Por una obra completa

ARCADI ESPADA, EL MUNDO 09/02/13

· El cuaderno gris ha quedado limpio y razonablemente fijado también en castellano. Es una excelente noticia. El filólogo Narcís Garolera ha pasado la traducción de Gloria Ros y Dionisio Ridruejo por el manuscrito original y le han salido cerca de 3.000 correcciones. El paciente filólogo las ha clasificado. Las hay, en primer lugar, fruto de simples errores o erratas, tipo donde ponía «cabellos lisos» debía poner «cabellos grises». Hay también alguna curiosidad semántica, tipo donde Ridruejo ponía «bacalao a la plancha»: la nueva edición pone «bacalao a la llauna», que está mucho más bueno. También le ha quitado la cursiva a algunas palabras castellanas que Pla había introducido y que no sé por qué mantenían los grilletes en la traducción. Los correctores planianos y su editor Vergés, forzados a veces por la actividad moral de la censura franquista, eran capaces de llamar explicaciones a las celebérrimas collonades, ahora felizmente reconquistadas para gusto y disfrute de mi querido Raúl del Pozo. Y lo más interesante afecta a los castellanismos. Pla los usaba con frecuencia, como suele pasarle a los españoles que escriben en otra lengua. Pero el corrector solía cambiárselos por una palabra pura. Por ejemplo. Pla escribía silló (la forma catalanizada de sillón) y el corrector escribía seient o poltrona, lo que a su vez llevó a Ridruejo a escribir asiento o poltrona. Pla escribía solterona, el corrector escribía vella senyora y Ridruejo traducía vieja señora. Bien. El filólogo Garolera ha procurado a cada una de esas palabras envilecidas su honorable billete de vuelta.

Aprovechando la circunstancia me he dado una vuelta por el libro. Qué maravilla sigue siendo. Como en cualquier otro que te acompañe a lo largo de la vida, la edad va iluminando unas zonas, oscureciendo otras, subrayando unos valores y relativizando los de entonces. Los grandes libros tienen tu edad. Como Garolera ha tocado eso de los burdeles, te recuerdo este párrafo de la visita a la pomposamente llamada Maison Tellier. «Un día u otro, todo el mundo ha tenido que pasar por unas piernas como cañas o embutidas como jamones, colocadas dentro de unas medias negras -o rotas o demasiado anchas- con formas de anatomía cuyo recuerdo os ha dado miedo u horror, remordimiento o vergüenza y os ha llevado a todas las formas de la hipocresía. Estos establecimientos impresionantes mantienen el senequismo peninsular de una manera viva y persistente». Al margen de la vigorosa descripción de la tristeza postcoital y de la evidencia de lo que uno puede llegar a ver (¡y desear!) cuando va caliente, el párrafo tiene el majestuoso hallazgo del senequismo de burdel. ¡Claro! ¡La principal estancia senequista! No es que yo me imagine perfectamente a Antonio Martelo filosofando entre las señoritas; es que ya no me lo imagino de otra manera. Este tipo de cosas, numerosas, es la gran aportación de Pla a la literatura española. No sólo a la literatura. No sólo Pla, me embalo. Hay una mirada periférica sobre el centro de las cosas españolas que se ha manejado muy bien desde Cataluña. Irónica, antirretórica. Hay, había, este libro. Del tiempo cuando Cataluña miraba hacia algún lugar.

El mayor mérito de la traducción de Ros y Ridruejo, y aún más evidente, si me lo permites, en nuestro común amigo Pericay cuando tradujo los dos volúmenes de sus dietarios completos en aquella formidable edición de Espasa, es que Pla no parece traducido. Sólo parece que lo haya puesto a hablar por el canal adecuado a la circunstancia. El decapado de Garolera sobre El quadern gris hace aún más sobresaliente esta característica de fluidez, de lengua gris, que era la lengua no escrita que Pla quería para su lengua.

Esta gozosa vuelta a Pla me ha puesto a pensar en la cuenta pendiente de la cultura española con el escritor. Uno de los grandes errores que suelen cometerse con Pla es considerarlo estrictamente un escritor en catalán. Pla escribió más en castellano que en catalán; y uno de sus mejores libros, Viaje en autobús, está escrito en castellano. Mucho mejor ese original, por cierto, que la versión catalana que luego fabricaron con él. Durante varias décadas escribió en Destino columnas extraordinarias y descomunales reportajes. En castellano. Es ridículo pensar que escribiera obligado. Ni por la pistola ni por el hambre. Escribió en castellano porque le dio la gana, y menos mal. Porque quería estar ahí, en el centro del periodismo y en el centro de la realidad. Naturalmente, ese trabajo fue compatible con sus movimientos al atardecer, cuando volvía a cualquiera de sus casas ampurdanesas y reconstruía en su lengua materna un mundo perdido.

Pla es un gran escritor también en castellano y no se entiende por qué la cultura editorial española, que cíclicamente proyecta recuperaciones, Camba, Chaves, Gaziel, Ruano, no se pone a fondo con la obra de uno de los grandes del siglo. En fin, se entiende perfectamente, ya me comprenderás: el complejo español respecto a Cataluña sólo es comparable al complejo catalán respecto a España. Esta edición lavada de El quadern gris, y la bonita edición de Madrid 1921, un dietario, que acaban de sacar los Libros del KO, tal vez sean presagio de que las cosas van a cambiar. Lo que realmente hace falta son unas obras completas castellanas de Josep Pla, bien planeadas y bien ejecutadas. Este misterioso y patético país, que tiene en el desván a uno de sus más grandes escritores y no se decide a exhibirlo por no meterse en supuesta camisa de once varas.

Es por cosas como esta que ocurre todo.

ARCADI ESPADA, EL MUNDO 09/02/13