Javier Caraballo-El Confidencial
- Los votantes del centro derecha pueden entender y aceptar que sus dirigentes pacten con los extremos, lo que muchos de ellos no admiten es que esos acuerdos acaben desfigurándolos
En una semana, el Partido Popular se ha mostrado tal como es, con sus miserias y sus sueños, sus aspiraciones puestas al lado de sus contradicciones. Lo que quiere ser y lo que le impide ser. Un ejercicio de transparencia involuntaria del que, justo por ese detalle de nudismo impensado, debemos apreciar su gran valor político. Podemos resumirlo en una sola frase y dos nombres: la misma semana en la que el PP presentó a su nuevo portavoz electoral, Borja Sémper, todo centrismo y moderación, estalla la primera gran controversia electoral por los excesos de extrema derecha a los que se ve sometido el presidente de Castilla y León, Fernández Mañueco, por su alianza con Vox.
Si nos fijamos solo en el detalle de cómo se ha mantenido callado, y al margen de todo, el recién nombrado Borja Sémper, nos podemos hacer una idea clara de la profundidad de estos tipos de crisis y de cómo golpean internamente al Partido Popular. El portavoz electoral ya se ha tragado el primer sapo, dicho sea con todo el respeto y la admiración que le profeso tras su leve paso por las mañana de radio en Onda Cero. Pero su inexplicable silencio de portavoz electoral es la mayor prueba de la urgencia que tiene el Partido Popular de superar el complejo que arrastra sobre sus relaciones con Vox, los pactos inevitables que tendrá que acometer en muchos ayuntamientos, y quizá también en comunidades autónomas, tras las elecciones de mayo próximo. Si no se aclara en algo tan fundamental, eje de toda estrategia política, mientras Vox se mantenga fuerte en los sondeos electorales, va a estar siempre a expensas de morder el polvo y, como efecto derivado del batacazo, de levantar una enorme polvareda que beneficiará a su más directo rival, el Partido Socialista.
Pactos inevitables, sí, tal y como se expuso aquí mismo hace ya un año, porque el complejo interno de los populares viene de lejos. Al propio Pablo Casado, las indecisiones ante Vox y ante su líder, Santiago Abascal, le provocaron numerosos disgustos y, lo que es peor, socavaron gravemente su solidez como líder político. Los pactos del Partido Popular y Vox son inevitables, de la misma forma que los del PSOE son inevitables con los partidos de extrema izquierda y antisistema con los que ha trenzado su mayoría parlamentaria. La razón es tan palpable como desoladora: en la política española, no existe cultura de pactos de Estado. Las dos grandes fuerzas políticas, el PP y el PSOE, siempre fomentarán la confrontación entre ellas, jamás pactarán una alianza para facilitar que gobierne quien gane unas elecciones. El único objetivo es desgastar, zancadillear, bloquear y derribar al adversario cuando gobierne y jamás facilitarle el mandato ejerciendo como oposición. Aceptemos, pues, que la política española, y aun la propia sociedad, está compuesta de confrontación, de polarización, y que, como nada de eso va a cambiar, solo podemos aspirar a que los dos partidos centrales del mapa político no acaben desfigurándose por sus acuerdos con los extremos.
La traslación de esta realidad al discurso del Partido Popular es palmaria: debe aceptar públicamente que, en muchas instituciones, tendrá que pactar con Vox porque esa será su única opción de gobierno. ¿Acaso les va a sorprender a los votantes del Partido Popular que en el futuro haya más acuerdos con Vox, si es lo que ya dicen todas las encuestas? Tampoco les puede sorprender a los votantes moderados de Ciudadanos o del PSOE que estén pensando en cambiar su voto porque, como queda dicho, es lo que tienen delante de sus ojos. Eso de tratar a los ciudadanos, a los electores, como personas inmaduras, o infantiles, incapaces de analizar la actualidad, es uno de los defectos más irritantes de los discursos políticos. Al líder socialista, Pedro Sánchez, le ocurre mucho, en sentido contrario, cuando persiste en su discurso del miedo a la derecha para intentar tapar sus propias debilidades. El votante del PP, por tanto, conoce perfectamente que tendrá que pactar con Vox y habrá que entender que lo único que esperará es que su partido se reafirme en los valores de centro derecha por los que ha decidido votarlo. Como se decía antes, los votantes del centro derecha, al igual que los socialistas, pueden entender y aceptar que sus dirigentes pacten con los extremos, lo que muchos de ellos no admiten es que esos acuerdos acaben desfigurándolos.
La falta de cultura de pactos en la política española prescinde también de otros detalles fundamentales: que en toda negociación hay que ceder para intentar acordar, que un pacto no es un chantaje, que un Gobierno de coalición no es un Gobierno partido en dos, y que es preferible perder el poder a retenerlo a costa de tus principios. En el Partido Popular, existen numerosas políticas de interés general que comparte con Vox, y algunas líneas rojas que jamás debe aceptar ni negociar, tales como las rebajas en la lucha contra la violencia machista, el rechazo a la acogida de menores inmigrantes o la involución en la normalización social de la transexualidad. Tampoco la ley de plazos del aborto, asumida ya mayoritariamente por la sociedad española. Si Vox considera que esas políticas son perjudiciales para la sociedad española y las quiere derogar, que las mantenga en su programa electoral, pero que asuma que no podrá aplicarlas hasta que gane unas elecciones por mayoría absoluta.
Hasta entonces, mientras que el Partido Popular lo triplique en apoyo electoral, que explique a sus votantes que no facilitará gobiernos de derecha porque da más importancia a las diferencias que a las coincidencias. Igual que en el PP, que debe empezar a marcar aquello que comparte con Vox y todo lo que nunca va a aceptar en un pacto de gobierno. Y hacerlo público con toda solemnidad, como si fuera un manual de instrucciones para todos los acuerdos a los que se pueda llegar con la extrema derecha. Determinación, en suma. Transparencia sin complejos. Firmeza, en fin, que es justo lo contrario de lo demostrado en Castilla y León, ejemplificado en la actitud dubitativa, oscura y tramposa de su presidente, Alfonso Fernández Mañueco.