Francesc de Carreras-El Confidencial
- Esta semana se ha publicado el ‘ranking’ que patrocina ‘The Economist’, el prestigioso semanario británico, y España ha descendido varios puestos en la tabla clasificatoria
Los ‘rankings’ sobre la calidad de las democracias en el mundo se parecen a los sondeos de opinión: no son exactos pero son orientativos y, sobre todo, especialmente valiosos por las tendencias que señalan.
Esta semana se ha publicado el que patrocina ‘The Economist’, el prestigioso semanario británico, y España ha descendido varios puestos en la tabla clasificatoria, ahora está en el número 24 y, además, ha cambiado de división, de primera ha pasado a segunda, de democracia completa a democracia defectuosa. Ello no representa una brusca caída, ni es un resultado catastrófico pero, atención, porque estamos en una pendiente peligrosa: si el descenso sigue, frenarlo será cada vez más difícil. En cuestiones como esta la clave está en atajar las cosas a tiempo. Por ahora, no parece que se empleen grandes esfuerzos en esta dirección.
Preguntémonos: ¿Cuáles son los principales elementos que organizan un Estado democrático? Someramente enumerados, son cuatro: a) El Estado de derecho; b) la democracia representativa; c) la separación de poderes; d) el pluralismo político y social.
La ‘democracia representativa’ significa que los ciudadanos designan por votación, en elecciones libres, a sus representantes políticos
El ‘Estado de derecho’, en su sentido democrático, no significa que el Derecho limite el poder, sino que el poder (los distintos poderes) se ejerce mediante normas jurídicas: Constitución, leyes, reglamentos, actos singulares de los distintos órganos e instituciones, sentencias. Solo a través de estas vías, todas ellas reguladas previamente a través de los correspondientes procedimientos, pueden ejercerse los mandatos de los poderes públicos.
La ‘democracia representativa’ significa que los ciudadanos designan por votación, en elecciones libres, a sus representantes políticos, quedando unido por un vínculo de confianza. A su vez, estos representantes designan a los demás cargos de libre elección que, por su parte, son responsables ante quienes les han nombrado, que pueden cesarlos. Los instrumentos de la democracia directa solo son residuales en nuestro modelo político.
Los distintos órganos —que hoy no son solo los tres clásicos de Montesquieu, sino muchos más— tienen sus ‘poderes limitados, están separados entre sí’, pero colaboran y se controlan mutuamente a través de mecanismos políticos y judiciales. El ‘pluralismo’, finalmente, significa que los ciudadanos pueden agruparse libremente, siendo especialmente remarcables, si nos referimos a las democracias, el tipo de asociaciones denominadas partidos políticos, así como otras que inciden en el mismo campo como son los medios de comunicación que ayudan a conformar la opinión pública mediante el libre y abierto debate en el ejercicio de la libertad de expresión.
La partitocracia es una vieja conocida, ha ido desprestigiando las instituciones, también a los políticos y a la política
Estos principios, tan someramente enunciados, organizan la democracia en un Estado cuya única finalidad debe ser garantizar los derechos y deberes de los ciudadanos: sin esta finalidad el Estado sería un órgano inútil y costoso del que se podría prescindir. Pero excepto desde posiciones libertarias o anarquistas, se considera que el Estado es necesario para garantizar estas libertades individuales y fomentar el bienestar social, es decir, una convivencia basada en los principios de libertad e igualdad. Por tanto, el Estado es un instrumento para que estas garantías sean reales y efectivas, el Estado no es una finalidad en sí mismo. La finalidad, como hemos dicho, es la libertad y la igualdad de los ciudadanos.
Si esta organización estatal, en cumplimiento de esta finalidad, funciona a la perfección, le daremos de nota un diez, si su funcionamiento es nulo le daremos un cero. A España, en el año 2021, los analistas del ‘The Economist’, le han dado un 7,94, no está nada mal. De los 167 estados analizados la máxima nota se la lleva Noruega con un 9,75 y Afganistán la mínima con un 0,32. Nos situamos, pues, prácticamente con un notable alto. Un buen padre de familia estaría satisfecho con su hijo si alcanzara esta nota. El problema, en todo caso, es que la calidad de la democracia española, según ‘The Economist’, va descendiendo durante estos últimos años. ¿A qué es debido?
A mi modo de ver, es debido a dos corrientes poderosas que ejercen un influjo soterrado y lento pero correoso y devastador. Estas dos corrientes son la partitocracia y el populismo: la segunda es consecuencia de la primera.
La partitocracia es una vieja conocida, ha ido desprestigiando las instituciones, también a los políticos y a la política. No se trata de que existan partidos, son imprescindibles y sin ellos no habría democracia; pero mediante la partitocracia los partidos, sobre todo los grandes y poderosos en cada ámbito (estatal, autonómico, local), se ponen de acuerdo para repartirse el pastel; y el pastel son las instituciones y los órganos que no deben someterse a la lógica de los partidos —como son las cámaras, por ejemplo— sino a otras lógicas, especialmente a la calidad profesional que requiere neutralidad política.
No sé si es correcta la clasificación de España en el ranking de ‘The Economist’, lo inquietante es el constante descenso
Es el caso de las Administraciones Públicas y los órganos de control técnico, reguladores e independientes. Los partidos mayoritarios en la esfera correspondiente introducen a sus partidarios como peones para que sigan sus mandatos. Se da la paradoja de que los controlados designan a sus controladores. Nada que ver con los objetivos de la división de poderes.
La otra corriente, el populismo, es más reciente que la partitocracia, pero ya lleva un tiempo y no solo afecta a los partidos designados con este nombre (por ejemplo Podemos y los nacionalistas) sino que también ha contagiado a los demás. ¿Qué fueron los 400 euros de descuento en el IRPF de Rodríguez Zapatero y el cheque bebé sino mero populismo?
Pero quizás su característica principal sea su afán de alcanzar el poder como su estrategia principal, en lugar de llegar al poder según las ideas e intereses que han defendido ante sus electores. Desean el poder, llegar al gobierno, a toda costa aunque sea mediante las alianzas más contradictorias e incoherentes. Esta es —entre otras— una de las peores consecuencias populistas, del populismo de todos los partidos.
No sé si es correcta la clasificación de España en el ranking de ‘The Economist’, lo inquietante es el constante descenso. Cuando uno se desliza por un plano inclinado y no hace nada para tirar hacia atrás, cada vez cuesta más detenerse y rectificar. Hay desconfianza de los españoles respecto a sus gobernantes y esto es malo, un indicio de que la nota que nos ha puesto el semanario británico quizás se acerca bastante a la realidad.