PORTAZGOS

ABC-IGNACIO CAMACHO

El independentismo está poniendo precio a una investidura en la que Sánchez no puede permitirse otro tropiezo

SI Pedro Sánchez llegó a pensar en algún momento que la investidura le iba a salir gratis ya puede ir despertándose de ese sueño. La suerte no dura siempre y a los sobrevalorados estrategas de La Moncloa se les está acabando el acierto. En julio, los separatistas estaban dispuestos a avalar como mal menor el pacto, finalmente fallido, del PSOE con Podemos, pero esa oportunidad pasó y la repetición también fallida de las elecciones ha aumentado el riesgo: el presidente no puede permitirse otro tropiezo. Tendrá que pagar peajes –portazgos, que decía el Arcipreste– y los cobradores están al acecho. No son gente de fiar, como ya comprobó cuando le tumbaron el presupuesto, pero ahora además le van a encarecer el precio. Hace tiempo que el independentismo dejó de hablar sólo de dinero; sus favores ya no se compran con trato de privilegio. La abstención de Esquerra Republicana va a costar contrapartidas políticas y la firma de algún documento concreto. En principio sólo pretenden apretarle lo justo para eludir la apariencia de compadreo; sin embargo el acuerdo se puede complicar debido al pulso de poder que los partidos secesionistas mantienen en su ámbito interno. Y en todo caso, una legislatura que dependa de ellos acabará convirtiéndose en un infierno.

Sucede que a ERC siempre se le suelen enfriar las expectativas. En cada carrera electoral los republicanos arrancan con presunción de primacía pero Junts per Catalunya, o como se llame en cada ocasión lo que queda de Convergència, remonta hasta pasarles por encima. Y con un horizonte de urnas a medio plazo, el tándem Puigdemont-Torra les resulta un peligro que no pueden perder de vista. El prófugo de Bruselas se ha embarcado en otra huida y pretende desestabilizar la «vía pragmática» de Junqueras con una deriva de radicalismo esencialista. El expresident ya no tiene nada que perder y su estrafalario sucesor parece haber asumido que su destino, forzoso o voluntario, está en Waterloo. En esas condiciones, la acusación de botifler pesa sobre sus rivales hasta amenazar con inmovilizarlos. Su proyecto de un doble tripartito simultáneo, en Madrid y en Barcelona, pasa porque Sánchez les dé a cambio algo que les permita quedar a salvo de la sospecha de complicidad con el odioso Estado.

Por supuesto que el presidente cederá… si no le tensan demasiado la cuerda. Ya ha empezado, de hecho, a buscar carpinteros para esa mesa de negociación bilateral que en la práctica representa el reconocimiento de una legitimidad política paralela. Pero hay un margen objetivo de ruptura que, según la teoría recién expuesta por Alfonso Guerra, sería la solución y no el problema porque evitaría una funesta alianza contra la Constitución y contra el sistema. De una o de otra manera, el jefe del Gobierno comprobará por su propia experiencia que entrar en la jaula de un tigre entraña la posibilidad de salir sin cabeza.