de concentración nacional y fueron unas palabras definitivas para, menos de cinco años después, ganar la II Guerra Mundial. Fue, sin duda, el discurso más histórico y decisivo de un político que, con antecedentes erráticos, interpretó a la perfección el momento histórico en el que se debatía su nación.
Este es el discurso político que quiere la inmensa mayoría de los españoles. Este miércoles, en el Congreso, hubo algunos destellos de esa prosa ‘churchilliana’: se reconoció que lo “peor está por llegar”; se admitió que los futuros Presupuestos se presentarán ya para el año que viene porque este tiene menos de 12 meses y que serán de “reconstrucción nacional”, y se pidió para ellos el apoyo de todos sin excepción.
Se admitió también que habrá que examinar los fallos cometidos, pero que es el momento de aparcar las diferencias; se llamó a la conciencia colectiva poniendo fin a la rutina del enfrentamiento, el encontronazo, la bronca… Y se produjo, al fin, una muestra de respeto de la clase dirigente a los ciudadanos confinados, millones de ellos angustiados, todos sabedores de que nos enfrentamos a un panorama emocional y económico estremecedor.
Se mencionó la ‘guerra’. Y era necesario hacerlo: porque esta pandemia devastadora lo es en su versión más posmoderna. Hay medios internacionales que se refieren al Covid-19 como la III Guerra Mundial. Porque hasta las confrontaciones bélicas son ya diferentes e impensablemente distintas a lo que suponíamos. Las series distópicas de las plataformas de ‘streaming’ nos presentaban lo que estamos viviendo como fabulaciones alienantes, como ciencia ficción, como futuribles. Pensamos que el Reino Unido de ‘Years and Years’ solo era una creación calenturienta de unos guionistas perspicaces, o que Barbara Atwood nos describía la república imposible de Gilead en el ‘Cuento de la criada’ como una ideación febril.
En esta España, de momento, se ha acabado la política en el peor de los sentidos y es posible que haya emergido la política en la mejor de sus acepciones. Toca aplazarlo todo para centrar la energía en el único combate. Hay que salir de esta situación lo antes posible, y eso no sucederá pronto. Habrá que cantar a voz en cuello: “Resistiré para seguir viviendo; soportaré los golpes y jamás me rendiré, y aunque los sueños se me rompan en pedazos, resistiré, resistiré”.
Vamos a resistir al modo ‘churchilliano’ para obtener el único resultado posible: la victoria. En estos momentos, no hay ni otra alternativa, ni otra discusión, ni otro propósito ni otro afán. A esta España enclaustrada hay que cohesionarla en un objetivo y motivarla con una cierta épica. Dándole una moratoria de la pelea, de la bronca y del disenso. No se trata de hacer un ejercicio de buenismo sino de supervivencia, aunque se haya aprovechado el decreto de estado de alarma para alguna miseria política.
Pero hay que hacer lo que hace casi 80 años aconsejaba Churchill que hicieran los británicos. Y lo lograron. Y, después, lo despidieron. Justo el 26 de julio de 1945, después del triunfo. Los pueblos son sabios.