PRESIDENTE A LA DERIVA

ABC-IGNACIO CAMACHO

La crisis del Open Arms ha retratado a Sánchez con su peor cara. Vacilante, contradictorio, descolocado y a rastras

ESPAÑA no tiene (todavía) un problema grave con la inmigración, a pesar de que algunos pretendan crearlo, porque la población de origen extranjero, incluida la que ha entrado de forma irregular, apenas supone hoy un diez por ciento: algo menos de cinco millones de personas de las que cuatro de cada seis son ciudadanos europeos. Pero lo habrá si la proporción continúa en crecimiento y, sobre todo, si continúa faltando una política de Estado al respecto. La polarización ideológica y la continua batalla electoral impiden desde hace años la existencia de un proyecto estratégico, que el Gobierno de Sánchez tampoco sabe siquiera esbozar más allá de su compulsiva y cambiante tendencia a los gestos. Emparedado entre el buenismo de salón y el pragmatismo de un poder cuyo ejercicio se resiste a adaptarse a los deseos, el Ejecutivo se mueve siempre por detrás de los acontecimientos. Así, por ejemplo, al brindis tribunero del Aquarius han sucedido los razonables acuerdos con Marruecos para que controle, previo pago, los flujos migratorios en el Estrecho. Sin una idea clara, sin iniciativa, sin otra brújula que los sondeos, Moncloa no para de emitir mensajes contradictorios que varían según cada momento. Y esas vacilaciones han convertido su papel en la crisis del Open Arms en un sainete de enredo.

Sánchez se puso primero de perfil a ver si el problema pasaba, minusvalorando la determinación de un Salvini al que no le importa quedar como un bárbaro con tal de ganar sus propias batallas. El ministro Ábalos, con ese tono de fastidio que muestra a menudo, llegó a decir que estaba harto de que el único puerto seguro posible tuviese que ser uno de España. Luego el presidente trató de desviar la cuestión a la UE, que nunca hace nada, y por último, al sentir la presión de la opinión pública, decidió tomar parte en el juego sin mirar si tenía buenas cartas. Ofreció un desembarco en Algeciras, una ciudad gobernada — como Andalucía— por la derecha, con la vaga esperanza de que una protesta abrupta de Vox le permitiese organizar una polémica sesgada, pero la oenegé rechazó la propuesta y se vio obligado a modificarla. Al final, una aparatosa descoordinación con la justicia italiana ha convertido en papel mojado la improvisada orden de enviar como taxi de los migrantes a un barco de la Armada. Enclaustrado en su retiro de Doñana, no ha controlado la situación en ninguna de sus fases y ha terminado descolocado y a rastras.

Cualquier cosa le vale antes que definir una línea y buscar consenso. Volteretas, bandazos, rectificaciones, bamboleos. Lo que diga Iván: ayer sí, hoy no, mañana otra vez sí y pasado ya veremos. Y en la próxima ocasión, que será pronto, Italia, las organizaciones de rescate y hasta las mafias volverán a tomar por el pito del sereno a un Gobierno incapaz de afrontar sus responsabilidades con un modelo de actuación mínimamente serio.