JON JUARISTI-ABC

  • En el Congreso de los Diputados, hay cincuenta y cuatro de ellos, como mínimo, conchabados para cargarse la Constitución y la monarquía

Oscuro e incierto –y, desde luego, tormentoso– se presenta el reinado de Witiza. En coyunturas como la presente, uno se acuerda de aquella novela visigótica de Manuel González, Plinio, el guardia municipal de Tomelloso, protagonista del género policíaco manchego creado por Francisco García Pavón en la tradición generosa de Cervantes. Es cierto que sólo se ausentaron cincuenta y cuatro diputados y que la cosa no iba de coronación sino de jurar la Constitución del 78, la nuestra desde hace cuarenta y cinco años. Pero te deja un poco mosca comprobar que, dentro del Congreso de los Diputados, hay cincuenta y cuatro bergantes, como mínimo, dispuestos a cargársela para cargarse la monarquía. Como mínimo, digo.

En 2019, centenario de García Pavón, mi coetáneo Manuel Alberca, al que supongo tan jubilado de su cátedra universitaria como yo de la mía, escribió una escueta y manchega semblanza de su paisano en la que aventuraba que tal vez fuera ‘Los liberales’, de 1980, su mejor novela. Estoy convencido de ello. La mejor y la más triste, en el sentido galdosiano, porque va de oportunidades históricas trágicamente perdidas. Triste, con aquella «inmensa tristeza española que ¡vive Dios! Se nos está haciendo secular» (‘La de los tristes destinos’, capítulo XIII).

Hace ahora una década, poco después de la abdicación de Juan Carlos I, publiqué un ensayo sobre la monarquía española: ‘A cuerpo de rey’ (Ariel, 2014). Iba, como se indicaba en el subtítulo, de «monarquía accidental y melancolía republicana». Lo de monarquía accidental remitía al accidentalismo, doctrina confesional que esgrimió la CEDA bajo la II República para transigir con cualquier régimen aconfesional que respetara los derechos de la Iglesia Católica. El accidentalismo hundía sus raíces en el Concordato de 1801 entre Pío VII y Napoleón I (que permitió la coronación imperial de este último por el Papa y levantó, de momento, la condena eclesial de la I República francesa).

El accidentalismo sirvió al PSOE para justificar su transacción con la monarquía constitucional, y fue Enrique Múgica Herzog quien, a posteriori, se ocupó de argumentarlo. Sin embargo, Múgica no era muy consciente por entonces del alcance de la condición que Indalecio Prieto había puesto, inmediatamente después del final de la Segunda Guerra Mundial, a cualquier posible acuerdo para la restauración de la monarquía en España. Esta no solo debería ser constitucional sino además contar, a perpetuidad, con un primer ministro socialista. De lo contrario, se deslegitimaría.

Supongo que Múgica no tenía presente dicha condición porque había ingresado en el PSOE en 1962, meses después de la muerte de Prieto. Ahora bien, esa cláusula no escrita se ha hecho carne del frentepopulismo sanchista. Por eso, el discurso de Sánchez en el acto del martes sonaba a ‘delenda est…’, como mínimo. Digo.