Alejo Vidal-Quadras-Vozpópuli
En una etapa histórica en la que Occidente se autoflagela, hay que evaluar y comparar nuestro sistema político y moral con los que pretenden sustituirlo
Un fantasma recorre el planeta y sus apariciones son extremadamente violentas. En países diversos y por motivos distintos, multitudes furiosas invaden las calles, saquean, vandalizan, se enfrentan a la policía y gritan consignas airadas en Francia, Estados Unidos, Irán Iraq, Líbano, Pakistán, Bolivia, Chile, Malasia, Hong Kong, la India y la lista podría seguir. En algunos de estos lugares la gente protesta contra democracias liberales consolidadas, en otros contra dictaduras políticas o teocráticas y el detonante de su indignación es diferente en cada caso. Sin embargo, hay un denominador común, esos manifestantes protestan contra lo que perciben como discriminación racial y social, desigualdades ofensivas, corrupción de los gobernantes, estrechamiento de sus oportunidades de progresar y deterioro de su calidad de vida.
Dos crisis de alcance mundial sucesivas, la crisis financiera de 2008 y la crisis sanitaria de la pandemia de la covid-19, ambas con devastadoras consecuencias económicas, han interrumpido un ciclo de prosperidad en el que cada generación veía posible alcanzar una situación mejor que la precedente. Este camino ascendente ha quedado bruscamente truncado en una década horrible y ha creado grandes bolsas de desempleados y de trabajadores a tiempo parcial, por horas o por días, free-lancers a salto de mata o falsos autónomos. Estos sectores, arrojados a los márgenes del mercado laboral, son el núcleo de este descontento generalizado, muchos de ellos jóvenes socialmente estancados, largamente endeudados y proletarizados contra su voluntad y su capacidad.
Pese a estos esfuerzos, la irritación ciudadana se encuentra en cotas preocupantes y hay Estados en los que se puede desbordar
Ante este desafío, los Gobiernos, los bancos centrales y los organismos financieros internacionales han reaccionado movilizando ingentes sumas de dinero. Así, Estados Unidos ha lanzado estímulos por tres billones de dólares, la Unión Europea un plan de recuperación de 750.000 millones de euros y Japón un billón de dólares para apoyar a las empresas, a los autónomos y a las familias. De esta forma, la economía global pondrá sobre sus espaldas un volumen de deuda que produce mareos por su magnitud. Pese a estos esfuerzos, la irritación ciudadana se encuentra en cotas preocupantes y hay Estados en los que se puede desbordar.
En un contexto tan inquietante, hay dos aspectos de las medidas que se están adoptando que merecen especial atención. Por una parte, la condicionalidad de las ayudas a las empresas, que deben cumplir su fin de garantizar su supervivencia y, por otra, los redentores oportunistas que propugnan políticas que harían más daño que bien.
En el primer ámbito, las Administraciones se han apresurado a implantar restricciones a las compañías que reciban apoyo público en cuestiones tales como reparto de dividendos durante un tiempo, recompra de acciones propias, remuneraciones extravagantes a los altos directivos y operaciones en paraísos fiscales. Asimismo, son obligadas a mantener un porcentaje fijo de sus plantillas y a asegurar salarios ‘dignos’. Otros requisitos son el cumplimiento de planes de descarbonización, de reducción y tratamiento de residuos, de digitalización y de abstenerse de deslocalizar plantas de producción.
Disyuntiva clave sobre el empleo
Nadie niega que semejantes propósitos son muy loables y deseables, pero han de ser diseñados y aplicados de tal manera que no pongan en peligro la existencia misma de la empresa. Por ejemplo, si se establece con carácter general que ha de conservarse el 90% de los puestos de trabajo y la viabilidad sólo es posible en una firma en particular salvando el 80%, ¿es mejor seguir con esa proporción o cerrar y enviar a la totalidad de la nómina al paro? Análogas consideraciones deben ser utilizadas a la hora de interpretar para cada caso concreto las normas que se dicten.
Determinados justicieros practican alegremente el deporte de las puertas giratorias, forman Gobiernos con un número apreciable de carteras superfluas y nombran asesores innecesarios a voleo
Pasados abusos suscitan la lógica desconfianza, como ha puesto de relieve la reciente sentencia del Tribunal Supremo sobre emolumentos de altos cargos de ciertas grandes corporaciones españolas que cobraban ilegalmente por figurar en consejos de administración de participadas, pero sería absurdo juzgar a todos por el mismo rasero. Además, determinados justicieros practican alegremente el deporte de las puertas giratorias, forman Gobiernos con un número apreciable de carteras superfluas, derrochan en subvenciones clientelares y nombran asesores innecesarios a voleo. La ejemplaridad se demuestra en casa antes de imponerla a los demás.
En cuanto a los salvadores de los oprimidos, hay que tomar las oportunas precauciones para que no sean un peligro mayor para esos oprimidos que las innegables injusticias que padecen. Es verdad que la economía de mercado y el sistema capitalista experimentan periódicamente desequilibrios y destrucciones creativas que son, con razón, muy mal recibidas por los destruidos. La catástrofe financiera de 2008 ha dejado muchas heridas abiertas y la globalización, el libre comercio internacional, la digitalización y una escalera social no demasiado transitable en sentido ascendente requieren acciones correctivas inteligentes.
Arriesgar la vida
Si provoca escándalo la cifra de 84000 muertos al año en Estados Unidos por malos hábitos de vida relacionados a menudo con la marginación social, conviene recordar que en 1984 en la URSS, cuya población es bastante menor que la norteamericana, fallecieron únicamente por alcoholismo 525.000 ciudadanos soviéticos. Tampoco es ocioso hacer notar que los millones de centroamericanos, venezolanos y mejicanos que arriesgan su vida por integrarse en el llamado ‘sueño americano’ no son tan ciegos para caminar millares de kilómetros y arrostrar todo tipo de penalidades para ser aceptados en un entorno peor que el que les empujó a emigrar.
En una etapa histórica en la que Occidente se autoflagela, derriba las estatuas de sus grandes personajes, se arrodilla irreflexivamente y valora siglos pretéritos con parámetro actuales, hay que evaluar objetiva, serena y comparativamente, nuestro sistema moral, jurídico, político y económico con los que, al sustituirlo por el totalitarismo, la colectivización y el Estado todopoderoso que anula al individuo, han producido y producen miseria y falta de libertad hasta extremos de pesadilla.
Si se tuviera que extraer alguna enseñanza útil del Manifiesto Comunista de 1848, rezaría hoy así: “Precarizados del mundo entero, uníos, pero no os volváis a equivocar”.